En los brazos de mi Abuela.

Tuve la fortuna de tener una infancia muy feliz, el destino quiso que creciera en una familia de padres separados, eso hizo que fuera a vivir en casa de mi abuela, y allí los días pasaron muy de prisa, casi sin notarlo me vi adolescente, y luego llegó el momento de abrir las alas y volar. Fue hasta entonces que logre apreciar todo aquello que mi abuela me había dado, todo lo que había sembrado en mí y que hoy, aunque ya no este, sigue en mí y hace que la quiera, recuerde y valore cada día más.

Mi Nona, como la llamábamos todos, era de esas personas sabias que da la vida, no tenía ningún título universitario, pero la vida se encargó de darle cátedra de todo lo necesario para subsistir en este mundo, y creo no equivocarme al decir que salió airosa de cada batalla que el destino le presentó.

Era de esas mujeres fuertes que de niño vez como una superheroína y de grande entendés que todo lo que hacía era motivado por el amor a su familia.

Sin duda que para ella no había nada más importante que su familia, sus hijos, nietos, bisnietos y hasta tuvo la fortuna de conocer tataranietas también, nada la hacía más feliz que saber que había una nueva vida en camino, y a todos tenía presente en su corazón.

Como les decía, mi abuela fue una mujer de muchas batallas, que con el tiempo me fue contando y con cada historia que me compartía crecía aún más mi admiración por ella; y de eso se trata esto, de contarles sus historias, esas que con tanta atención yo escuchaba y que seguramente también podrán llegar a ustedes, porque creo que cada persona tiene un poquito de lo que era mi abuela, no porque haya sido alguien importante para el mundo, sino porque fue una más en este mundo, una que no se dio por vencida, una que se levantó a dar pelea y que le puso la otra mejilla cuando la vida la golpeó; pero además porque fue una mujer llena de amor y alegría, y seguramente encontraras una “Abuela” como la que yo tuve en tu vida, quizás no es tu abuela, pero si es ese alguien especial que llena tu vida de amor y enseñanzas que logran hacerte una persona mejor.

Mi abuela se llamaba Dominga, se casó con un gran hombre llamado Mauricio, al que no tuve la suerte de conocer, pero todo el que lo conoció me hace saber lo excelente persona que fue, y como logró conquistar sus corazones para lograr que todos lo recuerden con tanto cariño.

Ellos tuvieron nueve hijos, todos muy seguidos, a los que lograron criar tan bien que son personas maravillosas.

Mi abuelo Mauricio falleció cuando mi tío más chico tenía un año de vida, y allí surge el primer gran golpe, el destino quiso que mi abuela quedara sola con sus nueve hijos, pero como ya les conté, mi nona no era de las que se tiraban a llorar.

Con gran entereza se levantó, seco sus lágrimas y siguió hacia adelante, pues tenía nueve personitas que dependían de ella, y a quienes logró sacar adelante también.

No fue tarea fácil lo que el destino le había impuesto, pero se las arregló para lograr superar este obstáculo que la vida había puesto en su camino.

Con nueve hijos a quienes terminar de criar decidió emprender su nuevo rumbo, trabajaba en casas de familia, mientras los más grandes cuidaban de los más chicos y aquellos más astutos se las arreglaban para conseguir changuitas para poder sumar otro pesito para aportar en la casa. Vivieron épocas duras pero la nona se encargó de que siempre tuvieran pan en su mesa, y lo más importante, crecieron con amor.

Poco a poco el tiempo paso, y esos niños se volvieron hombres y mujeres de bien, que se lanzaron a la vida en busca de su fortuna, uno a uno fue formando su propia familia contando con la sólida base que habían tenido con Mauricio y Doña Dominga.

Los nietos no tardaron en llegar; y la vida parecía dar tregua a la pobre Dominga, pero ni ella ni nadie hubiera imaginado lo que le tocaría pasar.

