Construcción del Tercer Templo

Construcción del Tercer Templo

CONSTRUCCIÓN DEL TERCER TEMPLO

Israel puede iniciar la construcción del Tercer Templo en Jerusalén

Autor: Aníbal Alberto Baigorria


By Aníbal A. Baigorria

Copyright 2020 Aníbal A. Baigorria

Special Edition


Índice:

Prólogo

Un poco de Historia. El primer Templo de Jerusalén

El segundo Templo de Jerusalén

Herodes el Grande

Jerusalén y sus habitantes

Arqueología hebrea

Flavio Josefo

Fuerte Antonio o Antonino

Ubicación exacta del Templo de Salomón

Siloé

Estructura edilicia del Templo de Salomón

Resumen

Conclusión

Biografía del autor

Contacto

Nota de Licencia



Prólogo

Pocos años después de finalizada la Guerra de los Seis Días, que transcurrió durante el mes de junio de 1967, se llevaron a cabo negociaciones entre las partes que culminaron, en 1978, en los acuerdos de “Camp David”, en los Estados Unidos de América.

La guerra enfrentó al joven estado de Israel en contra de una coalición árabe, sus atacantes, integrada por la República Árabe Unida (Egipto por entonces), Siria, Jordania e Irak. Luego de la aplastante victoria militar judía se instauró, en toda la tierra de Palestina, una nueva disposición geográfica y límites de territorios nacionales. Israel se había extendido pavorosamente por todo medio oriente, incorporando zonas como: los Altos del Golán, la península del Sinaí, la Franja de Gaza y, emulando al reino de David de antaño, en Cisjordania ocupó a pleno la llamada Jerusalén oriental.

Las agudas desavenencias entre las potencias beligerantes desembocaron en otra guerra que también culminó, luego de brutales batallas en tierra, mar y aire, en una nueva victoria israelí.

Fue entonces que, debido a los tratados de 1978, la nación hebrea devolvió el Sinaí a Egipto; mientras que los Altos del Golán y toda Jerusalén Este, pasaron a formar parte integral de la organización administrativa judía. Fueron considerados parte de Israel formalmente. En 2005, en un acto unilateral, se retira de los asentamientos de la Franja de Gaza.

Algunos generales hebreos en aquellos días, motivados por la euforia de su determinante éxito castrense, insinuaron, desde el mismo suelo de Jerusalén, que ya estaban en condiciones de derribar las mezquitas musulmanas, la Cúpula de la Roca y Al-Aqsa, para comenzar las obras de construcción de su Tercer Templo.

Intrincados procesos políticos, sumados a la amenaza de una guerra general en todo Oriente Próximo, hicieron que la Organización de Naciones Unidas, incluidos los Estados Unidos, convencieran al estado israelí de desestimar dichos planes, al menos por el momento.

Todo el mundo dio por descartado que el emplazamiento del Tercer Templo de Jerusalén debiera darse en el llamado “Monte del Templo”. Pero, ¿y si aquel no fuera en verdad el verdadero sitio donde el gran rey Salomón construyó el templo? ¿Qué datos científicos e históricos avalan dicha creencia y aseveración? ¿Fue en realidad allí donde Dios mandó construirlo?

En este libro les comparto, queridos lectores, una investigación profunda, con datos fidedignos y verdaderos, acerca del lugar exacto donde debe de erigirse el Tercer Templo judío de Jerusalén. Corroborados con precisión histórica, y hallazgos arqueológicos de dimensiones invaluables. Espero que disfruten de esta presentación.

Muy cordialmente: El autor




Un poco de historia

El primer Templo de Jerusalén

Moisés era un gran profeta de Dios, es decir, hablaba, proclamaba y ordenaba en su Nombre. A su mando, el pueblo de Israel salió de tierras egipcias y se dirigió, no sin grandes contratiempos, hacia el desierto de Arabia, en busca de la tan ansiada Tierra Prometida.

En el transcurso de dicha travesía, Dios le dictaminó a Moisés una serie de extensas ordenanzas, que el pueblo en su conjunto debería cumplir a rajatabla, en todos los órdenes y aspectos de sus vidas. Incluyendo diversas ceremonias conmemorativas y de uso cotidiano especificadas al mínimo detalle. Para dichas ceremonias y simbolismos, los hebreos deberían construir ciertos artefactos y elementos para ser utilizados posteriormente, también detallados con suma precisión e, inclusive, con medidas y formas de elaboración exactas.

El más importante de todos era el “Arca del Testimonio”. Una caja de madera con sus medidas exactísimas, revestida en oro por dentro y por fuera. En cuya tapa o “propiciatorio” se hallarían, luego de meticulosos trabajos, dos figuras de ángeles con alas, uno frente al otro. Desde ese mismo lugar, desde sobre el arca, Dios le hablaría a Moisés directa y personalmente.

Durante el viaje el arca era transportada a través de dos varas de madera, también revestidas con oro, que engarzaban por entre cuatro aros del metal precioso, empotrados en los respectivos costados. Para los descansos y acampes, se construyó una tienda o carpa muy especial, que contenía al “Arca” y al resto de los innumerables utensilios, mobiliarios y enseres de reciente adquisición.

Por muchos años esta disposición edilicia permaneció de esta manera. Los ritos y simbolismos que se efectuaban en el “Tabernáculo”, nombre dado a la tienda de cortinas especiales, eran ejecutados siempre de la misma manera, no importa quiénes fueren los protagonistas.

Posteriormente, en los tiempos del rey David, los israelíes, asentados en lo que hoy conocemos como Palestina, conquistaron la ciudad de Jerusalén de los jebuseos. El propio rey David encabezó la victoriosa expedición, que concluyó con la toma de la famosa fortaleza de “Sion”, rebautizada por él mismo como “Ciudad de David”.

Tal era su fe, fidelidad y amor hacia Dios, que David se propuso construir una “casa de material” para Dios; un Templo, de piedra y materiales preciosos, en donde depositaría el “Arca del Testimonio” y demás enseres, que aún permanecían en las tiendas del “Tabernáculo”. El edificio sería erigido dentro de la nueva capital hebrea: Jerusalén.

No obstante las buenas intenciones del rey, Jehová Dios le negó su pedido, puesto que David, aparte de ser un buen hombre, consagrado, honesto y fiel, era un temible guerrero, experto en batallas y estrategias militares, valiente en extremo; en fin, un hombre de guerra. Y Dios quería que su Templo fuera construido en tiempos de paz, por gente de paz. Eso mismo sucedió más tarde con el advenimiento al trono del hijo de David, Salomón.

Ilustración 1 Templo de Salomón

* * * *

Allá por el siglo X a. de C. (hace más de tres mil años), Salomón concreta las aspiraciones de su padre, y manda construir el majestuoso Templo de Jerusalén (Primer Templo), en tierras de la homónima ciudad.

Dicha construcción fue sencillamente magnífica. Diversidad de materiales de excelentísima calidad fueron utilizados para la gigantesca obra. Piedras cortadas a medida, madera de cedro en cantidad, labrados monumentales en fundición de bronce, oro, plata y demás metales preciosos en abundancia. Debemos recordar que, en aquella lejana época, el reino hebreo de Salomón era una potencia regional, esplendorosamente rica, próspera y muy reconocida y temida por los reinos a su alrededor.

En efecto, los sueños del gran David se hicieron realidad por el año 960 a. de C. El Templo de Jerusalén fue terminado luego de varios años de ardua labor. Los mejores especialistas intervinieron en el proyecto, artesanos, canteros, carpinteros, leñadores del Líbano, incluso intérpretes de la ley y escribas.

Las dimensiones del edificio no fueron tomadas al azar; cada habitación, cada elemento, incluyendo las alturas del techo, eran estrictamente dictaminadas por Dios mismo. El aposento más especial y único de todos, se denominó: “Lugar Santísimo”. Allí fue situada el “Arca del Testimonio”, la cual contenía en su interior las Tablas con los diez mandamientos, escritos por Dios en persona; la “vara de Aarón”, que era utilizada por Moisés para los diversos milagros; y una porción de “Maná”, el pan del cielo que alimentaba a los israelíes durante el viaje hacia “Tierra Santa”. El “Tabernáculo” de los tiempos de Moisés, fue suplantado por aquel maravilloso edificio, hecho según las medidas consignadas. La “adoración” y demás ritos establecidos en “la Ley”, ahora se impartirían en el Templo de Jerusalén, ó también conocido como Templo de Salomón.

El reinado de Salomón se caracterizó por la abundancia de riquezas en todo el país, oro, plata, ganado, agricultura, y sobre todo un comercio sin igual, hasta el momento, con los reinos vecinos circundantes, y otros muchos, no tan cercanos. También fue sublimemente famosa la inteligencia y sabiduría del hijo de David, que lo catapultaron a un reconocimiento sin igual por su genio y maestría en todos los órdenes. Sin embargo, el evento más importante de su extenso reinado fue, sin lugar a dudas, la construcción del Templo de Jerusalén, por el cual sería recordado por las generaciones venideras, inclusive, hasta hoy en día.

El segundo Templo de Jerusalén

Luego de la muerte de Salomón, el Templo de Jerusalén fue saqueado por Sisac (Sheshonq I), en año 925 a. de C. aproximadamente. No obstante, Israel no perdió su libertad nacional, hecho que sí aconteció en la guerra contra Babilonia (587 a. de C.). Nabucodonosor, rey de la emergente potencia mundial e imperio de Babilonia, invadió Judá en su totalidad por segunda vez, y saqueó completamente el Templo de Salomón, robando todos sus materiales preciosos de valor e, inclusive, incendiando por completo el edificio y derribando sus muros de piedra. Todo el oro, la plata, columnas de bronce labrado, etcétera, fueron transportados a la misma Babilonia, junto con el pueblo judío, en condición de esclavos. Los utensilios, enseres y demás elementos que eran utilizados por los sacerdotes en el oficio de las ceremonias, también fueron incautados por el rey extranjero. Sólo a excepción del “Arca del Testimonio”, o “Arca de la Alianza”, (he aquí el gran misterio), cuyo paradero desapareció de las retinas de la historia desde aquellos días hasta la actualidad.

