Las cenizas del amor.

Despide su aroma en el andar junto a la vereda sin nombre; ha saciado la sed de su latir y cuyas aguas no recuedan olvidos.

Habia revelado la verdad a la que fui ciego. Ocurre junto a la redención, el desapego y un golpe en la frente. Estar parado registrando un acontecimiento que tiempo atrás resultaba imposible de concretar afirma los ladrillos sueltos gracias al cemento que consolidó su estructura. No era para tanto.

Regular las respiraciones me hace conciente del momento y lo despistado que estaba. Poquito a poco deje de energizar pensamientos y con ello ciertas conductas se fueron como hojas al viento.

No eran mias, no me pertenecían. Empiezo – de curioso – a mirar trasgeneracionalmente y hallé otra raíz. Mis abuelos tenían emociones que los avasallaban, al no poder darle un sentido se fue filtrando hacia sus hijos. No es culpa de alguien pero soy responsable de la existencia que soy y eso lleva a dejar de pensarte cada noche, a mirar lo que encuentro en el espejo y en el fondo del estanque.

Es un sentimiento, el sentimiento de nuestra relación con las raíces de toda fuerza.

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