Pasaste tus brazos sobre mi cuello y como si fuera norma quede inmóvil ante la presión y tu fuerza, perdí toda esperanza de amor en ese gesto. Sentí el movimiento de la sangre en mis venas de forma extraña. Ese vértigo me mantuvo inquieta por dentro e inmóvil por fuera durante años. 

Me acorde de las veces que por allí habías pasado a dejar sensaciones tibias y volví en esa búsqueda. 

Pasado el tiempo cambió todo, mi cuerpo ya estaba ajeno a mi y sin entender, mis pensamientos dejaron de sentir y empe a sucumbir en oscuros pasillos. 

Sentia todo el tiempo la necesidsd del perdón y fue tan solitario que me confundi, y en camino busque solo pedir perdón en tu nombre, me equivoque. 

Engendre en las entrañas un ácido dolor ahogante y sólo ver tu rostro me hizo creer que si aguantaba un segundo más la respiración podría superarlo, como si yo fuera la culpable de quien sabe que pasa por tu cabeza. 

Liberar en pocas palabras posibles de salir eso que no solo está en mi cabeza sino en mi piel, que creíste tuya, en mis brazos que sirvieron para descargar tu ira, mi alma entera y mi corazón que fuiste amoldando a tu antojo porque cuando te conocí era tan moldeable como fuerte soy ahora. 

Mi carácter perteneció a tus palabras, que sobre todo hundian mi ser y enterraban mis emociones a » esas pelotudeces de mujeres» como dijiste, deseabas el poder y lo tuviste, triste y débil porque fue sobre una sombra de mujer enajenada en un cuerpo maltratado con dedos y palabras con gestos y enojos, prohibiciones y caricias desagradables.

Ahora logro entender que nunca me definieron tus sentimientos, aunque afirmó que mi única responsabilidad ahora es reclamarlo. 

Nunca más esconderse ante él terrible miedo que provoca no ser querido, nunca más intentemos humanizar lo perverso y despótico de un macho que al decir «siempre fuiste una puta» quiere borrar años de lucha e invadir la libertad de todas las mujeres , nunca más tus sucios dedos inmundos en mi cuerpo ni tus envidiosos comentarios en mi cabeza.

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