Setenta años después de aquellos fatídicos acontecimientos, bajo el reinado de Ciro el grande, ya en el imperio persa, siguiente al babilónico, un contingente de judíos regresa a tierras de Judá, encabezados por Zorobabel, también Esdras y Nehemías, grandes siervos de Dios. Con Zorobabel, por órdenes de Ciro en persona, regresan también los utensilios y enseres de metales preciosos, que pertenecían a la “casa de Jehová”, para ser debidamente restablecidos.

De inmediato los judíos se ponen mano a la obra para la reedificación del Templo. Pero un sinnúmero de contratiempos hacen que la construcción, en su totalidad, recién estuviera finiquitada en los tiempos de Darío I de Persia, allá por el 516 a. de C. Más de veinte años después del regreso de los israelíes a su tierra en Palestina.

El Segundo Templo de Jerusalén se puso en funcionamiento de inmediato; fue consagrado y habilitado en todas sus ceremonias religiosas. Pero la magnificencia y calidad de sus materiales no se acercaban, ni por asomo, al esplendor del primer Templo. Era mucho más modesto y humilde en sus ornamentaciones. La Biblia cuenta que muchos ancianos, que habían conocido el inigualable primer Templo de Salomón, lloraron de tristeza al ver la flaquedad de la obra del segundo.

El período del Segundo Templo abarca desde el año 516 a. de C. aproximadamente, hasta el año 70 d. de C. Cuando es destruido y demolido por las legiones a órdenes de Tito, general romano.

Ilustración 2 Segundo Templo de Salomón

Anécdota: Según profecías bíblicas del Antiguo Testamento, Jerusalén en su totalidad, y el Templo en particular, serían destruidos hasta sus cimientos por el año setenta d. de C. por un “príncipe” destructor. Pues bien, en esos tiempos, durante la sangrienta rebelión judía a favor de su independencia, el imperio romano, bajo el mandato del nunca bien ponderado Nerón, envía al eficiente y experimentado general Vespasiano al frente de las invencibles legiones para sofocar dicha revuelta. En efecto, los años calendario coincidían estupendamente con la profecía, pero, sin lugar a dudas, el general Vespasiano no era ningún “príncipe”, ni descendía de ningún tipo de realeza o familia de sublime importancia en Roma. Era sencillamente un militar extraordinario, al cual enviaban a cumplir una tarea para la cual estaba cualificado de sobremanera. Sin embargo, durante los años transcurridos en aquella campaña, en la ciudad capital del imperio, en la gran Roma, agrios acontecimientos políticos culminaron con la muerte de Nerón y su posterior sucesión. Por un largo tiempo el gobierno cabecera romano se vio enfrascado en un turbulento período de intrigas y emperadores de corto tiempo; hasta que, finalmente, y bajo la aprobación (o imposición) del ejército en su conjunto, el buen general Vespasiano fue investido, sin más, como nuevo y único emperador de Roma.

¿Y la profecía entonces? Ok. Analicemos. Al ser designado como mandatario total y absoluto, Vespasiano abandonó la campaña contra los judíos en oriente medio, y regresó a Roma vertiginosamente para hacerse de su nuevo cargo. Dejando al general Tito, su hijo, al frente de la tropas que atacaban Jerusalén. Muy bien, sin perder tiempo Tito atacó la ciudad sagrada y, luego de sangrientas batallas, capturó por fin la fortaleza tan deseada. Y no sólo eso, también la destruyó sin miramientos, incluyendo el Templo. Prendió fuego y derribó todo a su paso. Ahora, todos estos terribles hechos sucedieron bajo el mandato del César Vespasiano, el “rey”, y, por lo tanto, el gran Tito, hijo de Vespasiano, entró a Jerusalén cómo “príncipe” de Roma, antes que general. Dando acabado cumplimiento a la vieja profecía.

Ilustración 3 El conflicto fatídico: Judea y Roma

Durante el período del Segundo templo, afloraron en Israel las sectas de fariseos, saduceos, esenios y zelotes, más fanatizados en su independencia política. El liderazgo del pueblo estaba regido por un “zugot”, o pares de líderes, con tinte más bien religioso. Pero siempre bajo mandato de potencias extranjeras.

El judaísmo del Segundo templo se vio afectado y moldeado por una serie de crisis nacionales. Primero, evidentemente, fue la destrucción de la soberanía hebrea a manos de los babilonios, y su posterior desplazamiento a regiones lejanas, en donde se entrelazaron con civilizaciones, costumbres y religiones ajenas a su propia comunidad.

Luego, para mediados del año 332 a. de C. Alejandro Magno derrota a los persas y se establece el imperio griego en la región. Inmediatamente después de su muerte, comienza el período del reino seléucida, una de las cuatro porciones en que el imperio de Alejandro fuera dividido. Allí entonces comienza una vertiginosa influencia helenística en la filosofía y religión judía, que engendra, con un sesgo marcado de violencia, la división entre los judíos “helenísticos” y los judíos “religiosos ortodoxos”, por así llamarlos. Culminando en una revuelta de dimensiones considerables cuando Antíoco IV Epífanes, rey seléucida, prohibió ciertas costumbres y ritos religiosos judíos, desencadenando una furia incontenible por parte de los “ortodoxos”. Los cuales se rebelaron bajo el liderazgo de una influyente familia judía conocida como los “macabeos”. Situación que, aunque parezca increíble, culminó con el establecimiento de un reino de Judea independiente, bajo el mandato de la dinastía “asmonea” o “macabea”, que permaneció en el poder entre el 165 y 37 a. de C.

No obstante estos sucesos, el pueblo judío en general no quería vivir bajo el yugo de un rey, sino bajo el establecimiento de un clero teocrático religioso. Por ello, en poco tiempo estalló una sangrienta guerra civil. Y estos últimos, para lograr una elevación pronunciada de su porcentaje bélico, no tuvieron mejor idea que pedir ayuda a la vecina Roma, potencia hegemónica en franco ascenso por entonces.

Sin perder tiempo, y luego de concretar su conquista de Siria, el general y político romano Pompeyo, dirige sus filas de legionarios hacia Jerusalén, venciéndola con facilidad y terminando el efímero período de independencia de Israel. Desde entonces, luego de algunos tumultuosos acontecimientos, la dinastía asmonea, o macabea, es desintegrada y, más adelante, con el visto bueno del emperador Augusto, se establece a Herodes el Grande como nuevo rey de Judea, por supuesto, pro-romano hasta la médula.

* * * *

Herodes el Grande

Herodes el Grande fue el rey judío en representación de Roma para toda la región de Judea. Para analizar la abundante obra, arquitectónica sobre todo, de Herodes, es necesario e inevitable analizar la situación geopolítica del reino de Judea de aquellos tiempos.

Tanto Siria como Judea, constituían la frontera oriental de todo el imperio romano. Fronteras que peligrosamente lindaban con el imperio de Partia, situado en la Persia actual, cuyas expediciones militares de saqueo y pillaje solían ser bastante frecuentes. Notificados al detalle de esta situación, los líderes romanos instaron a Herodes a establecer a Judea como un estado “tapón” entre ellos y los partos. Previendo y temiendo una anexión general de la zona por parte de estos últimos, poniendo así en riesgo la estabilidad geopolítica de todo el imperio romano.

Con mucha docilidad y pragmatismo, Herodes el Grande cumplió a rajatabla las recomendaciones romanas, y puso manos a la obra. Hizo construir temibles fortificaciones y bases o campamentos militares. Uno de los más famosos fue, por lejos, la aún hoy visitada fortaleza de Masada, motivo innegable, incluso, de muchas películas referenciales al lugar. También mandó erigir fenomenales y, considerados infranqueables, muros de piedra para proteger a Jerusalén de la posible invasión parta.

Junto a lo que se conoce como “ciudad o ciudadela de David”, se edificó una espectacular fortaleza militar llamada “Fortaleza Antonina” o “Fuerte Antonio” (tengamos muy en cuenta este dato para más adelante, puesto que esto es crucial para desenmarañar con justicia el sitio específico de la construcción del Templo de Salomón). Dicho fuerte tenía como finalidad, por su elevación, la vigilancia y probable posterior defensa efectiva de Jerusalén.

Ilustración 4 Herodes el Grande en la Biblia

Es justo especificar y asegurar, por lo tanto, y por los hechos consumados, que Herodes fue un gran constructor, no sólo de edificaciones militares, sino en un sinfín de aspectos que hacían a la vida cotidiana en aquel tiempo. Es indudable que, para congraciarse con el pueblo, el pro-romano rey de Judea construyó incansablemente en materia civil. Incluso el segundo Templo de adoración religiosa fue renovado y mejorado en su totalidad. Dando, ahora sí, aires de sublime grandeza, aunque con un significativo estilo heleno romano, por supuesto. (Este fue el templo, en definitiva, en el cual Jesús de Nazaret haría su presentación al mundo entero).

Poco tiempo después de la muerte de Herodes, el imperio romano tomó el control efectivo y de hecho de la llamada provincia de Judea; aunque la descendencia del fallecido rey, bajo estricta sumisión a Roma, continuó ocupando el gobierno en los distintos territorios gubernamentales en que ésta fue dividida.

Para el año 66 d. de C. el pueblo judío, instigado en principio por las proclamas libertarias de la secta de los zelotes, comienza a levantarse en rebelión contra la ocupación romana. Llegando a exigirles, armas mediante, la retirada completa de sus tropas de territorios judíos. La guerra no se hizo esperar y, de inmediato, el emperador Nerón ordenó al general Vespasiano la represión urgente de dicha rebelión. (Cuestión que fue relatada párrafos anteriores).

