La violencia es el mal de la sociedad humana en su totalidad. En lo contemporáneo se nos impone por medio de la cultura, viaja por nuestra sangre y se agarra a las entrañas. En este particular y escondido país llamado Chile, la agresividad se manifiesta como parte de nuestros comportamientos, fundamentada por las nociones de poder, dominio y posesividad; la fuerza del capitalismo nos señala las acciones a seguir, nos dirige por la ley del más fuerte, que no fue la única idea que desarrollo Darwin, pero sí las más recordada, y esa fuerza aterriza en esta sociedad disfrazada de dinero, machismo y crueldad.

Yo actuaba a partir del machismo, aún estoy en el trabajo constante de guiar mis ideas y acciones hacia una armonía e igualdad de género. He tenido experiencias de abuso hacia la mujer, impuse mi fuerza especialmente mediante las palabras, fui cruel e intentaba el control en varias de mis relaciones amorosas, una vez empuje a una polola de la cama que cayó al suelo, tenía 17 años aprox. , nunca más fui violento físicamente pero si psicológicamente, con gritos y peleas descomunales.

En dos ocasiones me trasforme en un bruto y golpeé a mi cuñado, desde que era pequeño supe que él, en sus borracheras y en posteriores discusiones con mi hermana, le pegaba; no entraré en más detalles pero obtuve venganza cuando fui mayor, ocurrió de nuevo y yo, también actué agresivamente. Violencia para resolver la violencia, soluciones adquiridas culturalmente, porque he de aclarar que esto va más allá de la familia, está impregnado en la sociedad. Mi padre fue machista pero nunca agresor, respetaba mucho a mi madre y a toda mujer, un caballero, pero acostumbrado a las diferencias laborales que se hacían según tu género. Sé que tuve un bisabuelo criado en el campo que golpeaba a mi bisabuela, pero no está en mi adn, está en el adn de la sociedad.

Mi agresividad me acompañaba en la cotidianeidad, si un chofer de micro no se detenía lo pateaba o apedreaba, si uno de mis perros no me obedecía le aforraba, si alguien me provocaba yo respondía, siempre con agresividad, tenía mucha ira, mucha rabia en mi, creo en parte que aún la tengo, pero la canalizo de maneras diferentes, la utilizo para crear ya no solo para destruir.

Comencé a practicar artes marciales y descubrí que mientras más practicaba más pacífico me volvía, experimente varias terapias naturistas y místicas que me ayudaron a soltar lo innecesario: la rabia, la posesividad, la desconfianza.

En mi caso descubrí que la agresividad se alimenta de la falta de autoconfianza, de la falta de amor por uno mismo, por no saber encontrar la alegría de vivir y disfrutar cada momento. Cuando no estamos conscientes de que lo que necesitamos para ser felices es vivir, nos envolvemos en un incesante deseo de adquisición perpetua, y no solo de cosas sino que de personas también, transformamos la amistad y el amor en un bien de consumo más, y desde la carencia infinita que se produce a partir de todo eso, nuestra agresividad nace y se fomenta para crecer continuamente.

El machismo, el patriarcado avasallador, el poder del dinero y la concepción de propiedad en todo la producimos y la alimentamos todos nosotros, al aceptarla y permitir su continuidad, al mantenernos violentos y constantemente insatisfechos al consumo. Mi elección es intentar la transformación continua para descubrir ser feliz en la simpleza, y este, es un agradable camino sin fin.

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