LA NIÑA DE LOS RECUERDOS

LA NIÑA DE LOS RECUERDOS

Ser yo Aclamando

13/08/2017

Tenía tan solo seis años y vivía en una casa humilde con varios detalles que así la definían. Varias paredes sin pintar, otras se descascaraban de humedad y algunas estancias con piso de tierra. Había una bomba manual para proveernos de agua que estaba dentro de la cocina, cuando por lo general se halla en los patios traseros. El baño estaba afuera cuando por lo general se halla adentro. La conmovían más particularidades de pobreza; sin embargo había algo en ella que me hacía sentir una princesa. Su recuerdo llega ahora hasta mi olfato, hasta mi piel y me inunda la vista, sólo me alcanza con entornar los ojos y viajo hasta allí; era su patio del fondo del que hoy agradezco que mi padre jamás cortara las malezas, a pesar de que eso fuera motivo de discusión con mi madre, porque entre ellas crecía un tesoro. Se llenaba de manzanillas que alcanzaban una altura exagerada, quizás para mí que era aún una niña. Lo hermoso y exultante de eso era que me llegaban hasta los hombros, podía perderme caminando entre ellas porque crecían con descaro. Llenaban mi mundo de luminosos blancos y amarillos, de un perfume dulce y a la vez salvaje y penetrante. Yo tenía un juego o una costumbre que consistía en caminar lento, pausadamente, con los brazos extendidos a la altura de los hombros, las manos abiertas y dejar que fluya el roce de las pequeñas florcitas con mi piel y que el abundante aroma que desprendían por el contacto y el movimiento inundara mi nariz. Lograba saciar toda mi inocencia y me permitía sentirme un ángel o una princesa que habitaba otro mundo, solitario y bondadoso. Él ostentaba bondad, allí nada podía hacerme daño. El tiempo perdía toda forma y posibilidad. Éramos las manzanillas y yo. Las sensaciones y mi paz.

A ese mundo de niña recurro a veces cuando a éste, al que habito, lo siento cruel, desanimado, opaco y amenazante.

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