Lobo Solitario (I)

Lobo Solitario (I)

mdp Borges

28/07/2017

Cansada de que pasaran los días sin tener nada que hacer, esa mañana me decidí a salir de la cama y hacer algo que no fuera esperar esa llamada de teléfono que me dijera -¡Ey! Por fin te salió algo que hacer con tu vida, es decir, tienes trabajo… –

Me deshice del revoltijo de sábanas en el que me había envuelto durante la noche, no había dormido demasiado bien, si es que despertarse durante toda la noche se considera incluso dormir. La noche anterior me había terminado aquella botella de vino tan tentadora y tan traicionera la mañana siguiente. No había parado de dar vueltas, ni siquiera estaba cansada, a pesar de haberme pasado hasta las tantas de la madrugada despierta. pero ¿quién estaría cansado después de una semana deambulando por la casa, viendo películas y leyendo libros? mi cuerpo no había quemado nada de energía.

Por esa razón, aunque solo fuera por una bendita noche de puro descanso, decidí salir de casa aquel día. No soy de esas personas a las que le gustan las multitudes, ni siquiera alguien a quien le guste socializarse demasiado, soy como quien diría un ‘lobo solitario’. Pero cuando trabajaba, al menos tenía algún tipo de contacto con la gente.

Nunca había sido consciente de cuan sola una se puede ver cuando no es una opción personal sino prácticamente impuesta. Iba hacerme perder la cabeza y los nervios si seguía de aquella manera.

Sí ya sé que soy una tonta, viviendo a dos pasos de la playa, literalmente, me he pasado toda la semana encerrada, sirviéndome de excusa absurda estar en depresión por ser una ex-empleada.

Lo dicho, ese día bajaría. Asique empaqué la mochila, haciendo una lista mental de lo que necesitaba: toalla, gafas de sol, protección solar, botella de té frío, los auriculares y el bikini puesto. Ya era casi mediodía por lo que me serviría de excusa para estar de vuelta en un par de horas, por eso de la hora de la comida. Un par de horas al aire libre era justo lo que necesitaba para despejarme y cansarme un poco.

Y ahí estaba yo tan tranquila y relajada tomando el sol en topless como una chica moderna, que ni siquiera era consciente de cuánto tiempo había pasado, no me importaba tampoco, por fin estaba disfrutando. Con las gafas de sol y los auriculares puestos completamente sumida en mi mundo a pesar de estar rodeada de personas. Claro mensaje de ‘sí, estoy sola pero no por eso tienes que venir a entablar conversación’, y menos aún con mis pechos al aire. Pero como siempre, tenía que haber un pero, al parecer aquel chico no entendió mi mensaje porque tuvo que sentarse a menos de un metro de mi toalla. Yo no es que no sepa compartir, pero habiendo kilómetros de playa ¿en serio tenía que venir a sentarse tan cerca? vaya que podría contar mis lunares. Recobré la compostura e hice uso de esos buenos modales que mis padres me enseñaron y que yo sé que están ahí en algún lado de mi cerebro y le ignoré como si él fuera una de esas gaviotas que andan revoloteando por ahí todo el día buscando comida. Es un país libre, mientras no use mi toalla, puede sentarse donde quiera.

Entretanto el chico seguía ahí mirando al mar sin hacer nada, excepto, ahora que volví a abrir los ojos para corroborar que seguía en su zona, ya no llevaba la camiseta puesta, y se dedicaba a mirar al horizonte y a enseñarme, bueno a mí y al resto de la playa, unos músculos bien definidos y un par de tatuajes extraños y sin sentido que me tenían totalmente hipnotizada de lo intrincado de su diseño. Los tatuajes hicieron que mi mirada recorriera su torso desde el cuello pasando por el hombro, por el pecho y de ahí a la cintura y todo el recorrido hasta la mano, pero espera, ¡sí que estaba haciendo algo! ¿Estaba meditando? Si, era una pregunta estúpida, pero la postura que tenía con la espalda erguida, las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y la mirada… ¡estaba mirándome! Y con una sonrisa torcida de esas que derriten mujeres. Sabiéndome pillada y abochornada, – tanto que me metería a ese mar alocado y nadaría hasta la otra punta de la isla si no fuera por el pánico que me da – calculé que la única opción que me quedaba era la de ponerme colorada hasta las orejas, girarme y volver a mis asuntos los cuales ¿eran…? ¡Ah sí! había decidido que iba a mostrarle un poco de descaro enseñándole como meneaba el culito tan mono que se me había quedado después de trabajar subiendo y bajando escaleras como una loca, mientras iba a darme un chapuzón.

Cuando estaba volviendo lo vi hurgando en mi mochila y encaminarse al agua pasando por mi lado con un guiño, lo que provocó que el rubor volviera de nuevo a mi rostro y me hiciera falta otro chapuzón. Pero desde luego no era la mejor opción darme la vuelta y meterme en el agua de nuevo, así que con la cabeza bien alta decidí retirarme. Me fijé como se metía en el mar, como si este lo estuviera invitando, como un amante acogiendo a su amado. Desde luego el calor me estaba afectando.

Rebusqué rápido en mi mochila para saber que me había cogido, pero para mi sorpresa estaba todo dentro, y además de mis cosas había un llavero con una llave y una nota que citaba ‘ Si eres capaz de encontrar la cerradura a la que pertenece esta llave antes de medianoche, descubrirás lo que sigue a continuación, ¿te atreves?

De esa manera el lobo solitario se convirtió en un auténtico lobo.

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