No existe dolor más grande en la vida que la pérdida de un hijo, sin duda es algo que por más que los años pasen nunca nadie podrá descifrar ¿saben por qué? Simplemente porque no nos entra tanto dolor en el corazón, ni en la mente ni en el alma. Uno pensaría que lo lógico es que un hijo entierre a su padre, lo cual es muy doloroso también, pero cuando la vida te sorprende de esta manera, no sabes cómo seguir, de pronto ya no entendés más nada, y esto es lo que a ella le pasó.

En nuestra familia como en tantas otras escuchar la palabra Cáncer es sinónimo de mucho dolor, esa maldita enfermedad se había llevado la vida de mi abuelo y esta vez había llegado para llevarse a otro más. La hija mayor de mi abuela fue la victima esta vez, mujer fuerte que estaba criando sola una pequeña niña a quien no pudo ver crecer. Este tipo de cosas son las que nunca entenderemos, pero el destino es así, dicen que dios no nos da ninguna cruz que no podamos llevar, pero hay momentos en que esta se torna demasiado pesada.

Y así, nuevamente hubo que volver a levantarse, secarse las lágrimas y seguir, no solo por ser el sostén de aquellos hijos, sino porque ahora también tenía aquella nietita a quien acompañar a crecer, y nuevamente lo logró, dedico sus días a apoyarla y la crio como si fuera su propia hija, dándole lo poco o mucho que estaba a su alcance para lograr sacarla adelante hasta volverse una gran mujer, luchadora como su madre y como su abuela.

Los días pasan muy de prisa y uno debe seguir, mi nona se encargó de honrar a sus muertos, pero también dio todo de si para apoyar a su familia, ser el sostén de sus hijos, y darle la confianza de que ella estaría ahí siempre que lo necesitaran, y sencillamente así lo hizo, estuvo ahí, siempre dispuesta a dar una mano a quien lo necesitara, dando hasta lo que no tenía con tal de poder ayudar, entregándose por completo en cada palabra de aliento, prestándote la oreja cuando te sentías mal, y ofreciéndote en el calor de un mate la esperanza de que todo iba a mejorar.

Es loco pensar como con pequeños gestos se pueden transmitir tan grandes valores, y ese, creo, fue su mayor obra, no dudo al decir que nunca nadie que la haya conocido haya podido olvidarse de ella, y sin hacer grandes cosas, ella se limitaba a estar ahí, esperarte a que llegaras, y cuando te tenía ahí lograba enseñarte, siempre en compañía de un mate, que todo podía cambiar, que las metas estaban para alcanzarse y que los sueños se hacen realidad.

Como ya les comenté anteriormente, tuve la dicha de vivir con mi abuela, ¿a que chico no le gusta ir a casa de sus abuelos?, donde te consienten y te dejan hacer y deshacer a tu antojo ¿no?, bueno algo más o menos así me tocó vivir, y aunque cuando lo iba viviendo no parecía ser tan así, hoy a la distancia me doy cuenta de mi gran fortuna.

Yo soy la hija del medio de la tercera hija de mi abuela, quien se casó, formo su familia, pero las vueltas de la vida hicieron que aquel proyecto no prosperara, y con el correr de los meses nos vimos viviendo todos en casa de mi nona.

Ya mi nona era una mujer grande de edad, pero por su espíritu jamás fue una señora mayor; sus hijos en su mayoría habían formado su propio destino y con ella solo quedaba el menor.

Juntos fuimos una hermosa familia de seis, donde era difícil explicar cada rol, porque al mi mamá trabajar mi abuela ayudó en nuestra crianza, haciendo un poco de nuestra mamá, ese tío era mucho más que un tío, porque todo lo compartíamos, desde las peleas por quien elegía que ver en la tele, hasta las salidas a tomar un helado de los fines de semana, y mi hermano mayor que tanto ayudaba a mi mamá para que nada nos faltara era como un padre tanto para mi hermana como para mí.

Así, todos revueltos, pero con mucho cariño crecimos juntos, apoyándonos y estando siempre presentes uno para el otro, y eso era obra de la nona.

