Como si le rascara la espalda al mundo diseñaba una fosa profunda y cómoda para su víctima. La atrapó mientras comía, sin gran estrategia, esperó pacientemente acorralándola con los ojos, por unos segundos la sangre dejaba de correr para mimetizarse con la lámpara que nunca se movía. El zumbido era casi lírico, hipnótico, paseaba inocente chocando con los muebles en espera de encontrar migajas de pan o dulces a medio comer.

¿Se puede tener muchos ojos y no advertir lo que ocurrirá?

-Polvo eres y polvo te convertirás.

Pronunciaba Tiberio, imitando a su madre cuando miraba las cenizas de su abuela colocadas en la chimenea. Solemnemente arrojaba la tierra al sepulcro. Sonreía y se iba corriendo con un palo de escoba que fingía ser un rifle.

Mientras se desploma rodando y rebotando hacia la base, llevan a otro hombre y lo tienden sobre el altar. Cientos de personas han perecido desde que la ceremonia se inició; otros cientos morirán antes de que termine.

Un perfume muy dulce e íntimo se acerca a mi mejilla, de reojo logro enfocar un cuello esbelto. Es Lidia, puedo sentir su barbilla en mi cabeza.

-¿Qué lees?

-Religión e imperio.

La charla se realiza mirando a la calle, sigue instalada sobre mi cabeza como el cuervo de Poe sobre el dintel. Balancea el maxilar inferior encajándolo en alguna terminación nerviosa, logrando un extraño y enfermo cosquilleo; sus manos acarician mis hombros, bajan al pecho… coge una servilleta de la mesa, saca un bolígrafo de mi chamarra, garabatea una frase, dobla la servilleta, le deja un beso y se va.

CUANDO HAGO EL AMOR QUIERO HACER LA REVOLUCIÓN susurraban mis labio mientras leía el garabato que Lidia había escrito en la servilleta, una invitación a su casa después del trabajo.

Gozaba de aquel mechón blanco que caía por su triangular rostro, era una llama blanca que recorría su cráneo hasta quedar colgado entre sus senos. La aguja rasguña el acetato, la perilla del volumen gira sin titubeos, las bocinas expulsan un bajo rítmico que se contiene a explotar. Lidia desabrocha sus pantalones…unas pantaletas floreadas se asoman misteriosamente al ritmo de la música. CUANDO HAGO LA REVOLUCIÓN QUIERO HACER EL AMOR podía leerse en su omóplato izquierdo. Entonces la música estalló.

I wonder, how many times you’ve been had. And i wonder, how many plans have gone bad. I wonder, how many times you had sex. And i wonder, do you know who’ll be next. I wonder, i wonder, wonder i do.

-¿Dices qué armó una revolución en Sudáfrica y nunca fue reconocido en Estados Unidos?

-Así es. Terminó como albañil, sin embargo el tiempo fue justo y dio una gira en Sudáfrica, allá la gente lo creía muerto. Cuando se presentó a su primer concierto hubo de 5 a 10 minutos de puros gritos, antes de iniciar la primera canción la frase que salió de su boca fue la siguiente: “Gracias por mantenerme vivo”. Con una sencillez y agradecimiento por reconciliarse con la música, su música. Nunca hay que dar por muerta una causa, aunque esta sea muy personal.

Lidia era un compendio de datos ociosos, recolectaba historias que leía en la red o en documentales que compraba en los callejones del centro de la ciudad. Amaba el sudor que salía de sus ingles después de hacer el amor.

La escena se congela, cascos verdes se iluminan, rostros alargados miran perplejos al cielo. El líquido de una bomba molotov eructa en su interior a punto de hacer contacto con el fuego. El tableteo de las armas era similar al teclear de una máquina de escribir. Tiberio a punto de irse a casa le piden que se quede horas extras. Dando insultos al suelo acepta forzadamente. En caravana los camiones del servicio de limpia van escoltados por el ejército. Su ruta es desconocida. Avanzan macabramente a una plaza que esporádicamente avienta tiros en la oscuridad.

Era su médico cuando iba de visita para charlar sobre política y camaradería. Ya había colaborado en una revista Oaxaqueña, tiraba puñetazos a figuras públicas de la Sierra Norte de Puebla, costándole un autoexilio a Dinamarca. El Doc, como se le conocía, recuerda a Tiberio con un rostro amable, barba cerrada y gorra en la mayoría de las ocasiones que lo llegó a ver. Nada polémico, Tiberio siempre se mostraba alegre, espontáneo.

Al igual que los cuerpos destrozados que se acumulan al pie de la escalera, esos cráneos pertenecieron a prisioneros de guerra.

