Diamantes Rojos Sobre La Nieve.

Diamantes Rojos Sobre La Nieve.

Diamantes rojos sobre la nieve es un vídeo con el audio de mis poemas leídos, acompañados de música y bellas imágenes.

DIAMANTES ROJOS SOBRE LA NIEVE

Versos de amor.

FRANCISCO HIDALGO LOZANO.

I. Leonorella.-

Leonorella, flor de amor,

que mi esperanza alertó,

los lloros me arrebató,

del corazón quitó el temor

de que falsa la hermosura

era del amor toda negrura

ella toda tenebror.

Mas tu luz me concedió

poder ver junto al que dió

con la virtud y el honor

el buen ansia y albura

del que allá reina con primura

y acá por bien impuso el don

de la belleza que en vos consumó

y mis cuidados ofrecioos.

Leonorella, claro sol,

quién a vos se consagró

por vuestra imagen combatió,

bien perdiera prez y honor

por os servir con lealtad

sin esperar la bondad

de Leonorella mi flor;

sus pétalos quisiera yo,

rojos de vivo color,

besar perdiendo el pudor.

Leonorella, en rica edad,

de toda vuestra honestidad

virtudes y estimación,

tus puertas quisiera yo

guardaros por vuestro loor.

¡Leonorella, blanca flor!

Que mi esperanza alertó

guardada en el corazón.

Morir por ti bien de amor

es la mayor ilusión

del que a ti se consagró,

que siendo imposible mi fin

sin vivir habito en tierra

y muriendo se muriera

la angustia en que vivo sin vos.

II. Señora.-

Señora, por vos lamento

un ardor y es tan inmenso

que con el paso del tiempo

no podrá el corazón olvidar.

Todas las mías cuitas,

todos los mis tormentos,

que sin reposo yo siento

tan solo por vuestro loor

no son nada en comparación

con el largo trecho

que me separa de vos.

Señora todo sufrimiento

que en mi corazón contemplo

no es sino un paso más

cada llaga que me das

en éste enjuto corazón mío,

cada herida es un mal paso

que va dirigiendo mi mano

a la llama plena de vida

que me ofrece tu calor.

Jesucristo Nuestro Dios,

El solo tiene por cierto

cuántas más son las espadas

que me están partiendo en dos.

Preguntadle a El señora

si éste amor que venero

no merece por fin gloria

para el que tanto sufrió.

Ya no pido mundanos bienes,

pues sé cuán frugales vienen

y el tiempo que durarán,

si no más bien buena muerte

dónde acompañe por siempre

al Padre Dios Inmortal.

Ya no os dejaré de amar.

Señora, pues, id tranquila,

que tantas lanzas me traspasan,

que jamás cicatrizarán

las heridas que en el alma

dejasteisme vos marcadas

por toda la eternidad.

  • Ojos verdes.-

Claros ojos

ojos verdes,

caros ambos

que me pierden.

Claros esos

ojos vienen,

fieros ellos

que me hieren.

Claros sois

mis verdes ojos,

no los vendo

si no mienten.

IV Brillan los luceros.-

Señora la que me humilla

mostrando cruel su talla

tan alta como atalaya

que traspasa las estrellas.

En ésta noche bermeja

en que Marte se refleja

en nuestras armas de acero,

brillan mejor los luceros

parando mientes en vos.

V. Umbrosas suaves florestas.-

Umbrosas suaves florestas

que escondéis bajo vuestras frondas

esencia y delicadeza,

ocultando a las pasiones

la flor de la sutileza.

Torpeza del mundanal ruido,

crudo corazón del orbe,

negación de toda nobleza,

¿por qué ignoráis ciegamente

éstas deliciosas selvas?

Compasión me dais mundano

que endurecéis vuestro corazón en vano,

bajo el recio sol reptando

cual vil criatura de alma yerta,

cuitado mortal bebed

presto tras la puerta

que del mundanal escarnio aparta

aquestas umbrosas enhiestas.

Desquitad de vuestro sino todo anhelo

y todo afán por anclaros a ésta tierra,

levad el ancla y marchad

despojados y elevad

austeramente la frente,

y tras las puertas tocad

con los dedos de la mente

todo el verdor celestial

de éstos prados para siempre.

Buscad incansables la senda

que vuestros pasos eleve

sobre la zafia crudeza

de los pastos de ésta tierra.

Dejad el arado y ved

cuán caras son éstas selvas,

y dejando lo mundano

aspirad más fuerte en ellas.

Seguid seguid ésta senda,

y tras múltiples trabajos

de encontrar habréis la esencia.

Bebed en ella y veréis

bajo un dosel de verdes fresnos,

correr un rio de plata

y una flor rojo y gualda,

creciendo sobre los tallos

de las reverdecidas armas.

VI. Duquesa mía.-

Hermosa mía, dulzura y miel,

¡ay! si en mis manos no hallara

de tus labios la tersura

que de vos muestra a natura

en verdad que no hay lisura

como la de vuestra limpia piel.

Amada mía, Duquesa y bien,

¡ay! gran señora sin vos

yo de morir habría.

Amada mía, Duquesa mía,

si a vos perdiera,

¿qué de mi sería?.

Cuán gran afán por honraros

toda mi vida porfía,

cuán bel placer que al amaros

todo mi ser se tremía.

Amada mía, Duquesa mía,

sin vos el mundo perdería

luz que el sol de vuestros bucles

muestra sobre ésta pobre vida,

deslumbrando con sus oros

de éste mortal los cansados ojos,

obcecando con el brillo

que de los vuestros dan martillo

que aturde los mis sentidos

y me condena a serviros

hasta el final de los siglos.