Crecimos sin muchos lujos, pero nunca nada nos faltó, aún recuerdo como si fuera ayer aquella mazamorra o arroz con leche que nos preparaba la abuela, la leche con harina para que creciéramos fuertes, las albóndigas con salsa que eran las mejores del mundo, y así podría estar horas enteras, porque en todo lo que hacía dejaba su sello.

Lo mejor de vivir con mi abuela era que siempre venían mis primos de visitas, esos días ella preparaba sus comidas favoritas, que casi siempre eran milanesas con papas fritas o pizzas o cosas así, comida que a los chicos nos encantan y a ella le fascinaba hacer porque no requería de un gran esfuerzo.

Conforme pasaban los años la viejita se ponía más perezosa y se alejaba poco a poco de la cocina, pero jamás se retiró por completo, siempre tenía unas hamburguesas o bifes listos a la hora de la comida.

Fue hermoso crecer ahí, nunca nos faltó nada, ni tampoco tuvimos tiempo de notar ausencias, simplemente estábamos ocupados creciendo felices.

Conforme pasa los días uno va aprendiendo, de eso se trata la vida de tomar experiencias, disfrutarlas y sacar el máximo provecho de aquellas cosas buenas o malas que nos toca pasar; si de lo sucedido no podemos sacar nada como aprendizaje simplemente fue en vano superarlo, y de eso sabía mi abuela, poder sacar el lado bueno de las cosas el disfrutar el día a día el celebrar de lo que se tenía y agradecer a dios por un nuevo día de vida…después de todo nadie tiene la vida comprada y no sabemos lo que nos puede pasar de un momento a otro.

Ella simplemente era feliz, o al menos ponía todo de si para serlo, y si en algún momento la tristeza afloraba seguro tenía alguna ocurrencia para volver a reír, así es como la nona pasaba los días, escuchando o contando cuentos, y si era de esos picantes mejor, siempre astuta y rápida para las respuestas se la pasaba viendo a quien podía retrucar para reírse un rato, y no había una que dejara pasar.

Nos enseñó a valorar los pequeños gestos, porque nos tenía muy mal acostumbrados, llegar a su casa era sinónimo de encontrar un mate calentito para compartir, y las rasquetas tostadas que no le podían faltar. Dedicaba sus días al servicio de los demás, siempre esperando al que estaba por llegar, en una familia de seis se manejan muchos horarios diferentes, pero ella estaba ahí, preparada para ofrecerte un mate mientras terminaba de alistar el baño y terminar la comida para cuando salíamos de la ducha, y así con cada uno siempre atenta a las necesidades de todos y como si esto fuera poco todo lo hacía con su alegría característica.

Como ya les comenté con mi tío menor tuvimos una relación muy especial, y si, hablo en pasado porque el maldito cáncer se lo llevó también. Era un ser tan noble, no tenía grandes aspiraciones, pero todo lo que hacía, lo hacía con mucho amor.

Era un hombre soltero que no tuvo hijos pero que me malcriaba dándome todos los gustos. Y si, peleábamos como dos niños por pavadas pero éramos felices de tenernos, como al ver a nuestro River campeón, nuestra salida fija era los sábados a la tarde ir después de que cobrara a pasear y mientras él tomaba su cervecita yo disfrutaba de un helado, a veces pienso en lo injusta que es la vida, tanto lo quise y tanto lo quiero y la verdad no recuerdo si se lo dije alguna vez; sé que él lo sabía porque así se lo hacía sentir, pero por ahí uno es muy arisco para decir con palabras lo que siente, por tonto o por no pecar de sentimental nos perdemos de demostrarnos el cariño que nos sentimos.