Tito, hijo de Vespasiano que, por entonces, año 70 d. de C. vence al ejército hebreo y arrasa definitivamente a Jerusalén, junto con el llamado “Templo de Herodes” (Segundo Templo de Jerusalén), mata a la mayoría de los habitantes y esclaviza a los pocos sobrevivientes. La ciudad es demolida literalmente. Las grandes obras que Herodes el Grande había inaugurado son aniquiladas. El Templo, y toda su majestuosidad, es reducido a escombros, así como todo a su alrededor.

El último reducto de judíos rebeldes se hallaba en la gran fortaleza de Masada. La cual en cierto tiempo es invadida y conquistada, y con ello, el fin de la rebelión judía, y el fin de status de reino semi-independiente para toda Judea.

Ilustración 5 Fortaleza de Masada

* * * *

Jerusalén y sus habitantes

Cuando corría el siglo II d. de C. el entonces emperador romano Adriano, ordenó la reconstrucción de Jerusalén en su totalidad, sobre las ruinas de la anterior; pero, sería una ciudad completa y totalmente romana, a su modo, diseño y estilo. Por supuesto, sin ningún templo judío. Esto desató la última rebelión hebrea en contra de los romanos. La cual fue reprimida de forma no poco violenta y sanguinaria. Ello ocasionó lo que después se conoció como “diáspora judía”, en el año 135 d. de C. donde casi todo el pueblo israelí fue dispersado literalmente hacia todos los territorios del imperio romano; no constituyéndose ya más, como una nación asentada en una cierta geografía específica.

La provincia de Judea, por entonces, fue unificada a otras regiones vecinas, y rebautizada con el nombre de Siria Palestina. Del mismo modo, Jerusalén, la gran capital del rey David, modernizada y romanizada, se le llamó Aelia Capitolina.

A los pocos judíos que quedaban en el lugar se les prohibió terminantemente el ingreso a la recién rebautizada ciudad, a excepción de un día en el año, durante la conmemoración del Tisha B´Av. Un recordatorio que traía a la memoria las grandes desgracias judías, como la destrucción del Primer Templo por los babilonios, la destrucción del Segundo Templo a cargo del general romano Tito, o la “diáspora” hebrea luego de la fallida rebelión del año 135. Al movimiento de “judíos cristianos”, nacidos en el primer advenimiento de Jesucristo, también se le impuso las mismas medidas restrictivas.

La situación no varió hasta la llegada del emperador Constantino I durante el siglo IV. Con la conversión de éste, supuestamente, al cristianismo, el status de los cristianos cambió al instante, al igual que el status de ciudad romana exclusiva de Aelia Capitolina. A los cristianos se les permitió libre entrada y morada en Jerusalén, y se comenzaron a construir variedad de edificaciones con connotaciones religiosas, tales como la denominada Iglesia del Santo Sepulcro, por ejemplo.

Cabe resaltar, con mucha propiedad, que los lugares denominados “santos” durante el mandato de Constantino, fueron adjudicados sin ningún estudio científico, arqueológico o histórico, como pudiera ser el examen de planos y escritos referentes al tema, los cuales, concretamente, no existían. Tanto el denominado “Santo Sepulcro”, o el sitio de “La última Cena” de Jesús con sus apóstoles e, incluso, el famoso “Monte del Templo”, no fueron referenciados crítica y científicamente con pruebas fehacientes; tan sólo se asignaron los títulos, con el fin pragmático de presentar a los fieles y adoradores del “cristianismo del imperio” lugares tangibles a los cuales acudir.

La madre del emperador Constantino, Helena, en sus viajes de peregrinación y “descubrimientos”, situó variedad de acontecimientos bíblicos en lugares geográficos, se diría, prácticamente al azar. En Egipto, por ejemplo, habría fundado una iglesia en el mismísimo lugar de la “zarza ardiente”, donde Dios habló con Moisés proclamándolo su fiel profeta. Y ni hablar de su descubrimiento del “siglo”, la cruz de madera donde Jesús fuera crucificado más de trescientos años antes; por supuesto, en perfectas condiciones y sin ningún indicio que probara tamaña afirmación.

Durante la época del control del imperio bizantino, los restos de tumbas hallados en el lugar datan de cristianos, por lo que se presume que en ese período de preponderancia griega los judíos no ingresaron asiduamente a la ciudad.

Mientras transcurría el año 614, el imperio sasánida conquistó la ciudad luego de un violento asedio. Entre las filas persas se hallaba un contingente de judíos. Ambos grupos étnicos perpetraron una gran destrucción y demolición de muchas estructuras cristianas, y el asesinato de miles de ciudadanos sin compasión alguna. No obstante, las tropas bizantinas del emperador Heraclio recuperaron Jerusalén en el año 629. Rápidamente, en el año 638, un ejército árabe musulmán tomó la sacra metrópoli; instaurando el largo período de los adoradores de Alá sobre la región.

Al denominado “Monte del Templo”, bautizado así ya por tradición desde los tiempos de Constantino, y por su altura geográfica sin lugar a dudas, fue considerado por los musulmanes como un lugar de mucho respeto y religiosidad. Según sus preceptos, su profeta Mahoma habría ascendido al cielo desde allí. El califa omeya Abd al-Malik, construyó un edificio de adoración sobre la cumbre misma del denominado “Monte del Templo”. Dicha estructura se conoce hoy en día como la Cúpula de la Roca.

A partir del año 1099 inicia el siclo de las “cruzadas”. Una serie de campañas militares provenientes de Europa, a iniciativa del papa católico, cuyo objetivo era la recuperación de Jerusalén y sus territorios circundantes, para que estos quedaren bajo la órbita jurisdiccional de los católicos europeos. Dicho fin se cumplió sólo en la primera cruzada, con la incursión de las tropas del noble francés Godofredo de Bouillón; las cuales, presas de un frenesí incontenible y sed de sangre, no tuvieron misericordia por ningún tipo de nacionalidad, masacrando a casi todos los musulmanes y judíos que encontraron a su paso.

Fue instaurado entonces el reino de Jerusalén, a cargo del hermano de Godofredo, Balduino I. Se trajeron habitantes provenientes de innumerables puntos de Europa, inclusive Siria y Egipto, para reemplazar la población que fue eliminada con suma violencia. A partir de aquellos acontecimientos nace la famosa casta de los Templarios, monjes guerreros de costumbres ascéticas, que originariamente fueron creados con la noble intención, a instancias del Papa, por supuesto, de proteger las interminables caravanas de católicos que pululaban hacia y desde Jerusalén.

A través de los populares Templarios (nombre adoptado en honor al Templo de Salomón, el cual, hacía más de mil años que no existía), la difusión de la existencia del “Monte del Templo” se hizo sencillamente incontenible.

Ilustración 6 Caballero templario en Jerusalén

En el año 1187, luego de la batalla de los Cuernos de Hattin, el sultán de Egipto y Siria, Saladino, reconquistó Jerusalén de los cruzados. A partir de entonces, bajo la autoridad y tolerancia de Saladino, los judíos y, obviamente, los musulmanes volvieron a asentarse en la ciudad. Hasta a los católicos ortodoxos se les permitió quedarse y, bajo los términos de la rendición cruzada, los lugares “santos” del catolicismo no fueron destruidos ni profanados, a excepción, claro, de la Cúpula de la Roca que de inmediato regresó a la égida musulmana.

La inescrutable ciudad de Jerusalén, en el año 1517, pasó a ser parte del aguerrido Imperio Otomano, como así toda la zona de Palestina. En el transcurso de los siglos siguientes la metrópoli del gran David, se benefició de un período significativo de paz y adelantos tecnológicos que influyeron notablemente en su estructura edilicia. Fueron construidas variedad de diferentes murallas, barrios e, inclusive, a mediados del siglo XIX se inauguró la primera carretera pavimentada entre Jerusalén y la ciudad de Jaffa.

Por desgracia, ese ciclo de paz culmina con la intervención militar del egipcio Mehmet Alí que conquistó la ciudad. Pronto se les permitió a los judíos la construcción de cuatro importantes sinagogas.

El dominio turco regresó en el año 1840. Y por aquellos tiempos muchos judíos, provenientes de la indestructible Argel y muchas otras zonas del norte de África, se dirigieron a Jerusalén y se instalaron en número cada vez más creciente.

Durante la primera guerra mundial, los ejércitos ingleses entraron victoriosos en Jerusalén al mando del general Edmund Allenby. Fuerzas europeas pisaban, al fin, el suelo de la capital de Salomón luego de las sangrientas cruzadas católicas de antaño. Después de la Gran Guerra, la Sociedad de las Naciones otorgó a Gran Bretaña el protectorado sobre los territorios de Palestina, Transjordania e Irak y, por supuesto, sobre la ciudad de Jerusalén. Allí mismo, en ese lapso trascendental de la historia, comienza la tensión hostil entre la población civil judía y musulmana.

El 14 de mayo de 1948, a instancias de la Organización de Naciones Unidas, queda instaurado, aunque parezca una novela de ficción de un acto imposible hecho realidad, el Estado de Israel en suelo de Palestina. Luego de la desintegración del país a manos de las legiones de Tito primero, y Adriano después, increíblemente, Israel vuelve a constituirse en nación formal y jurídicamente legal. Amén de las represalias militares que prosiguieron, por parte de los países vecinos árabes, que no aceptaban bajo ningún punto de vista tal acuerdo. Sin embargo, nada pudo detener el establecimiento de la nación judía en las tierras donde alguna vez gobernaran los inconmensurables reyes hebreos como David y Salomón, por ejemplo.

* * * *

Arqueología hebrea

Luego de la institución del Estado de Israel en “Tierra Santa”, comienza el sustancioso período de la arqueología judía. En especial al término de la Guerra de los Seis Días, cuyos trabajos de excavación e investigación se expandieron a territorios ocupados tales como Judea y Samaria. Las damas profesionales Kathleen Kenyon y Chrystall Bennet destacan por entonces con múltiples excavaciones en Jericó, Jerusalén, Petra y Ammán.

Lugar definitivo y verdadero donde debe ser construido el Tercer Templo de Jerusalén

En el falsamente denominado “Monte del Templo”, JAMÁS EXISTIÓ NINGÚN TEMPLO.

