Juró
que le escribiría todas las semanas, lo juró sin decirlo, solo con
el pensamiento, al verle despedirse con la mano desde la escalerilla
del avión. El mejor día para hacerlo sería el viernes, los viernes
tienen el aura de lo nuevo, los viernes dejas atrás los problemas de
la semana y se abre un profundo paréntesis que te dispones a llenar
con los planes que has ido incubando día tras día. Sí, le
escribiría todos los viernes.

La
despedida fue un sábado, así que tenía aún seis días por delante
en los que iría atesorando experiencias que luego volcaría en el
papel.

Nada
más salir del aeropuerto, aún con una lágrima refrescando su
mejilla, fue a esa papelería que tanto le gusta, la de los
soportales de la calle Mayor junto a la que hace poco han abierto un
Burger King. La conoce bien porque está muy cerca de la sastrería
en la que trabaja. Esa papelería en la que el dependiente lleva una
especie de guardapolvo entre gris y azulado y al que apenas le
quedan unos pocos pelos que distribuye en su cráneo como una madre
menesterosa reparte el escaso condumio entre su prole. Esa papelería
cuyo escaparate es un museo de la memoria, donde se muestran agendas,
gomas de borrar, sacapuntas, plumillas y, como estamos en mayo,
modelos de recordatorios para los niños que hacen la primera
comunión. Con sus manos traslúcidas, el dependiente saca una caja
de cartón de los anaqueles de madera combados por el peso de los
años y las resmas de folios. La abre con parsimonia y queda al
descubierto un envoltorio de papel de seda bajo el que duermen
hermosas cuartillas color crema. El hombre saca un taco, lo baraja y
un vientecillo refresca la cara de la muchacha, que sonríe mientras
imagina su mano deslizándose sobre la sugerente superficie, dejando
tras de sí un rastro de hermosas palabras de amor.

Ya
en la calle, saca del bolso la foto que el le ha dado. Mira su firma,
lee la dedicatoria que él ha escrito con pulso firme y enérgico.
Mientras guarda la foto, le imagina con su maleta recorriendo una
calle de una ciudad en la que ella nunca ha estado, la escalera de
madera de la pensión, los peldaños que crujen bajo los pies de
Guillermo mientras sube al tercer piso, o al cuarto, o al quinto, la
mínima alcoba con una cama, una silla y un armario desvencijado cuya
puerta no encaja bien y hay que echar la llave para que no se abra.

Mientras
piensa todo esto la muchacha recorre las calles de vuelta a casa,
despacio, no tiene prisa, el tiempo se ha quedado vacío sin él y el
espacio alrededor suyo parece el de una película que ocurre muy
lejos.

Llega
el primer viernes desde que él se fue. La muchacha, al volver del
trabajo, se sienta a escribir su carta. La ha pensado tantas veces
desde el sábado anterior que la escribe de corrido, tan solo tiene
que concentrarse en que la escritura sea como un reflejo de ella
misma, que cuando Guillermo la lea sienta como si la estuviera
acariciando, como si la curvatura de las letras no fuera más que un
mensaje cifrado de su piel, como si el sonido de las palabras al
pronunciarlas no fuera sino el golpeteo del corazón en su pecho
cuando piensa en él. Escribe página tras página sin parar, con
aplicación, procurando que las línea sean rectas, pero no tan
rectas; que los márgenes sean iguales, pero no tan iguales; que la
perfección se intuya bajo la irregularidad del trazo, lo mismo que
las cumbres y los valles esconden la redondez de la tierra.

Le
cuenta a Guillermo todo lo que ha hecho y lo que le gustaría hacer,
lo que ha pensado, lo que no pudo decirle en el aeropuerto.

Semana
tras semana repite la misma rutina. Semana tras semana va colgando en
un tablero de corcho los recortes de las fotos que publican los
periódicos: Billie solo en el escenario, Billie con su grupo The
dreamers
, rodeados de micrófonos, Billie lanzando un beso al
aire desde la escalerilla del avión. Semana tras semana recibe la
respuesta que deja sobre el montón de sobres color crema, con el
sello de correos “Rehusado por el destinatario”.

La
muchacha apaga el flexo y comienza a pensar en la próxima carta.
Juró que le escribiría todas las semanas.

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