Y un mal día llegó nuevamente esa mala palabras a nuestros oídos, y aunque él se hacia el tonto su cuerpo lo iba dejando evidenciar. Ese tipo de enfermedades te consumen de tal manera que hacen que cambies no solo tu físico sino también tu carácter, y así de pronto aquel compañero que tenía se había puesto muy flaco (mucho más de lo que era por naturaleza) los días lo mostraban más pálido y su tolerancia cada vez era menor, y nosotras dos niñas revoltosas no terminábamos de entender lo que sucedía, ¿cómo podía ser tan gruñón y renegar tanto de nuestras travesuras aquel que hasta hacia poco corría tras nosotras haciéndonos jugar?

Un día se despidió con mucha fe de que pronto volvería a casa triunfante, pasaban los días y su ausencia se hacía cada día más notoria y de pronto nos habíamos olvidado de los retos y solo queríamos verlo entrar por esa puerta para volver a jugar, pero no sucedió, por el contrario, una mañana llegó la triste noticia de que nos había dejado, y ahí nuevamente la angustia se apoderó de nosotros.

Para mi nona fue muy duro también, no era cosa nueva para ella tenerse que levantar pero esta vez se había llevado a su mimado, dicen que para una madre no hay hijos preferidos pero al ser el menor y el hecho de vivir toda la vida juntos lo hacía especial, era su nene y su partida tan pronta le costó mucho asimilar; pero después de la tormenta sale el sol, y Dios la compensó mandándole un bisnieto que fue la luz de sus ojos, a quien mimó a mas no poder y gracias a él la viejita encontró las fuerzas para seguir una vez más.

Luego de esta gran pérdida como familia nos costó mucho levantarnos, y esta vez fuimos nosotros los que no la dejamos caer a la nona. A medida que pasaban los años su corazón se volvía más sensible y a pesar de que ya había pasado por circunstancias similares esta vez la vida la encontraba más vulnerable.

En estas circunstancias y habiendo pasado solo unos meses de aquella situación, fue a mi madre a quien le había tocado lidiar con esa maldita enfermedad; como imaginarán el miedo la invadió, no solo por la reputación de la enfermedad misma o por el historial que ya había en la familia, sino porque además ella tenía a tres hijos a los cuales terminar de criar y por los cuales no podía dejarse caer.

Decidió llevar esto sola, tratando de que nadie lo supiera o al menos la menor cantidad de gente posible, y a pesar del mal pronóstico que los médicos le decían no se dio por vencida y salió a lucharla, por aquella madre que aun lloraba a su reciente fallecido hijo y por sus hijos a quienes no podía dejar solos.

A medida que se iba especificando el cuadro, encontró en una de sus hermanas la contención para hacerla su confidente, ella la acompañaba a hacerse los estudios y a sus citas con el médico, hasta que llegó el gran día, salió de casa porque se operaría de la vesícula según nos decía a nosotras, no sería nada grave y más tardar esa noche o al otro día volvería a casa, pero la realidad era muy distinta, se estaba yendo a un quirófano donde no le aseguraban si podrían operarla o como seguiría después.

Llegó al hospital y se vio acompañada de sus hermanos que ya se habían enterado de lo que sucedía, y de mi hermano que al ser mayor quiso acompañarla en ese momento, y ahí fue donde se enteró lo que pasaba realmente, pero Dios es grande y su voluntad acompañó a mi mamá y a sus médicos aquel día, porque aun hoy ni los médicos se explican cómo pudo haber salido tan bien aquella intervención, no solo lograron operarla con bien sino que no necesitó ningún tratamiento postquirúrgico, y así de un momento a otro se había curado como por arte de magia.

Y aunque en aquel momento no lo imaginaba siquiera fue una motivación para otros hermanos que le toco pasar lo mismo posteriormente.

A medida que pasa el tiempo cada día me doy cuenta de lo mucho que marcó mi vida mi abuela, porque no solo era mi nona, sino que también era una segunda mamá, una compañera, una amiga. Cada vez que algo sucedía ella estaba ahí para apoyarme; por ahí siento que por demás, yo era(soy mejor dicho) de tener ideas muy raras, siempre encuentro algo nuevo por hacer a lo que me entrego por completo y doy todo de mi para lograrlo, como escribir esto por ejemplo, son esas ideas locas que se le ponen a uno y solo el destino sabe en lo que terminará, así soy con todo, y sabía que siempre encontraría su apoyo sea cual fuere mi nuevo proyecto, pero eso no siempre fue tan así.

