El monitor remembra el frenesí.
Me enseñaron a evitar comportamientos que pudieran interpretarse como idólatras, así que aprendí, con mesura, a improntar en mi mente las enseñanzas de aquellos que me resultan inspiradores para hacer camino.
El ser, Michael Jordan, el equipo, Scottie Pippen y Dennis Rodman, el timonel, Phil Jackson. ¡Toda una Dinastía!
Protagonistas creando contenido para los espectadores, y divirtiéndose mientras lo hacían… pero sudando en su entrega.
La calidad del video parece impropia frente a la tecnología de hoy, pero en mi mente se conservan las imágenes en full HD.
Me gusta el título del documental, y me estremece la construcción de la frase, con tan solo tres palabras: El Último Baile.
¿Podría pensarse en alguna cosa rotulada como ‘la última’ por estos días, sin que te recorra un gélido cosquilleo por el cuerpo? ¿no lo hace peor si ese que llega a su última versión es, precisamente, el baile? … En época de pandemia lo pies quieren bailar solos; y que no sea la última oportunidad para hacerlo.
Entonces, el documental pasa a ser mío. Documento mi vida en los rincones de mi cabeza.
¡Fue explosivo! dice uno de los mentores de Michael, durante el relato. Tal como está resultando la experiencia para mí frente a la pantalla.
Imágenes de mi juventud, de cuando empezaba a soñar, de cuando quería alcanzar el aro transportando el balón con mi mano derecha y sus falanges distales apretaban fuerte la goma, iluminados por la poca luz que hacían solo dos de las cuatro lámparas en la cancha de mi barrio. Los años mozos en que todos buscamos referentes; cuando miramos al firmamento esperando que una estrella brille más que las otras y motive en nosotros el brillo propio.
Tengo memoria olfativa con el efluvio característico que impregnaba en mis manos cada buen momento en que mi amigo Camilo aparecía con su Spalding de cuero y me retaba a un “uno a uno” para medir fuerzas… y ahora que recuerdo, tiempo después vendría una de mis apuestas más memorables (una trivial, pero importante en aquel entonces), la cual resistió ese balón en mi duelo contra quien ya denominaba mi mejor amigo, Mario Andrey.
Regreso a la pantalla, salgo de mi recreo mental pasajero, vuelvo a la historia en video y me fundo con los saltos y las jugadas de estos tres tipos en la duela, así que reflexiono:
Creo, firmemente, que Dios permite eso. Hallar seres que, de cerca o a lo lejos, confronten, motiven, inspiren o quebranten. Personas que ya hicieron camino y obliguen la pregunta ¿será que yo podría?
“Me manejé por mi cuenta” dice el hombre disfrutando de su habano, al momento de hablar de su integridad.
Y luego, los capítulos, uno tras otro, relatan su ánimo por la competencia su aversión por la desidia y su disciplina para perseguir un objetivo. El compromiso era consigo mismo, el reto vencer sus límites, la pasión encarar las pruebas y el tope, el cielo mismo. Conocía la derrota, claro que sí, pero le resultaba un fango que odiaba pisar y cada vez daría saltos más altos y largos (literalmente) por llegar a la otra orilla, esta vez, sin impregnar la suela de sus tenis.
Creo que descuidé la pregunta de mi mocedad “será que yo podría”, pero además, me distraje de la respuesta.
Cuando René, el rapero, escribe la reminiscencia que tituló con su nombre, me asienta en esas fechas, en similares escenarios, “Cuando me llamaban pa’ jugar”… en mi primera juventud. ¡Ja! Sí. Atrevidamente, diré que abordo la segunda. Así voy postergando la llegada del día en que me llame viejo.
Mr. Obama, otro que creo genuino, aparece ante los reflectores. Entonces pienso ¡carajo! Dios juntó estos tipos a preguntarme dónde voy y cómo van mis planes y progresos ahora que se aproxima mi cuarta década y cabalga mi segunda juventud. La mía. La que no depende de las distribuciones etáreas sociales.
La que me alienta vigor acorazado en este cuerpo que ya bordea la experiencia. El vigor de Caleb, solo que él sintió eso a sus ochenta años… yo no puedo esperar vivir otra vida para golpear mi puño derecho contra la palma de mi mano izquierda y apuntar ¡A ver mundo! ¿qué me tienes? Necesito hacerlo y Mr. Air Jordan *salta* de la pantalla hacia mis ojos y dice: ¡Ey! Ya nos habíamos visto antes. Eras un flacucho mucho más joven ¿Qué ha sucedido desde entonces?
Guardo silencio un instante y pienso, eemmm… repitamos esta conversación en un par de lustros… seguro tendré mejores respuestas.
No estaré perfilado para el monte Rushmore en ese entonces, pero sí puedo asegurar que el cincel habrá hecho su trabajo para disipar el sobrante de mi propia corteza, hasta esculpir la imagen que oculta mi roca.
La secuencia de imágenes, cuadro por cuadro, va diseñando el mensaje: el faro puede iluminar tenue en algunos episodios… pero puede seguir siendo confiable para mostrar camino. Pablo de Tarso, el apóstol, exhortó:
“Analízalo todo muy bien y retén para ti lo bueno”
Así que, en vez de detenerme en los contrastes que motivaron juicio al atleta en mi monitor, retendré el rostro sudoroso y los ojos llenos de brillo, del tipo que viró el destino de la final de la Conferencia Este en 1993 y luego fue por el tercer anillo, sin óbice alguno que impidiera su arribo a meta. Esa noche, según lo describe Charles Barkley “los Suns perdieron contra la pistola más rápida”
Esas palabras calaron a través de mis oídos, se abrieron paso en mi mente y buscaron la ruta necesaria para llegar a mi corazón… es hora de plantearle un duelo a la vida… quizá me vaya mejor que en mi uno a uno contra Mario Andrey, que ganó por una cesta… esta vez debe resultar en que yo funja como la pistola más rápida en el desafío que ahora me sobreviene. Es entre la vida y yo… como lo planteaba otro Michael, el rey de los escenarios, el soñador de Neverland. El mejor de los Jackson Five, en una de tantas canciones suyas que alcanzaron el primer lugar, Man in the mirror.
«I wanna make a change… (&) I´m starting with the man in the mirror»
A ver si paso de ser espectador del ultimo baile y me doy a la creación de mis propias coreografías frente a la vida.
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