Luego de los trágicos acontecimientos acaecidos en la guerra de los Seis Días de 1967, donde el Estado de Israel invadió por completo la ciudad de Jerusalén, se comenzaron a realizar innumerables excavaciones y estudios arqueológicos pormenorizados en toda la zona. Infinidad de informes profesionales y serios, dan la tajante afirmación científica de que el Templo de Salomón se disponía claramente en el terreno denominado “Ciudad de David”, y no en el erróneamente titulado “Monte del Templo”.

En tan renombrado monte se hallaba una fortaleza romana llamada Fuerte Antonio. Cuyas dimensiones encajaban perfectamente con los estándares militares romanos de la época. Albergaba aquel formidable bastión estratégico no menos de diez mil soldados, una legión completa, entre soldados profesionales y auxiliares.

Las tradiciones tan arraigadas, a través de los años y de los siglos, de que en el denominado “Monte del Templo” en verdad existió el Templo, se remontan desde los tiempos de la “conversión” del emperador romano Constantino I al cristianismo y, con más énfasis aún, en el tiempo de las cruzadas y la conquista de Jerusalén por parte del noble francés Godofredo de Bouillón; luego de la cual se instituyó a aquella elevación del terreno, por decreto del Papa católico de entonces, como “Templum Domini”, o el “Templo de Dios”. Por supuesto, sin ninguna prueba científica o arqueológica de ningún calibre, sino tan sólo por la imponencia del elevado terreno, las falsas tradiciones, el hecho de que los musulmanes ya consideraran el lugar como “santo”, y, sin duda alguna, la consideración personal así mismo de estimarse indiscutible y con la suma total del poder de decisión.

Al principio de la ocupación musulmana de Jerusalén, el califa árabe Adb al-Malik mandó construir la imponente Cúpula de la Roca, en parte como un monumento conmemorativo de su fe, que estuviera en una ubicación por sobre toda estructura religiosa tanto católica como judía. El califa enmarcaba a su religión como en un estado de perfección superior a la de judíos y católicos. Por ello fue el “Monte del Templo” el lugar elegido para la obra.

Ilustración 7 El Domo de la Roca en Jerusalén

Los historiadores clásicos sitúan al Fuerte Antonio en un rincón pequeño de la explanada. Una construcción de escaso porte que no podría contener más que, tal vez, una cohorte (aproximadamente 480 soldados). Ahora bien, en los tiempos de Jesús en Jerusalén habitaban alrededor de 175.000 personas; número que con facilidad se elevaba a los 300.000 en las principales festividades judías, como por ejemplo, la Pascua. Y los judíos de la época se caracterizaban inefablemente por su propensión a las protestas, disturbios y rebeliones. Cuestión muy bien sabida por los romanos, por lo cual 480 hombre serían por completo insuficientes para repeler grandes disturbios generados por los hebreos.

Podemos verificar algunos de estos números de tropas si vamos a la Biblia e indagamos en concreto. Allí, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en determinada situación, un grupo de exaltados y violentos judíos querían linchar a Pablo de Tarso, el gran apóstol de Jesucristo, hasta matarlo. Sin embargo, gracias a la intervención del tribuno, a cargo de la Fortaleza Antonio, Pablo fue introducido en la misma y puesto a salvo de la turba rugiente. No obstante aquello, informantes le comunicaron al tribuno que más de 40 de los judíos más extremistas, a sabiendas que Pablo sería trasladado, intentarían emboscarlo en el camino y asesinarlo. Inmediatamente el tribuno toma cartas en el asunto. Podemos leer en la Biblia, en el libro de los Hechos, capítulo 23 y versículos 23 y 24, lo siguiente:

“Y llamando a dos centuriones,

tercera de la noche doscientos soldados,

setenta jinetes y doscientos lanceros,

mandó que preparasen para la hora

para que fuesen hasta Cesarea;

y que preparasen cabalgaduras en

que poniendo a Pablo, le llevasen en

salvo a Félix el gobernador.”

Bien, hagamos cuentas. El tribuno envió 470 hombres para custodiar al buen Pablo; pues entonces salta a la vista que en la Fortaleza Antonio era imposible que sólo hubiera una mísera cohorte de 480 soldados. Nunca, en ningún caso, podría haber quedado aquella fortaleza prácticamente vacía. En especial con los miles de posibles revoltosos que los judíos podían convertirse en un instante. Es indudable, cómo está fielmente corroborado, que en el fuerte pernoctaba una Legión completa, es decir, casi 10.000 hombres. Por otro lado, el emplazamiento tenía una ubicación estratégico militar ideal para repeler o resistir, por ejemplo, una invasión a gran escala de los partos, o persas, que constantemente amenazaban las regiones de las fronteras orientales del Imperio Romano. Fue ese, en definitiva, uno de los principales motivos por el cual el rey Herodes el Grande había ordenado su construcción en ese preciso punto geográfico.

Durante la rebelión judía del año 70, cuando el general romano Tito, hijo del César Vespasiano, destruyó e incendió Jerusalén con Templo y todo, hubo un testigo ocular de los terribles hechos acaecidos allí. Su nombre era Eleazar bin-Jari, que luego fuera el comandante de los judíos combatientes de los romanos, en el último reducto rebelde de Masada. Eleazar contó que Jerusalén fue arrasada hasta sus cimientos por completo. Inclusive el Templo, el comandante judío aseveró que fue demolido piedra por piedra (dando testimonio presencial del cumplimiento de la profecía de Jesucristo, que dijo que allí no quedaría “piedra sobre piedra”). Y no quedó nada, especificó Eleazar, excepto el campamento romano (el Fuerte Antonio) que había sobrevivido por encima de las ruinas de la ciudad.

Ilustración 8 Explanada del Monte de Moriah

Otro dato de significancia mayúscula, también en los escritos bíblicos, lo encontramos otra vez en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En la misma situación descripta con anterioridad. Leamos en Hechos capítulo 21 y versículos 30 al 37:

“Así que toda la ciudad se conmovió,

y se agolpó el pueblo; y apoderándose

de Pablo, le arrastraron fuera

del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.

Y procurando ellos matarle, se le

avisó al tribuno de la compañía, que

toda la ciudad de Jerusalén estaba

alborotada.

Este, tomando luego soldados y

centuriones, corrió a ellos. Y cuando

ellos vieron al tribuno y a los soldados,

dejaron de golpear a Pablo.

Entonces, llegando el tribuno, le

prendió y le mandó atar con dos cadenas,

y preguntó quién era y qué había hecho.

Pero entre la multitud, unos gritaban

una cosa, y otros otra; y como no

podía entender nada de cierto a causa

del alboroto, le mandó llevar a la

fortaleza.

Al llegar a las gradas, aconteció

que era llevado en peso por los soldados

a causa de la violencia de la multitud;

porque la muchedumbre del pueblo

venía detrás, gritando: ¡Muera!

Cuando comenzaron a meter a

Pablo en la fortaleza, dijo al tribuno:

¿Se me permite decirte algo? Y él

dijo: ¿Sabes griego?”

En este relato bíblico se describe como en determinado momento, el tribuno ordena a sus soldados llevar a Pablo dentro de la fortaleza. Bien, cuando llegaron a las gradas (escalera de piedra) Pablo era literalmente llevado en andas. Eso quiere decir que, si para regresar a la fortaleza tuvieron que dirigirse a la escalera, para ingresar en la misma debían subir por dicha escalera. Sin lugar a dudas, según lo aquí descripto, sencillamente la Fortaleza Antonio se hallaba en una posición geográfica de mayor altura que la del Templo de Jerusalén. Por ende, el “monte” más alto de ese sector correspondía a la edificación militar, (suficientemente amplia como albergar una Legión romana completa, es decir, por lo menos 10000 hombres).

* * * *

Flavio Josefo

Flavio Josefo fue un historiador judío, perteneciente a la secta de los fariseos. Nació por el año 37 d. de C.de descendencia sacerdotal por parte de su familia. Formó parte en la rebelión contra los romanos y, también, fue uno de sus caudillos, aunque siempre había tenido muy buenas relaciones con el imperio. Inclusive había estado en Roma, y había cosechado amistades y contactos en la misma familia real del emperador Nerón.

En el año 67, al mando de los ejércitos judíos en Galilea a comisión del Sanedrín, y luego de ser derrotado por las huestes romanas, es llevado cautivo delante del mismísimo general Vespasiano, comandante general de la campaña contra Israel. Allí, frente al experimentado militar, Josefo sencillamente le lanzó el pronóstico de que Vespasiano sería césar de Roma; hecho que así ocurrió con certeza pocos años después. Flavio Josefo, conocedor minucioso de las políticas y estratagemas de los patricios y militares de Roma, y de su amplia historia, había dado en el clavo. Se la jugó por completo en vistas de su segura ejecución, y acertó el por entonces increíble vaticinio. La suerte acompañaba a Josefo. Literalmente se pasó del lado de los romanos, siendo un gran hombre de letras e historiador destacado. Por ello, también, fue severamente odiado por sus coterráneos judíos. Sin embargo, eso no quita la firmeza y veracidad de sus escritos, los cuales permanecen hasta hoy en día.

Flavio Josefo, por recomendación de Vespasiano (ya emperador), en el año 69, se gana el perdón de Roma y es incluido en la corte de intelectuales alrededor del general, y príncipe, Tito, hijo del emperador y nuevo jefe de la campaña en Judea y Palestina.

De esta manera, en su carácter de escritor e historiador, Flavio Josefo presenció, delante de sus mismos ojos, la destrucción completa de Jerusalén y de su gran Segundo Templo. Fue testigo ocultar de todos aquellos acontecimientos de destrucción y matanza. Es más, incluso fue el mediador entre los romanos y los ya frágiles defensores de la mítica ciudad.