Nuestra relación se hizo aún más fuerte el día que decidí irme de casa, hasta entonces yo veía como consentía a mi hermana (a mí también lo hacia lo entendí más tarde), la nona tenía sus preferidos y lo hacía notar y en casa su chiquita era mi hermana y yo lo tenía aceptado, pero cuando emprendí mi vida entendí tantas cosas de pronto que me hacían que cada día la admirara aún más.

Aunque uno ve el tiempo pasar mi abuela es de las personas que uno quisiera que fueran eternas, porque era a quien podías acudir ante cualquier situación, con decir que solo bastaba que me tocara la frente con sus suaves manos frías para calmar mis dolores de cabeza o que me acariciara la espalda para pasar las contracturas, como verán no les mentía Cuando les decía que nos consentía, fuera cual fuere el problema ella siempre encontraba como solucionarlo, pero lo entendí muy tarde; aun así decidí dedicarle mi tiempo a ella como tantas veces ella lo había hecho conmigo, y nos volvimos confidentes.

Cada día la iba a visitar para disfrutar de verla reír o cuidar de que tomara sus remedios si estaba enferma, era muy cabeza dura y no le gustaba medicarse o ir al médico asique yo era feliz al poder aportar en eso por mínimo que fuera sentía que le estaba devolviendo un poquito de tanto que ella me había dado. Tantas cosas pudiera contarles, momentos de mucha risas, alegría y entusiasmo como cuando organizábamos su cumple nro. 90, la nona era de celebrar a lo grande y así lo hicimos hasta sesiones de foto tuvo esa vez, pero también me dio su palabra de aliento cada vez que lo necesite, y siempre me alentó a soñar y perseguir mis sueños hasta que los pudiera cumplir.

Me contaba de su infancia en el campo, de sus hermanos a los que adoraba, de sus viajes, de tantas etapas por las que había pasado, tantos lugares que había conocido, tantas pasiones que había vivido y lo mucho que admiraba a sus hijos, después de todo había hecho un gran trabajo al criarlos. Y yo solo la escuchaba con atención, para no olvidarme de los detalles, y pasar juntas los días sabiendo que las dos estábamos para la otra.

Ella me acompañó en los momentos más duros de mi vida y también fuimos muy felices de compartir la mejor de mis etapas, mi embarazo, a pesar de que a ella le encantaban los varones, celebramos de saber que una pequeña niña llegaría a nuestras vidas, y aunque la vida quiso que compartieran muy poco tiempo juntas, llevare siempre conmigo tanto amor que ella le dio.

Y la vida pasó para doña Dominga llenándola de experiencias, pasó por tantas cosas, aceptando siempre la voluntad de Dios, sonriendo a cada paso, poniendo la mejilla a pesar de lo mucho que dolieran los golpes, teniendo siempre una palabra de aliento y llenándote de amor a través de sus mágicas manos, capaces de curar cualquier dolor; solo con una caricia te sanaba hasta los dolores del alma, porque todo lo que hacía era con muchísimo amor.

Fue una mujer muy fuerte, que siempre estuvo al servicio de los demás, no renegaba si la llamaban de algún lugar, por el contrario, era feliz de poder aportar su granito de arena.

Siempre predispuesta, apoyó a sus hijos en cada camino que decidían emprender, disfrutó de sus nietos y así, tranquila y en paz un día se fue.

A los 91 años la nona puso fin a su etapa en este mundo, para desde entonces protegernos, cuidarnos y guiarnos desde donde sea que esté; desde entonces cada día se la extraña un poquito más, pero también aprendemos a encontrarla en las acciones que realizan otras personas, después de todo son nuestros actos quienes nos definen, y no existe memoria que pueda olvidarse de tan magnifica mujer.

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