Las montañas han amanecido esta mañana con un tono y un olor mucho más fresco de lo común, los labradores afanosos pero jubilosos se levantan de sus lechos para bañarse y sí mucho, beber unos cuantos tragos de agua de panela y salir, ¿A dónde? Al rancho Montenegro De la fuente a laborar.

Sus sembradíos de fresa son tan amplios y tanto su cultivo, que es ya casi normal que las esposas esperen a sus maridos hasta entrada ya las 9:00 u 11:30 de la noche. Ya ellas casi están acostumbradas pues saben que entrada las temporadas, es mucho lo que a mercados y plazas se debe exportar, otra razón no menos evidente, de ello también ellas se lucran y así sus hijos.

— ¡No puede ser! ¡Maldita sea!—Se queja una mujer entrada en años, de textura deteriorada, parpados caídos, estatura promedio y piel color canela. Esta, yacía parada junto al rosal, el mismo rosal que desde el siglo 80 los Mazo han tenido y cultivado como una tradición de sus ancestros.

— ¿Qué pasa Rosina?

Pregunta el señor, Arturo Cano, yuxtaponiéndose junto a ella, más su respuesta fue solo dejar su dedo índice tendido hacia el rosal

— ¿Qué pasa?— Pregunta de nuevo mirándola por momentos y deslizándose desconfiado hasta el rosal para mirar— ¿Qué pasa?— Insiste un poco ya preocupado al no notar nada, más que el dedo de la mujer que como tentáculo se sacudía insistente señalando hacia el mismo lugar

— ¡Una rosa! ¡Una rosa marchita!— Contesta con voz temblorosa

El hombre de forma sorpresiva deja escapar tremenda y sonora carcajada, a lo que la desesperada anciana responde frunciendo su seño.

— ¡NO TE BURLES!—Grita y él se sobresalta levantando un poco las manos, muy apenado

—Perdón… Pero es que yo no veo nada ahí, más que una simple rosa marchita que…

— ¡Anuncia tragedia!— Replica acercándosele con un mecho de su desgastado y aquillado cabello sobre sus ojos, abiertos tal y como los tiene un búho, y el hombre aterrorizado, tropezando uno de sus pies cubiertos por un par de botas plásticas y negras, contra una pequeña matera de barro grueso hecha un paso atrás

— ¿Tragedia? ¡Calle esos ojos señora Rosario que mire que las palabras tienen poder! Mejor valla y lávesela con arto jabón a ver si así deja de decir tantas sandeces— Replica el pobre hombre aterrado

— ¡En serio muchacho! ¡No menosprecies mis palabras por ser ya tan vieja y que en el pueblo me tilden de loca! Porque lo mismo decían de mi querida abuela la india Perseveranda, y he ahí que todo lo que decía. Sobre todo cuando veía una rosa marchita y desquebrajada, y más, cuando se pinchaba el dedo con su pulla como yo, mira— Le muestra el dedo—Eso, segurito segurito era algo fijo. La experiencia no se improvisa Arturo Cano, la experiencia no se improvisa, yo soy casi como tu apellido pero al revés, con A

—¿Cómo mi apellido al revés?— Se pregunta entre dientes y frunciendo el seño ante semejante estupidez que por poco le derrite el timpano de decepción— ¡Esta mujer definitivamente a perdido toda cabalidad y juicio! Pobre de mi mujer, lo mejor será que me aparte y me aleje de ella, antes de que sea yo ldespedido.

La anciana comprendiendo la mirada de aquel confundido hombre, solo toma una longeva y manchada taza de la mesa de madera junto al vivero, y en el que todas las tardes se sentaba a ver morir el sol, y veve un sorbo de su frio y mosqueado café amargo.

De repente, una noticia se oye en el radio mal sintonizado de la yayita, y el hombre que si mucho ya había logrado dar por lo menos cuatro pasos, se detuvo y a sus espaldas interesado escuchó.

—Esta mañana, fueron atrapados en flagrancia un par de hombres de edad todavía zagal, cuentan testigos, de que a uno de ellos, apodado el tuberculoso, pues de esto padece, lo encarcelaron, y de que uno aún más joven. De 17 años de edad, lo han remitido a la clínica del sol en grave estado de salud, por tratar de uir a la captura, fue lastimado con un tiro de arma de fuego muy cerca al pecho, son pocas las posibilidades de supervivencia, el joven, responde al nombre de Juan Diego Cano Morales, si alguno tiene algún dato acerca del paradero de sus familiares, informar.

No había acabado de terminar la reportera en la radio, cuando al pobre Arturo se le taponaron los oídos de terror, a lo lejos y entre esponjamientos, veía como su mujer corría hacia él con llantos de dolor cual típica llorona del mito, así que se volvió hacia la anciana que con sus ojos abiertos y negros como el espacio, lo miraba, tal y como si se lo quisieran tragar, grandes gotas de lágrimas cual catarata ruedan por sus mejillas, y un desgarrador grito con eco que retumbó por toda la casa lo hicieron desplomar rodeado de los frágiles brazos de su mujer, quienes juntos lloraron a borbotones tal desgracia anunciada por la anciana y abuela del muchacho a través de la rosa marchita

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