Mañana toca examen de sociología y no podía terminar Religión e Imperio. Lidia no llega. Acostado en la banca del parque NOTO que si ves un árbol de cabeza sus ramas se transforman en raíces. El cielo ya no es tan azul, la lluvia amenaza con caer ¿por qué Lidia no llega?; el inframundo se pinta en cuestión de segundos ante mi distorsionada visión. A lo lejos una señora no muy grande se tambalea llorando, pidiendo ayuda. La lluvia no cae, guarda silencio para dejar escuchar los gritos que salen de su desesperada búsqueda.

-¡Mis hijas! ¿Dónde están? ¡Ayúdenme, alguien se las robó!

La gente se queda parada, nadie quiere tocar a la señora, el pánico invade al parque a punto de estallar en histeria. Me incorporo y todo está en su lugar, menos el rostro desfigurado de aquella señora. Me uno a la causa y empiezo a preocuparme por Lidia.

La lluvia no para de bailar con el viento, los truenos iluminan las curvas a las 9 de la noche. Mientras la cabeza rebota en la ventana del autobús Tiberio sueña.

Confundiéndose con el baño, abre la puerta y un cerdo abierto a la mitad se halla colgado, se convulsiona aunque ya no tenga órganos vitales, chilla y del hocico la sangre sigue brotando. El ruido de maquinaria pesada se hace ensordecedor, alrededor no queda nada, sólo un olor a tierra. A tientas intenta reconocer en donde está ahora, alcanza a distinguir un pezón, una nariz, un ojo, un pie, una mano aferrada a un papel. Unas gafas, un hoyo, olor a pólvora. Sus pies desnudos sienten frío, están rozando los labios de un adolescente de apenas 16 años con un balazo en la frente.

-Jefe ya llegamos.

Pasaron muchos años, vendía carnitas a lado de la carretera. Consiguió pareja, encontró gente de ideología en común. Después de mucho viajar se sentía cómodo en la Sierra Norte. El corazón lo tenía muy madreado, era cuestión de tiempo para acabar en una camilla con la boca abierta y el brazo intentando tocar el suelo.

-Su muerte me inspiró a publicar su historia. Nos dieron la portada, fue algo inédito. Él recordaba en donde quedaron. Lo decía con una calma, nunca observé algo elaborado o inventado. La razón de su visita fue por salud, seguía con complicaciones del corazón y sin trabas narró lo sucedido aquella noche de Octubre.

La excavadora manosea los cuerpos y los acomoda en los camiones del servicio de limpia. Las botas de hule le quedan a la perfección, la cal maquilla el hedor a rastro y tapa los rostros congelados por la muerte. No siempre el color blanco purifica las cosas. Los fluidos orgánicos se esparcen por la plaza, le dan de comer a esas piedras antiquísimas. Es el vino de los católicos la sangre de los aztecas, han asegurado el sol del siguiente día la antorcha rebosante de las olimpiadas. Tiberio se desconecta del mundo sigue con las botas puestas. Las llantas del camión empiezan a atorarse mientras intentan avanzar, han llegado a una zona llena de minas, próxima a convertirse en relleno sanitario; para posteriormente albergar universidades, grandes edificios y un centro comercial.

Nunca terminé Religión e imperio, deseaba con el corazón volver a sentir su barbilla en mi cráneo. Ver columpiar su mechón blanco hasta su boca. Escuchar sus historias.

De camino al trabajo el sol perfora mi espalda; el desgano y la rabia sin sentido se pegan como chicles a mis pies. Al horizonte un centenar de gente se aproxima compartiendo un solo objetivo, encontrar a sus familiares perdidos. Pensé que era el único que había perdido a alguien importante. La inercia de la masa humana me hace caminar con ellos, el silencio es el medio para comunicarse unos con otros. Los rostros y consignas hablan por sí mismas. El tiempo se ha roto, hemos recorrido un largo trayecto y no siento cansancio alguno, sólo ganas de seguir con paso firme. La tensión crece, un grupo de granaderos nos espera en la esquina. De golpe paramos el paso, una chica de mi edad se para frente a mí, lleva una blusa de tirantes, en su espalda desnuda una frase tatuada me hace sentir vivo.

CUANDO HAGO LA REVOLUCIÓN QUIERO HACER EL AMOR

Recorro su espalda buscando su cintura, una bomba molotov está lista para ser aventada contra los granaderos.

-La historia no tuvo repercusión alguna, te daría un ejemplar pero entre tantas mudanzas lo he perdido. Puedes buscarlo en la hemeroteca del Instituto Cultural Poblano, la revista se llama Ecooss y Expresión.

Son las 6 de la tarde, empieza a soplar el viento frío de la Sierra Norte. La neblina se esparce por la carretera como fantasmas salidos de sus criptas, su esposa le hace un ademán para que suban las cosas al camión. Una mosca pasa por la nariz de Tiberio, intenta quitarla con la mano, frota sus dedos, están llenos de cal.

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