Amada mía, Duquesa mía,

morir así bien querría

empleándome en serviros

hasta el final de mis días.

Ay dulce dolor mío.-

Ay dulce dolor mío,

suave tormento de mi lacerío,

y qué dulce morir es éste

que sintiendo morir más fuerte

del corazón la vida se siente.

  • Maribella, Maribel.-

Será ésta la bendita hora

en que comienza a brillar la aurora

previsora de tu venida.

Será ésta la que llama,

en reposada mañana

el tacto de tu limpia piel.

Choque que me da la vida

despertando en compañía

de mi señora Maribel.

Matadora de la farsa

que con urdido plan se trama

en la mente tan insana

deste tu oscuro doncel.

Que construyó a Maribella

aquella que por ser más bella

le da la muerte Maribel.

  • Pluma y espada.-

Pluma y espada quiero ser,

quiero ser pluma y espada,

mas espada ¿para qué?

pues emplearla no veo en qué,

si ya no tenemos patria,

hagamos primero a España

que de ella surgirán espadas.

X. El hechizo de Orfeo.-

¿Acaso no añoráis de vuestra juventud la sutil fragancia etérea de las delicadas pasiones del alma?. Aquellas en las que el corazón da paso presto a las más afinadas cuerdas del etéreo cesto del espíritu.

Recuerdo aquél magnífico escenario, madura fruta de la imaginación de un caballero italiano, allá por el siglo XVII : Orfeo al fin feliz tras larga “languidetzcha di amore”, sonríe embelesado entre los dorados bucles de su amada.

Cuándo una triste mañana, ¡Oh sino fatale!, ella aparece muerta sobre el prado:

“Tu se morta mía vita”. A Orfeo se le congela la voz en el pecho, casi sin fuerzas para escapar de éste.

Así, fatalmente, cae en el abismo del amor, hasta el extremo de la desesperación y el suicidio. Cuándo Plutón, rey de los infiernos, le tienta con ofrecerle la vida de su amada si es capaz de enternecer el alma de sus súbditos con su lira.

Orfeo, rey de la armonía, padre de la poesía, encanta las bruscas almas de los sátiros, desdobla los vetustos troncos de las encinas, ablanda la crudeza de las rocas y rescata a su amada de las garras de la princesa blanca. Mas ¡oh fatalidad, oh juego cruel que animas y despeñas las ilusiones en el abismo de la desesperanza!. ¡Oh loca constancia , que locamente esperas aquello que solamente una descordada razón de las duras entrañas de un dios cruel podría anhelar!.

Debía Orfeo arrastrar tras sí a su amada y no mirarla hasta cruzar la frontera de las tinieblas con la luz.

Mas ¡¿cómo podría el amor soportar la indiferencia de no amar al ser amado, aun sabiendo que con la vanidosa indiferencia aparente conseguiría fruto tan preciado?! , ¡¿Cómo puede un hombre renunciar al dulce mecimiento de la armonía en su pecho para con ésta cruel siega conseguir el fruto con el que ya no puede su alma regocijarse?! .

¿No valdrá más en el alma de cualquier Orfeo, renunciar a la posesión antes que al dulce jugo del amor?.

Así, Orfeo, como tantos, no soporta el no volver a encandilarse con el brillo de su amada, y la pierde para siempre cuándo estaba a punto de alcanzarla.

¡¡Ay, sino cruel, ay fatalidad ingrata !!, cantan los coros de Monteverdi. Quizás el único modo de mantener el sutil hilo del soberano amor sea el perseguirlo eternamente sin aprehenderlo jamás, soñándolo sin ensuciarlo.

Idolatría que ofende a Dios, arrinconándolo en el alma del platónico amante como un trasto inservible, pues su espíritu trasciende la potente pureza del himeneo soñado.

Ceus, compadecido del extravío y desesperación de Orfeo, le muestra en su alma el infinito campo estelar, ofrenda de la paz eterna del Creador, y su espíritu descansa al fin entre los brazos del seguro Padre.

XI.- OJOS DE CLARO MAR.-

Señora, luz de las almas,

flor y nata de las damas,

ojos de claro mar,

pupilas azul turquesa

de mi sois la marquesa

que guiais mi voluntad.

Discreta sois en demasía

y así mi alma porfía

gozarse en vuestra beldad.

XII.- TAN AZULES COMO EL MAR.-

Señora, vuestros claros ojos,

tan azules como el mar,

iluminan mis sentidos

y me ayudan a encontrar

la luz de vuestras pupilas

tan azules como el mar,

me guían y me alumbran

fascinados como están

los mis pobres sentidos

guiados por el azul turquesa

de tus pupilas marquesa

tan azules como el mar.

XIII.- LA VIZCONDESA Y EL CABALLERO.-

“Vizcondesa vuestra belleza

hoy inunda mis anhelos,

de vos soy el esclavo

que se muestra subyugado

bajo vuestro dulce enredo.

Blanca flor castellana

en ésta breve mañana

tus labios vengo a encontrar.

Desbordante y fina hermosura,

en vos encuentro la tersura

que vuestra boca me da.

Vos sois mi princesa

y de vuestros labios de fresa

anhelo vuestra beldad”.

“Caballero en vos espero

mis anhelos encontrar.

Por vos suspiro y reclamo

de vuestros labios en vano

que saciéis mi voluntad.

A vos entrego la rosa,

la blanca flor que por esposa

mi vida os quisiera dar”.

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