Un resorte, una voz que suena, mi voz; y al mismo tiempo, un pensamiento que se enreda en ella: “Llego tarde”

Intento abrir los ojos y no soy capaz. Siento el miedo de no poder salir del sueño. Si no salgo de él… ¿Qué me deparará?, ¿dónde me buscarán los demás? No sé si podrán encontrarme. Mis párpados se agitan y gritan: “Venga, un esfuerzo más”. Sudando, llena de agitación he logrado encontrar la puerta que me lleva a la realidad. Con mucho esfuerzo se descorren las persianas de mis ojos. Te miro a mis pies. Duermes.

Tiemblas, gimes, tus patas se mueven como si se pudiera correr echado en la alfombra. Te observo y desearía saber qué estás soñando. ¿Habrá algo de ti que yo no sepa y te haga soñar de esa forma? ¿Será que en tus sueños hay pájaros volando? Quizás, intentas atraparlos cómo haces cuando paseamos juntos, saltando y profiriendo grititos de excitación. Después de un rato, te quedas inmóvil, me tranquilizo. Sueñas en ese momento de una forma sosegada así que yo; necio de mí, pienso que de alguna forma he tenido que ver en eso.” No he llegado tarde”- me digo.

Un rato antes de abrir esa puerta, me encontraba en otro sitio. No sé cuánto tiempo ni por dónde estuve. No reconocí ningún reloj allí. Estoy segura de que si los hay, éstos no avanzan hacia la derecha, sino que se mueven de forma indiscriminada. La manecilla grande permanece quieta  señalando imágenes a ratos y es su hermana pequeña, frenética, la que se mueve con nuestras emociones.

Sentí el viento en mi cara, eso sí lo recuerdo; miré hacia abajo, volaba. Era un pájaro…

Me levanto del sofá y ese sexto sentido que tienes, hace que abras los ojos al mismo tiempo. Te levantas, me sigues cómo el amigo fiel que eres. Salimos al jardín. ¡Es la hora de nuestro paseo! Correteas y el movimiento de tu rabo continuo habla de felicidad. Después, apareces con un palo en tu boca (yo lo llamo “tu buzón de la sonrisa”).Es la forma qué tienes de decirme que quieres jugar. Mientras sonrío.

Observo una mariposa que ajena a todo va volando nerviosa sin encontrar dónde quiere quedarse. Ella atrae toda mi atención. ¡Tan grande! Blanca con rayas negras. Sus líneas son tan misteriosas cómo lo son los trazos de tinta que alguien deja en un cuaderno abierto y que después de un tiempo encuentras por casualidad. Me pregunto qué quiso pintar y porqué no siguió.

Intento saber por qué me resulta conocida y si ese aleteo nervioso me indica algo. Me quedo analizándola, pensando dónde la he visto antes. Mariposa inoportuna, qué quieres decirme.

Sigo mi recorrido, ella en zigzag, tú en línea y yo en el medio. Intuyo entonces la presencia de un cuarto. No logro verle pero yo sé que está.

Seguimos nuestro camino habitual, siendo consciente de que hay alguien más. Ella dibuja algoritmos en su vuelo, él semirrectas, el cuarto es una incógnita y yo intento interpretar cada uno de ellos mientras paseo.

Parecemos las cuatro sotas de la baraja. Los bastos, eres tú, mi fiel compañero; oros, mi nueva amiga voladora, copas; tú, sea quien seas y esas espadas que quedan, esas me corresponden a mí.

Mientras paseamos siento que formamos un todo. Sea quien seas estás unido a nosotros. ¿Quién puede jugar con una baraja si falta una figura aunque ésta sea la sota?

Entra una ráfaga, siento que algo se ha apoderado del jardín. Es el miedo que cómo el quinto invitado se ha colado hasta aquí. Los colores de las flores se desvanecen, han dejado de cantar, tampoco las hojas muestran su brillo, ya no bailan y el sol se ha apagado, se ha escondido. Tengo frío.

La pequeña “Trazos de línea” se queda parada en un arbusto, el animal alza sus orejas extrañado y yo siento el peligro. ¿Y tú?

Entonces entiendo que el miedo proviene de ti. Parada, temblando, me dirijo hacia la nada. “Dime qué te pasa. No sé cómo ayudarte”.

El silencio es sólo la respuesta. Llena de agitación, presa del pánico te busco para llevarte conmigo, cobijarte, arrullarte. Ahora soy yo la que voy de un lado a otro por el jardín cómo si fuera una mariposa, dando tumbos, intentando encontrarte. Los otros dos me siguen. Desesperación y más desesperación.

El sol sigue escondido y me pregunto si siente lo mismo que yo. Mis manos abren arbustos, tiran de las ramas, cogen y sueltan las piedras. Quisiera levantar todo el paisaje para poder encontrarte. Te nombro sin saber cómo llamarte ni cómo eres .Unas lágrimas resbalan por mis mejillas sin poder evitarlo.

Entre mi tristeza, mis ojos húmedos, atónitos, reconocen ahora mi cama. A mis pies, mi fiel amigo duerme de una forma plácida. No he llegado tarde.

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