Según los puntos de referencia citados por Josefo, el Templo de Jerusalén estaba situado sobre el “Arroyo subterráneo de Gihón”, en donde se disponían una serie de cuevas, subterráneas también. Ese lugar era reconocido como la “Ciudad o Ciudadela de David”, primera fortificación del “Monte del Templo” verdadero. Luego, en tiempos de los reyes macabeos, se construyó, más hacia el norte, un palacio con connotaciones militares y estratégicas. Dicho palacio, pasado el tiempo, fue íntegramente reformado por el rey Herodes el Grande, y convertido, junto con el terreno a su disposición, en un formidable campamento romano rodeado de fuertes murallas. A tal emplazamiento se le denominó Fuerte Antonio, o también conocido como Fuerte Antonino, en honor a un gran amigo de Herodes (amigo políticamente muy conveniente), de nombre Marco Antonio, fiel general y subordinado del gran Julio César en todas sus campañas, hasta su trágico asesinato.

El Fuerte Antonio podía albergar con comodidad una Legión completa, con sus asistentes y auxiliares, es decir, alrededor de 10000 soldados. Necesarios para la defensa en caso de un ataque proveniente del exterior, o de revueltas internas, muy comunes entre los judíos por aquellos tiempos.

Estas características edilicias y de verdadera ubicación del Templo y del fuerte romano, también fueron evidenciadas por otros testigos oculares que escribieron al respecto. Entre ellos, Aristeas, de Egipto, que vivió unos trescientos años antes de Josefo; y luego el historiador romano Tácito (115 d. de C.), que redactó el testimonio de testigos presenciales antes del año 70, año de la destrucción total de Jerusalén.

Josefo declaró enfáticamente, a través de sus escritos, que el Fuerte Antonino fue construido sobre un sector al norte del Monte del Templo, con muros formidables de piedra labrada, y que éste dominaba el terreno por el techo del Templo. Es más, desde el norte era imposible divisar el Templo, porque la imponente edificación romana cubría el paisaje debido a su tamaño. También aseveró que el fuerte fue construido sobre una saliente de piedra natural en la cima de aquel monte, e incluso alrededor de dicha saliente. Era sencillamente una estructura militar monumental e intimidante. Luego, muchos años después, sobre esa plataforma de piedra sería construida la mezquita musulmana del Domo de la Roca.

Flavio Josefo también describió con detalles características edilicias del fuerte romano, que le daban facilidad de ocupación tanto al mismo Templo, como a cualquier tipo de revuelta o inconveniente que surgiera en la misma Jerusalén. De ninguna manera, como se asevera hoy en día, arraigados en tradiciones y costumbres más que en la verdad, el majestuoso Fuerte Antonio pudo haber sido una pequeña edificación de guardia, en un rincón olvidado, y conteniendo no más de 500 legionarios. Número ridículo para repeler, por ejemplo, algún disturbio o rebelión que pudiera ocasionarse en Jerusalén, capital judía por entonces, de quizás más de un cuarto de millón de personas; cuya cantidad se llegaba, y se traspasaba, durante las festividades judías tales como la Pascua, por citar un ejemplo.

* * * *

Fuerte Antonio o Antonino

Comenzando desde el año 1967, durante el cual el joven estado de Israel actual tomó posesión concreta de Jerusalén, las excavaciones y estudios arqueológicos en la zona, se incrementaron en forma sustancial. Se descubrió, en uno de los tantos trabajos de estudios científicos, que debajo del muro occidental existía un anfiteatro romano. Por lo tanto, el afamado muro jamás perteneció a la estructura edilicia del Templo.

Por debajo del erróneamente titulado “Monte del Templo”, los romanos construyeron sofisticadas cisternas que eran provistas de agua desde Belén. Líquido elemento que se contenía de forma estancada en los diversos piletones, para luego ser utilizado para las necesidades de las tropas del imperio. Modalidad que es imposible que hubiere sido utilizada en los servicios del Templo hebreo, puesto que estos servicios y ceremonias, en donde se mataban animales perpetrando un derrame constante de sangre, requería de un fluido constante de agua, es decir, agua en movimiento o agua corriente; de ninguna manera los sacerdotes judíos se hubieran atrevido a utilizar agua estancada, contraviniendo sus propios preceptos, costumbres y mandamientos.

Las dimensiones prácticamente estándares de los fuertes romanos, para albergar una Legión completa (8000 a 10000 hombres), se adecúa de maravilla en las hectáreas que corresponden al lugar donde se sitúa la Cúpula de la Roca.

El historiador Flavio Josefo afirmó, categóricamente, que el Fuerte Antonio era de magnitud mucho mayor que el Templo de Salomón, y mucho más predominante en el área. Esto era así, sin incertidumbre alguna, puesto que la política de Roma en aquellas regiones de oriente, era demostrar enfáticamente que las legiones invencibles del César tenían preponderancia por sobre cualquier ciudad, ejército o religión extranjera. A la manera de una exclamación silenciosa a través de sus monumentales edificios, y de su estricta disciplina, sobre todo, militar. Aquella exclamación diría, algo así como: “¡Aquí mando yo!

Lamentablemente, aún en la actualidad, se sigue denigrando a Josefo en sus escritos, debido a que en aquella lejana época, el historiador judío se pasó literalmente al bando de los romanos, en contra de su propia nación, Israel. Pero ese acontecimiento no invalida, de ninguna manera, sus afirmaciones, testimonios y libros escritos. En especial a lo referente a localizaciones de estructuras en la geografía de Jerusalén; ¿Cuál sería el sentido de hacerlo? Tal vez, (como muchos historiadores de entonces), quizás haya exagerado en algunas circunstancias de hechos acaecidos, en especial, cuando le tocó ser protagonista de sus propias historias personales relatadas. Exagerando un poco, tal vez, su propia autoestima, valor y determinación en ciertos momentos que dejan cierta duda. Pero, ¿mentir acerca de la posición cardinal del Templo judío y del fuerte romano? Imposible.

Alrededor del año 1973, un historiador judío construyó una maqueta a escala, supuestamente, de la ciudad de Jerusalén en el siglo I d. de C. En ella se observa al Templo, predominante en la explanada del monte, y a la Fortaleza Antonio, de mucho menor porte, en un costado de la muralla. Esto, al pasar los años, quedó como un “modelo” aprobado de las características edilicias del lugar por entonces. Incluso, muchos libros de texto e imágenes dibujadas hacen copia de este modelo. Propuesta que es improbable y, digamos, fácilmente rebatible.

Ilustración 9 Maqueta explanada Templo de Jerusalén

En su descripción del Fuerte Antonino, (habiéndolo visto con sus propios ojos), Flavio Josefo asevera que el mismo se situaba sobre una roca de unos veintitrés metros de altura, sobre un gran precipicio. Según él, tenía las comodidades de las ciudades, muchos cuartos y divisiones, espacio para campamentos, con patios y sitios de baño. Murallas de dieciocho metros la rodeaban y cuatro torres descomunales para vigilancia. El Templo, al sur de ella.

Las excavaciones realizadas debajo del afamado e incorrecto “Monte del Templo”, donde se sitúa la mezquita musulmana, se hallaron incontrastablemente lo siguiente: una casa de baños romanos; una panadería romana, piedras inscritas de cerámica y vasijas de piedras romanas; sellos de piedra y amuletos romanos; miles de monedas, por supuesto, romanas. Nada se halló en esas excavaciones que delataran que en aquel sitio, alguna vez, se erigiera algún templo de ninguna clase.

El historiador Eusebio (siglo III d. de C.), describió que el lugar donde estaba el Segundo Templo de Jerusalén, los romanos lo habían convertido en un vertedero de basura. Sin embargo, en las actuales excavaciones bajo el falso “Monte del Templo”, no se halló nada referente a la basura en sus pedregosas entrañas, (sí se halaron miles de pruebas fehacientes de la presencia de romanos en el lugar). En oposición a lo ocurrido en estudios arqueológicos realizados en el monte más al sudeste, donde se hallaron varios lugares otrora tiempo depositarios de basura.

Ubicación exacta del Templo de Salomón

Los montículos o elevaciones del lugar en cuestión son tres: Sion, Ofel y Moria. Todos los historiadores de la antigüedad testifican que, por debajo del templo, se asistía con agua circulante a los oficios de los sacerdotes. En concreto, el santo edificio había sido construido sobre el arroyo subterráneo de Gihón, con diversas cuevas subterráneas por la zona, y a más de 400 metros de distancia de la ubicación de la saliente de piedra que sostiene la Cúpula de la Roca.

En particular, el historiador romano Tácito, aseguró que el Templo de Jerusalén poseía una fuente de agua natural fluyendo desde su interior (fuente de Gihón o Siloé). Dicho manantial sólo pertenece a la zona de la Ciudadela de David, y a ningún otro lugar de Jerusalén; mucho menos a la saliente rocosa más al norte.

La Biblia testifica lo siguiente:

“Y el ángel de Jehová ordenó a Gad

que dijese a David que subiese y

construyese un altar a Jehová en la

era de Ornán jebuseo.

Entonces David subió, conforme

a la palabra que Gad le había dicho

en nombre de Jehová.

Y volviéndose Ornán, vio al ángel,

por lo que se escondieron cuatro hijos

suyos que con él estaban. Y Ornán

trillaba el trigo.

Y viniendo David a Ornán, miró

Ornán, y vio a David; y saliendo de

la era, se postró en tierra ante David.

Entonces dijo David a Ornán:

Dame este lugar de la era, para que

edifique un altar a Jehová; dámelo

por su cabal precio, para que cese la

mortandad en el pueblo.

Y Ornán respondió a David: Tómala

para ti, y haga mi señor el rey lo

que bien le parezca; y aun los bueyes

daré para el holocausto, y los trillos

para leña, y trigo para la ofrenda; yo

lo doy todo.

Entonces el rey David dijo a Ornán:

No, sino que efectivamente la

compraré por su justo precio; porque

no tomaré para Jehová lo que es tuyo,

ni sacrificaré holocausto que nada me

cueste.

Y dio David a Ornán por aquel lugar

el peso de seiscientos ciclos de oro.

Y edificó allí David un altar a Jehová,

en el que ofreció holocaustos y

ofrendas de paz, e invocó a Jehová,

quien le respondió por fuego desde

los cielos en el altar del holocausto.

Entonces Jehová habló al ángel, y

este volvió su espada a la vaina.”

1 Crónicas 21: versículos 18 al 27

“Y dijo David: Aquí estará la

casa de Jehová Dios, y aquí el

altar del holocausto para Israel.”

1 Crónicas 22: versículo 1

Varios aspectos, muy relevantes, de este relato bíblico podemos hacer notar. Principalmente al hecho de que el buen Ornán, fiel ciudadano y muy respetuoso de su rey y de Dios, estaba cosechando un lugar sembrado con trigo. El exacto y mismo lugar donde el rey David, a instancias de Dios mismo por la palabra de su mensajero profeta Gad, construyó de inmediato un altar en el cual ofreció holocausto, o la muerte de un animal, en señal de arrepentimiento y fidelidad al Eterno.

Fue allí entonces, en ese preciso punto geográfico, donde el gran rey hebreo decidió construir una “casa” para Dios; lo que significaría, en definitiva, la construcción del Templo de Jerusalén.

Otro aspecto, y no menos importante, a tener en cuenta en las Escrituras citadas, es que el agricultor Ornán estaba trabajando su tierra. Tierra fértil y blanda como para realizar una siembra y posterior cosecha. En ningún modo alguno, bajo ninguna circunstancia, Ornán pudo estar trabajando sobre una saliente de piedra natural, como lo es el lugar donde se encuentra la Cúpula de la Roca.

En concreto, el Templo de Salomón estaba ubicado sobre la elevación de Ofel, sobre la zona de recorrido del manantial de Gihón o Siloé, al sudeste de la saliente rocosa.

Uno de los tantos arqueólogos encontró, en la zona de la Ciudadela de David, una campana dorada pequeña. Artefacto utilizado por los sacerdotes judíos en sus ministraciones.

“Harás el manto del efod todo de azul;

y en medio de él por arriba habrá

una abertura, la cual tendrá un borde

alrededor de obra tejida, como el

cuello de un coselete, para que no se

rompa.

Y en sus orlas harás granadas de

azul, púrpura y carmesí alrededor, y

entre ellas campanillas de oro alrededor.

Una campanilla de oro y una granada,

otra campanilla de oro y otra

granada, en toda la orla del manto

alrededor.

Y estará sobre Aarón cuando

ministre; y se oirá su sonido cuando

él entre en el santuario delante de

Jehová y cuando salga, para que

no muera.”

Éxodo 28: versículo 31 al 35

En todas y cada una de las excavaciones arqueológicas, de antaño y actuales, en la saliente rocosa que sostiene la Cúpula, jamás se encontró, ni por asomo, ningún elemento de ninguna clase que hiciese referencia a las actividades del Templo judío. Descubrimientos que sí, en gran escala y de mucha diversidad, se presentaron en la zona de la Ciudad de David y la elevación de Ofel, en cercanía concreta al Monte Sión, tan mencionado en la Biblia por Dios mismo.

Ilustración 10 Sitio exacto de la ubicación de la Fortaleza Antonia en Jerusalén ( Nótese la dimensión de la explanada que se ajusta a la perfección a la de un campamento romano )

Siloé

El renombrado Estanque de Siloé se halla localizado por fuera de los muros de la llamada Ciudad Antigua. Es un estanque tallado en la roca por el sur de la Ciudad de David. Era alimentado por las aguas de la Fuente de Gihón, un manantial que fluye de forma natural.

Aquella agua corriente, dulce y cristalina, era ideal para el baño ritual judío, y para todas las actividades concernientes a las ceremonias de sacrificios de holocaustos y ofrendas en el Templo. En la saliente rocosa más al norte, jamás se halló nada parecido a un manantial natural; sólo piletas romanas de agua estancada, muy necesarias para la vida cotidiana de una Legión completa, que por entonces allí habitaba.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hacen referencia importante del Estanque de Siloé. El libro de Isaías hace mención del mismo, y su localización; en tanto que el mismo Jesús hubo de realizar milagros de salud maravillosos en ese sitio de líquido elemento.

En los libros del Antiguo Testamento, invariablemente, se da por descontado la presencia del curso de agua y la existencia del manantial que lo nutre naturalmente. Es indiscutible que, para el servicio del Templo de Salomón, los sacerdotes de varias generaciones se hicieron de los servicios y comodidades higiénicas que tal manantial brindaba.

“Tus hermosos valles fueron llenos de

carros, y los de a caballo acamparon a

la puerta.

Y desnudó la cubierta de Judá; y

miraste en aquel día hacia la casa de

armas del bosque.

Visteis las brechas de la ciudad de

David, que se multiplicaron; y

recogisteis las aguas del estanque de abajo.”

Isaías 22: versículos 7, 8 y 9.

“Por cuanto desechó este pueblo las

aguas de Siloé, que corren mansamente,

y se regocijó con Rezin y con el hijo

de Remalías;”

Isaías 8: versículo 6

“Respondió él y dijo: Aquel hombre

que se llama Jesús hizo lodo, me

untó los ojos, y me dijo: Vé al Siloé,

y lávate; y fui, y me lavé, y recibí

la vista.”

S. Juan 9: versículo 11

El Templo de Salomón fue construido por directivas y mandamientos muy precisos, por parte de Dios mismo. Toda su planificación, dimensiones, estructura, columnas, puertas, etcétera, no se crearon al azar, sino que provinieron del Altísimo. Incluso el mobiliario y demás artículos, tanto de decorado como de utilización para los ritos, estaba fielmente detallado en su elaboración y posterior uso.

Tal magnífica edificación de piedra, madera, oro, bronce y demás materiales, tenía un sentido muy particular; un sentido y simbolismo espiritual concreto. El Templo de Jerusalén representaba un microcosmos del cielo y de la eternidad. Un símbolo, o maqueta de material, del Templo original, situado en el cielo mismo, rodeado por sinnúmero de ángeles, y con la presencia del mismo Dios Eterno en él. Todas las características y ambientaciones de la obra arquitectónica terrestre, en sus más mínimos detalles, estaban realizados según el “modelo” del celestial.

“Me hizo volver luego a la entrada

de la casa; y he aquí aguas

que salían de debajo del umbral de

la casa hacia el oriente; porque la

fachada de la casa estaba al oriente,

y las aguas descendían de debajo,

hacia el lado derecho de la casa, al

sur del altar.

Y me sacó por el camino de la

puerta del norte, y me hizo dar la

vuelta por el camino exterior, fuera de

la puerta, al camino de la que mira al

oriente; y vi que las aguas salían del

lado derecho.”

Ezequiel 47: versículos 1 y 2.

“Después me mostró un río limpio

de agua de vida, resplandeciente

como cristal, que salía del trono de

Dios y del Cordero.”

Apocalipsis 22: versículo 1

“Acontecerá también en aquel día,

que saldrán de Jerusalén aguas vivas,

la mitad de ellas hacia el mar oriental,

y la otra mitad hacia el mar occidental,

en verano y en invierno.”

Zacarías 14: versículo 8

Como vemos en estos textos sagrados, el asunto del manantial de agua pura que fluye desde el Templo, no es un asunto poco importante. No solamente dicho manantial era imprescindible para las tareas cotidianas de higiene de los sacerdotes, y otras tareas simbólicas, sino que también era, dicho afluente cristalino, una representación o ejemplificación del “Río de Agua de Vida” que fluye desde el Templo original presente en el cielo.

Aquel afluente de agua natural, por los tiempos del Primer y Segundo Templo de Jerusalén, estaba a justa y corroborada disposición para la zona de la elevación de Ofel; lugar preciso y verdadero de construcción y ubicación del edificio santo. Sin embargo, distaba a no menos de 300 metros de la saliente rocosa, donde yacen impertérritas las obras de la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa. Y en cuyas excavaciones zonales arqueológicas jamás se halló señal alguna de la presencia de manantiales o afluentes naturales de agua limpia y potable.

Ilustración 11 Estanque de Siloé – Manantial de Gihón

* * * *

Estructura edilicia del Templo de Salomón

El rey David, luego de muchos años de intensos acontecimientos, sobre todo guerras y enfrentamientos con reinos vecinos (a los cuales venció a todos y cada uno sin excepción alguna), decidió, por sí mismo, viendo el crecimiento sin freno de su nación hebrea, realizar un censo de población; contar a sus ciudadanos persona por persona. Cuestión que Dios había prohibido terminantemente.

La idea de David era saber con certeza cuál era el número de los hombres fuertes en Israel “que sacaban espada, o mejor dicho, que estaban aptos para la guerra en aquellos peligrosos tiempos. El rey hebreo, experimentado militar y estratega, no quería dejar ningún detalle, en lo referente a la defensa de la nación, librado al azar. Por ello fue que encargó a sus generales, en un remanso de paz entre múltiples guerras acaecidas, que se pusieran manos a la obra para dicho censo. Sus propios generales intentaron vanamente disuadirlo de tal acto, conscientes y conocedores de las costumbres judaicas, y de sus fundadas sospechas que aquel asunto no caería bien allá en el cielo.

Las acciones militares del ejército de Israel, por entonces, eran extremadamente profesionales, planificadas y ejecutadas de forma muy eficiente por todos sus integrantes. En todos los aspectos, fuesen estratégicos, de suministros necesarios, reclutamiento, inteligencia, etcétera, eran llevadas a cabo con magna eficiencia. Sin embargo, y todos los hebreos estaban perfectamente conscientes de esto, las victorias militares, tanto como los avances de cariz civil, se debían pura y exclusivamente a la voluntad y ayuda por parte de Dios. En muchas situaciones, las tropas judías, estando en franca inferioridad de número y condiciones, resultaron victoriosas. Ello ocurría, sin más, por voluntad y obra de Dios. Como por ejemplo, cuando el adolescente y futuro rey David, venció al gigante Goliat; mucho más fuerte y soldado experto que el jovencito hebreo.

Así que la realización de un censo, un conteo del número posible de reclutas en condiciones de entrar en batalla, era un acto de falta de fe en Dios, sencillamente. Al Altísimo no le importaba la capacidad bélica del pueblo judío para hacerlos triunfar en la guerra, sino que la condición espiritual, y las buenas acciones personales, sazonadas con una buena porción de fe, eran los únicos elementos indispensables para obtener la victoria completa.

Fue entonces que un ángel desciende del cielo y, parado justo sobre el terreno en Ofel que pertenecía a Ornán, el jebuseo, derrama una peste mortal a todo Israel, que dura poco tiempo. Por orden de Dios, el ángel se detiene y la mortandad cesa.

Tanto David, como el propio Ornán, vieron con sus propios ojos al ángel celestial que envainaba su espada. Dicho querubín majestuoso, y brillante como el sol, estaba parado en la era, o campo de Ornán jebuseo, lugar exacto donde, pocos años después, fuera construido el Templo de Jerusalén por orden de Salomón, hijo de David.

El Templo de Jerusalén fue finalmente erigido allá por el año 960 a. de C. Era el sustituto del Tabernáculo, una tienda que contenía el Arca del Pacto, y que era el lugar de adoración de los hebreos desde los remotos tiempos de Moisés.

Entre los extranjeros en Israel se seleccionaron canteros expertos, para que labraran y cortaran las piedras. Se acumularon ingentes cantidades de hierro para la clavazón de las puertas, y para las junturas. Bronce sin medida. Los sidonios y tirios del norte trajeron abundancia de madera de cedro, ciprés y sándalo.

Expertos artesanos trabajaron en la obra, muy duchos en el labrado con oro, plata, bronce, hierro, etcétera. Eficientes escultores y creadores de diversas figuras y diseños.

Todo el envío desde el Líbano, de las cantidades industriales de madera perfectamente cortadas y apiladas, fueron enviadas por la costa del mar en balsas gigantes hasta Jope, y de allí por tierra hasta Jerusalén.

El eje de construcción del Templo estaba orientado de este a oeste. La estructura base, o la “casa” propiamente dicha, según la Biblia, tendría unos 9 x 27 metros en su interior, con una altura aproximada de 13 metros. Sendas columnas adornaban los costados de la gran puerta, la cual estaba enchapada en oro y sus dimensiones oscilaban entre los 4 x 10 metros de alto.

Al entrar por la magnífica puerta dorada, se hallaba una especie de vestíbulo que llevaba, enseguida, a un recinto llamado Lugar Santo, o Santuario. Decorado con variados revestimientos de excelente cedro del Líbano. Algunas ventanas en lo alto permitían el paso de la luz solar.

La siguiente y última habitación, se denominaba Lugar Santísimo, o Santo de los Santos. Era el sitio más preponderante de todo el Templo. Allí se depositó el icónico Arca del Pacto, luego de permanecer por largo tiempo en las tiendas del Tabernáculo.

Para acceder al “Sancta Sanctorum” había que subir unos pocos escalones por una escalera de piedra. El lugar sagrado no poseía una puerta de madera o de ningún otro material, sino que había que atravesar una finísima cortina de tela. Allí, una vez en el año, sólo el sacerdote debidamente designado podía ingresar, y ofrecer los correspondientes holocaustos.

El edificio poseía un patio interno, al cual el común del pueblo podía acceder. Sin embargo, al Templo en sí mismo sólo podían entrar los sacerdotes levitas (de la tribu de Leví, de entre las doce), y, por supuesto, el rey hebreo del momento.

Concluimos entonces, muy firmemente, que es bastante ilógico que un edificio de esas dimensiones, 30 x 10 metros aproximadamente, se sitúe en un lugar en cuya explanada cabría, con exactitud, el campamento correspondiente a una Legión romana (la X décima, en tiempos de Herodes el Grande). Tan necesaria, la magnitud de la fortaleza militar de aquella época, debido a las incesantes revueltas y motines del pueblo judío.

* * * *

Resumen

* La conformidad de que el mal llamado “Monte del Templo” era el lugar de asentamiento del Templo de Salomón, viene, no de conclusiones científicas y arqueológicas, sino de simples tradiciones y costumbres, y de tiranos decretos de Papas católicos de antaño. Cuando, a partir del 1099 d. de C. los cruzados europeos retoman Jerusalén a sangre y asesinatos, el pontífice católico de entonces decreta el sitio donde se hallaba la gran mezquita musulmana, como “Templum Domini” que, básicamente significa: “lugar donde se erigió el Templo de Salomón”. Por decisión pragmática y política de un simple mortal, sin pruebas de ninguna índole.

* Este cúmulo de “mentiras sagradas” viene de los lejanos tiempos del emperador Constantino el Grande y, en especial, de su madre, la perspicaz y famosa Helena. Inauguradores todos ellos de falsos descubrimientos que, a través de los años, se fueron disgregando y acrecentando por todo el mundo. Algunos ejemplos de falsedades los tenemos como dije, sin pruebas fehacientes, en el descubrimiento de lugares específicos, a saber: El monte Sinaí, donde Moisés recibió de mano de Dios las tablas con los diez mandamientos. La zarza que ardió delante de Moisés, en Egipto. El establo en Belén donde Jesús nació. El lugar desde donde Jesucristo, luego de resucitar, ascendió al cielo. Los restos hallados, “milagrosamente”, de la madera de la cruz donde Cristo fuera muerto. El “manto sagrado” por el cual el cuerpo inerte de Jesús fue envuelto por tres días, previo a su resurrección. Incluso, y esto sí está históricamente probado, un simpático sacerdote católico, durante el inicio de las cruzadas, enterró una vieja lanza romana en determinado sitio, para luego él mismo descubrirla. Después, sin más, declaró con fervor que había encontrado la lanza que un soldado romano había utilizado ¡para lancear en su costado a Jesús en la Cruz! Y, por supuesto, agreguemos el sitio donde se ubicaba el Templo de Jerusalén.

Todas y cada una de estas declaraciones, y tantas otras designaciones de lugares en que “pasó tal cosa”, no son más que una sarta de mentiras y elucubraciones. Que por ser añejas no significa que sean ciertas. No son más que mentiras e inventos que se transformaron en costumbres y tradiciones, y en verdades absolutas para quienes las visitan y adoran.

* Durante la ocupación romana de Israel, y en particular de Jerusalén, es francamente imposible que la Fortaleza Antonio haya sido un escaso edificio en un costado de la muralla que rodeaba el complejo del Templo; con una mísera guardia de 400 o 500 hombres. Insuficientes para contrarrestar, por ejemplo, una sedición hebrea de 300.000 personas, número que se llegaba con facilidad en Jerusalén en la Pascua judía. O, ni hablar, de una incursión a gran escala de los partos en suelo romano, como ya había ocurrido en más de una ocasión.

La Fortaleza Antonio estaba ubicada donde hoy se yergue la Cúpula de la Roca. Y contenía, con tropas auxiliares incluidas, más de 10.000 legionarios listos para el combate.

* En las excavaciones arqueológicas modernas, en la zona de esa saliente rocosa, no se halló en absoluto ningún resto que diera la pauta que por allí alguna vez existiera un templo de ninguna clase. Sí se halló, por el contrario, infinidad de artículos y restos de piezas que hacían referencia a las legiones romanas. Incluso se descubrió un anfiteatro y varias piletas, que abastecían de agua estanca y potable a los ejércitos del imperio.

* Los descubrimientos más sorprendentes, se situaron en la zona de la Ciudadela de David, por el Monte de Sión y por el Monte Ofel. Cuyas investigaciones arqueológicas dieron por resultado, incontrastablemente, el descubrimiento del afamado manantial de Gihón, o estanque de Siloé, vertiente muy necesaria para las actividades del antiguo Templo. Sumado al hallazgo de una campana dorada de los sacerdotes judíos de entonces y, sobre todo, al testimonio ineludible de historiadores como Flavio Josefo; quien, no sólo sabía de primera mano donde estaba ubicado el Templo, sino que presenció frente a sus ojos la destrucción del mismo, piedra por piedra.

* Las indiscutibles afirmaciones bíblicas, que hablan acerca de la “era de Ornán jebuseo”, como lugar indiscutible de construcción del Templo de Jerusalén. Lugar donde Ornán, el agricultor, estaba trillando su tierra.

Luego, las innumerables cita bíblicas que hablan del “agua de vida” que fluye desde las entrañas del Templo de Dios. Ejemplo este de aquel, celestial, que también poseía un “manantial de agua pura”, descubierto mucho más al sur de la saliente rocosa musulmana, en los terrenos de la Ciudad de David, concretamente.

* En S. Mateo capítulo 24: versículos 1 y 2 podemos leer lo siguiente:

“Y cuando Jesús salió del templo

y se iba, se acercaron sus discípulos

para mostrarle los edificios del

templo.

Respondiendo él, les dijo: ¿Veis

todo esto? De cierto os digo, que no

quedará aquí piedra sobre piedra, que

no sea derribada.”

Bajo el análisis de los estrictos estudios llevados a cabo en los escritos de historiadores como: Flavio Josefo, Tácito de Roma, Eusebio, y varios testigos judíos presenciales, todos afirman categóricamente, y dado por descontado, que el Templo de Jerusalén y sus murallas circundantes fueron destruidos por completo, en el año 70 d. de C. por las legiones del general y príncipe, Tito. Nada quedó del Templo, se especificó. La furia de las hordas romanas era tal, después de años de batallas y padecimientos múltiples contra los hebreos, que derribaron “todo hasta los cimientos”, aseguraron los testigos presenciales. Sólo sobrevivió “parte de aquella ciudad fortificada, donde vivían los mismos que destruyeron la ciudad”, también expresaron para la posteridad los mismos testigos.

Dejando de lado falsas tradiciones y costumbres, dejando de lado, como dice la Biblia, “cuentos de viejas”, se puede establecer concretamente, y con seguridad absoluta, que la nación de Israel debe construir su Tercer Templo de Salomón, o Tercer Templo de Jerusalén, en el lugar exacto donde las pruebas científicas arqueológicas y, sobre todo, pruebas bíblicas, lo designan. En la era de Ornán jebuseo, en Ofel.

