Saltó de la biga al duro suelo del hipódromo de Olimpia. La carrera, por fin, había terminado. Había sido una competición encarnizada, pero había logrado terminar el primero y con solo un rasguño en el costado. Su victoria había sido total y ahora le tocaba reclamar su premio. ¡Por todos los dioses!. Después de tanto tiempo intentándolo, esa tarde, cuando el sol empezara a esconderse en la oscuridad, las ansiadas 140 ânforas de aceite de oliva serían suyas.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS