borrador El Rescate.

Hugo tenía doce años, era moreno, pelo ondulado, y en su cara había una permanente sonrisa; le gustaban los animales, tenía como mascota un perro, un Terrier juguetón e inquieto, su incansable compañero de juegos.

Esa tarde Norma, su madre, le ordenó que se cambiara de ropa y se peinara bien pues estaban invitados a tomar el té donde don Eugenio, un amigo que vivía en la casa de enfrente. A Hugo no le agradaba mucho ir allá pues don Eugenio no tenía hijos y él se aburría al estar solo entre gente mayor.

Ya sentados a la mesa, la esposa de don Eugenio sirvió él té con diversos dulces y sándwich para acompañarlo. Los mayores charlaban animadamente mientras Hugo observaba en silencio. De pronto Ese día sábado no se presentaba muy entretenido para Hugo.

dirigió su mirada hacia una ventana que daba al garaje, ahí, cerca de una camioneta, estaba echado un perro labrador, amarrado con una cadena a un pilar de fierro. Una vez terminada la once, ambos matrimonios se dirigieron al salón y continuaron conversando, Hugo pidió permiso al dueño de casa para ir donde el perro, don Eugenio lo autorizó y le abrió la puerta para que saliera; el niño se acercó lentamente para llegar al lado del perro, le acarició suavemente la cabeza, el perro respondió a las caricias con suaves gruñidos, ¿cómo se llamará? dijo Hugo en voz alta. Me llamo Crispín, susurró el perro. Hugo, sobresaltado, dijo ¿tú hablas?; solo en emergencias, respondió el perro, y ¿cuál es la emergencia? preguntó Hugo. Crispín le hizo señas que hablara despacio y empezó a relatarle: Eugenio no es mi amo, él me raptó un día que salí solo a dar una vuelta, me agarró y me subió a su camioneta, me trajo acá y me mantiene todo el día amarrado, sólo me suelta en la noche y como está todo cerrado no puedo escapar. Mi verdadero dueño se llama Daniel, él es ciego y yo soy su lazarillo y debe echarme mucho de menos; además tengo una pata lastimada por lo que tampoco podría escaparme. Deberé liberarte, dijo Hugo, aunque todavía no sé cómo. Crispín entonces le contó: a dos cuadras de aquí, en una casa toda pintada de verde, vive Otto, un pastor alemán grande y es como el jefe de todos los perros de este conjunto; habla con él y cuéntale lo que me pasa, él tiene buenas ideas y. podrá ayudar. Así lo haré, respondió Hugo. Dicho esto, regresó donde sus padres, que empezaban a retirarse. Una vez en casa, pidió permiso para salir un rato, su padre lo autorizó recalcándole que volviera temprano. Hugo rápidamente caminó hasta la cuadra siguiente, buscando la casa verde señalada por Crispín, cuando llegó a ella, vio echado junto a la puerta un gran pastor alemán, con cara poco amigable. Hugo se acercó temeroso, y le susurró; vengo de parte de Crispín. El perro lo miró, se incorporó lentamente y empezó a caminar; Hugo lo siguió; cuando llegaron a una parte solitaria Otto se detuvo y volviéndose hacia Hugo preguntó: ¿Qué le pasa a Crispín? Hugo le relató toda la situación y una vez que terminó Otto le indicó, llévame a la casa donde está. Hugo empezó a caminar y Otto lo seguía a corta distancia. Cuando llegaron, Otto observó el lugar y se instaló junto a una muralla que separaba la casa de la calle. Empezó a ladrar, primero largos ladridos y después pausados. Pasado un momento sus ladridos tuvieron respuesta, y así, durante varios minutos intercambiaron ladridos. Hugo no entendía nada, luego Otto emprendió el regreso seguido de cerca por Hugo. Cuando estuvieron frente a la casa verde Otto miró a todos lados para cerciorarse de estar solos, luego le dijo a Hugo: el día es mañana, el hombre va todos los domingos a la feria, sale a las diez y regresa pasadito de las once, en ese lapso tenemos que desamarrar a Crispín para que pueda salir. La cadena está con un candado, dijo Hugo. Habrá que cortar la cadena para que cuando el hombre llegue y abra el portón nosotros podamos sacar a Crispín. ¿Y quién va a cortar la cadena? preguntó Hugo. Tú, respondió Otto. Mañana te diremos cómo, ahora anda a tu casa y recuerda, mañana poco antes de las diez en la casa donde tienen a Crispín.

Una vez en casa, Hugo se dispuso a ver su serie favorita y al momento de acostarse le dijo a su madre que al día siguiente se levantaría temprano, pues tenía que estar antes de las diez en casa de un amigo ya que tenían una tarea urgente.

El sol era brillante y cálido, como corresponde a un día de finales de primavera. Hugo tomó rápidamente su desayuno, se despidió de su madre, su padre aún no se levantaba, y se dirigió al lugar acordado. Varios perros se desplazaban por la calle en la misma dirección. Cuando llegó a la casa verde, lo esperaba Otto junto a un inmenso gran danés llamado Titán y un pitbull de nombre Cachafaz, que era el cuidador de un garaje cercano y que traía en su hocico una sierra para cortar metales, con la cual Hugo debía cortar la cadena para liberar a Crispín. La idea era que, una vez que don Eugenio saliera, Hugo debía trepar al lomo de Titán, de ahí alcanzar la muralla, bajar por el pilar y con la sierra que había traído Cachafaz, cortar la cadena y luego salir de ahí, solo esa era su labor. El resto corría por cuenta de Otto y su pandilla. Mientras tanto, en la calle se paseaban un gran número de perros, había dos doberman, tres o cuatro terriers y varios más de razas indefinidas, amén de Balti, un golden de propiedad de un carpintero, que arrastraba un carrito de madera que su amo había fabricado para que su nieta paseara sus muñecas.

Por fin llegó el momento, don Eugenio salió y, dejando cerrado el portón, se alejó en su camioneta. Hugo trepó al lomo de Titán, una vez adentro de la casa empezó a aserrar furiosamente la cadena, ésta era más resistente de lo pensado, pasaba el tiempo, y la cadena no cedía, mientras en la calle los vecinos estaban muy extrañados pues nunca habían visto tantos perros paseando por allí.

Casi al filo de la hora, Hugo logró cortar la cadena, subió la muralla y bajó a la calle con la ayuda de Titán, se alejó un poco del lugar para no despertar sospechas, ahí esperó a ver qué pasaba.

Llegó la camioneta, don Eugenio se bajó, abrió el portón y ahí pasó lo inesperado: una jauría se abalanzó sobre él aunque sin lastimarlo; el hombre, asustado y desconcertado, solo atinó a subirse a la camioneta y cerrar sus puertas, dejando el garaje abierto. En ese momento salió Crispín cojeando y custodiado por dos doberman, subió al carrito de Balti, y éste lo llevo rápidamente a casa de Daniel, cuya madre lo recibió feliz y lo entró a la casa. La jauría lentamente se disolvió, los perros se alejaron y la calle volvió a la tranquilidad. Hugo se acercó a Otto murmurando – no vayas a decir nada, Otto lo miró y dijo: se acabó la emergencia, y corrió calle abajo, seguido de una parte de su pandilla.

Cuando Hugo llegó a su casa, en la puerta estaba don Eugenio conversando con su padre; ¿vió cómo me atacaban los perros?, decía, se ponían de acuerdo como si hablaran. Hugo pasó por su lado diciendo por lo bajo, solo en emergencias, y entró a la casa bajo la mirada estupefacta de ambos hombres.

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