Ilustración 12 Israel puede iniciar la construcción del tercer Templo en Jerusalén

* * * *

Conclusión

El verdadero Templo de Dios

// Podemos aseverar que el pueblo elegido por Dios como sus hijos, los hebreos, a través de la historia demostró que no eran más que míseros seres humanos, al igual que Adán y Eva, y al igual que todos en el mundo. Falibles y pecadores.

Los hebreos creen que la observancia de «la Ley» les permite la entrada a la vida eterna, pero eso no es así. Puesto que siempre tiene que haber un sacerdote que haga sacrificios de animales y otros rituales debido a que los judíos, en su condición de seres humanos, siempre van a pecar, o cometer maldades. El mismo Abraham fue considerado por Dios como su hijo por la fe que tenía, porque creía en Dios y hacía su voluntad. Luego vino «la Ley». Primero fue la fe, y he aquí el «secreto» de la salvación eterna. El secreto que vence al maligno, Lucifer, y quita la maldición de muerte que pesaba en todo ser humano desde Adán y Eva. La fe en el Cordero de Dios que quita el pecado de los creyentes, que le arrebata a Satanás la llave de la muerte espiritual eterna, y le concede gratuitamente a CUALQUIER ser humano en cualquier lugar del mundo la bendición de la vida eterna y la salvación eterna. En definitiva, es la fe en Jesucristo de Nazaret, el cual resucitó de los muertos por milagro de Dios y que ahora está en el cielo sentado a la derecha de Dios mismo. Y toda persona (judío o no judío) que crea en el nombre de Jesucristo y su obra redentora, y que se acepte a sí mismo como pecadora y se arrepienta de sus malos actos, dice Dios que pasa de muerte a vida, y Lucifer no tiene potestad, poder ni fuerza alguna para evitar esto. (Leer: Hebreos 7: 27 Santiago 2: 23 Romanos 1: 17).

Con la muerte y resurrección de Jesús se produjo una «reconciliación» entre Dios y los seres humanos. Jesucristo «paga» así por las maldades de todos los que creyeran en él y eligieran el camino de Dios. La maldición de la desobediencia de Adán queda deshecha y el alma de los verdaderos creyentes en Cristo vuelve a ser inmortal. Aunque el cuerpo humano sigue siendo el mismo falible y mortal, con Jesús se inaugura la resurrección y transformación del cuerpo y alma para vivir eternamente. (Leer: Romanos 5: 10).

LA ESPOSA DEL CORDERO

A partir del sacrificio de Cristo todo el conglomerado de personas que aceptamos su obra redentora, que creemos que su sacrificio nos libra del castigo eterno, y que creemos en su resurrección, somos considerados por Dios como la Iglesia del Cordero. Simbólicamente la Esposa de Cristo, porque el mismo Dios compara el amor de Jesús por todos los creyentes como el inmenso amor de un hombre que entrega su vida por su esposa, con ninguna otra intención más que el puro amor que hace todo para que ella viva.

Y entonces aquí vemos la concreción del plan de Dios para que cualquier ser humano que lo elija, pueda vivir eternamente y ser libre del castigo en el gran Día del Juicio Final.

El secreto de la salvación reside en la fe del creyente, que lo hace salvo, no en sus obras. Muy contrariamente a lo que muchas personas creen, que por ser «bueno» y hacer cosas «buenas» de vez en cuando, Dios se apiada de nuestra bondad y nos salva; eso es completamente FALSO. Nuestras buenas obras con respecto al perdón de Dios no significan NADA. Dios sólo nos ve a través de la obra perfecta de Cristo en su vida como humano, puesto que ya resucitado, y en el cielo, Jesús mismo tiene el poder, o la llave, entregada por Dios, de dar vida eterna a los que creemos en él. Luego sí, el cristiano verdadero debe obrar buenas cosas, pero como una consecuencia de la salvación y no como una llave para ella. (Leer: Apocalipsis 21: 9 Romanos 3: 27-28).

Ilustración 13 El Templo de Dios está en los cristianos verdaderos

El templo de Dios:

El pueblo judío fue una estructura que eligió Dios para manifestarse al mundo entero. Sus perfectas leyes, sus buenas formas de vida, su perfecta justicia, su templo hecho a semejanza del que está en el cielo, sus ritos y sacrificios, todo ello forma parte de una pureza de cosas que los judíos no pudieron cumplir a través de sus generaciones, dando a entender también Dios que un ser humano no puede cumplir una vida perfecta sin errores, puesto que los hebreos son falibles seres humanos también. Jesucristo de Nazaret fue el único que fue perfecto en todo; no hay otro. Este Nombre, JESUCRISTO, es el Nombre dado al mundo que tiene potestad, o poder, sobre todas las cosas. JESUS DE NAZARET tiene potestad, poder, o autoridad absoluta en el cielo, en la tierra y aún debajo de la tierra. Esto quiere decir que Jesucristo tiene total autoridad suprema, otorgada por su Padre, tanto en el mundo físico de los humanos como en el mundo espiritual, ya sea de los buenos ángeles de Dios que le sirven, o de los demonios que le combaten. Tiene por lo tanto el Nombre Jesucristo de Nazaret, autoridad total y absoluta sobre Lucifer, el diablo, y todo su imperio de maldad. (Leer: Gálatas 3: 24-25).

Luego de su resurrección, Jesús asciende al cielo y allí es glorificado por Dios. Es decir, vuelve a su condición celestial, pero su conformación corpórea ha cambiado. Jesús, el Hijo de Dios, al haberse rebajado transformándose en un ser humano, inaugura, resucitado, lo que se conoce como transformación del cuerpo y alma, en cuerpo y alma inmortales. Con ese cuerpo resucitado Jesús desciende del cielo y se muestra a sus amigos (así llama Cristo a los creyentes verdaderos), y finalmente asciende al cielo, prometiendo su regreso final a la tierra en el fin de la historia. Pero no deja sin compañía a sus amigos creyentes, sino que al ascender él, del cielo desciende aquella entidad descripta en el principio de este libro que se denomina Espíritu Santo, o Espíritu de Dios; el cual viene sobre los creyentes verdaderos; y es este Espíritu el UNICO representante de Jesús en la tierra.

El Espíritu Santo no nos «domina» a los creyentes, sino que nos aconseja, nos calma, nos fortalece, nos da sabiduría, esperanza, fe, intercede ante Dios por nosotros con súplicas y ruegos. En fin, es nuestro amigo, es el representante de Jesús, de Dios mismo. (Leer: S. Juan 14: 26).

¿Por qué es esto así? En los tiempos de Moisés en adelante, Dios se manifestaba en un objeto llamado el «arca», que luego fuera colocada dentro del templo construido por Salomón. Pues bien, el cuerpo de carne y hueso de los verdaderos creyentes es el nuevo «templo» donde Dios se manifiesta a través de su Espíritu Santo, representante de Cristo. Nosotros (creyentes), somos ahora el templo de Dios, y ya no más el de Jerusalén, ¡por más que sea reconstruido!

El pueblo judío es una especie de entrada a la salvación eterna y una representación del «nuevo» pueblo o nación de Dios. Un pueblo de personas de todos los países del mundo, de diferentes razas e idiomas. Todos unidos bajo el Nombre de Jesucristo de Nazaret. La preponderancia del pueblo judío queda caduca, y sólo la fe en el Cordero de Dios permite la entrada al reino celestial eterno. De los judíos será salvo, solamente, todo aquel que tenga fe en Cristo Jesús y el Espíritu Santo en el corazón. (Leer: 1 Corintios 3: 16). // (Extracto del libro: LIBRITO: La Verdad Acerca de Dios. Autor: Aníbal Alberto Baigorria. Agosto 2015).

* * * *


Biografía del autor

Aníbal Alberto Baigorria, nacido el 19 de agosto de 1972 en la pequeña ciudad sureña de Esquel, situada en la provincia de Chubut, Argentina.

Excelentes promedios de notas caracterizan sus estudios primarios y secundarios, principalmente en los puntos sobre Historia, Geografía y Literatura.

Un profundo conocimiento acerca de temas religiosos cristianos ha dado singular entidad a su persona. La palabra escrita ha sido y es su principal fuente de expresión de sus aprendizajes y conocimientos. Egresado de una escuela técnica, y conocedor de varias profesiones industriales.

Estudioso de los asuntos bíblicos con meticulosidad, sin entrar en la paranoia de discusiones filosóficas, ni de interpretaciones humanas (por ende invento de doctrinas), sino de los mensajes espirituales, simples y claros. Los cuales comparte con la humanidad en su conjunto, creyentes o no.

Contacto

Web del Libro: https://nuevajerusalenverdad.w…

Email: anibalbaigorria21@gmailcom

Linkedin: www.linkedin.com/in/anibalalbertobaigorria

Facebook: https://www.facebook.com/profi…

Libro: LIBRITO (La Verdad acerca de Dios), en español: https://nuevajerusalenverdad.w…/2016/01/22/librito-la-verdad-acerca-de-dios-2/» target=»_blank» class=»redactor-autoparser-object»>https://nuevajerusalenverdad.w…

Libro: LIBRITO (La Verdad acerca de Dios), en inglés : https://nuevajerusalenverdad.w…/2016/01/17/little-book-the-truth-about-god/» target=»_blank» class=»redactor-autoparser-object»>https://nuevajerusalenverdad.w…

Libro: LIBRITO (La Verdad acerca de Dios), en hebreo : https://nuevajerusalenverdad.w…

Donaciones: Paypal https://paypal.me/AnibalB21

Nota de Licencia

Este libro electrónico tiene licencia sólo para su disfrute personal. Este ebook no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, compre una copia adicional para cada destinatario. Si desea leer este libro diríjase a su minorista de libros electrónicos favorito y compre su propia copia. Muchas gracias por respetar la dura obra de este autor. Copyright 2020.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS