Estaba frente a mí con la mirada perdida, sus ojos enrojecidos de tanto llorar me partían el alma, el ambiente del cuarto se había vuelto sombrío, ambos desnudos sobre la cama en silencio, inmóviles. Su pequeño cuerpo herido gritaba por recibir caricias puras, sin morbo alguno, y yo seguí ahí, perdido en la oscuridad de la habitación y en el dolor de ella.

Respiraba con dificultad intentando calmar su llanto, la sutil luz que se filtraba por la ventana iluminaba sus lágrimas haciéndolas parecer pequeñas estrellas que resbalaban por sus suaves mejillas. Mantenía la boca entre abierta permitiendo que el aire entrase a sus pulmones, su pecho se expandiesen y sus hombros subiesen y bajasen.

Había comenzado con caricias suaves, moviendo las manos desde su trasero hasta los muslos y de vuelta, presionando con cuidado. Besaba sus labios con necesidad y en segundos recorría con agiles manos todo el cuerpo de la muchacha, ella por su parte apartaba su boca de la mía para pasear sus labios por mi cuello y torso desnudo. Quitaba de una en una sus prendas, tomando mi tiempo en ello, dejando que cada sensación me meciera en su plenitud. De pronto ella se desbordó.

La decoración intentaba apaciguar la situación, pero los moratones y cortadas en el cuerpo de ella me perturbaban, comencé a notar las marcas alrededor de su cuello y las cicatrices en sus brazos y piernas, la forma en que el maquillaje intentaba esconder las huellas de su rostro, las heridas más recientes se veían tan propensas a reabrirse que no era capaz de volver a poner un dedo sobre ella. Mientras más la observaba, más sentía que no había pagado los suficiente, más inhumano me sentía.

Sorbía su nariz y miraba con falsa tranquilidad la desgastada cortina. –No digas nada, por favor-. Sonaba temerosa, me preguntaba cuántas fueron las veces en que su delicado cuerpo cedió ante los bruscos tratos de hombres despreciables y el castigo que había recibido por ellos. No necesitaba pensarlo, ella ni siquiera necesitaba mencionarlo; mi cabeza negó frenética. De sus labios salió una fina risilla que me hizo sonreír.

Su respiración se había calmado, mantenía la vista fija en un punto desconocido para mí, jugueteaba con sus dedos, cada movimiento era acompañado de una sinfonía de gemidos falsos proveniente del resto de habitaciones.

-Era la mejor de mi clase, ¿sabes? La primera en ciencias, en matemáticas… Iba a ser arquitecta. Me mudé a otra ciudad, quería independencia, todo lo que implicaba dejar de ser la niña de los ojos de papá; un trabajo, un apartamento pagado con mi propio dinero. Conseguí una beca, pero el sueldo como mesera no alcanzaba ni siquiera para la mitad del alquiler. Necesitaba diner0 desesperadamente, y un día buscando trabajo un chico me dijo que mi cuerpo era perfecto para ser modelo y lo seguí. Me llevó con unos conocidos y ellos me drogaron y terminé aquí, cuando llegué descubrí que subastaban a las chicas vírgenes, mientras las «manchadas» se quedaban. Tiempo después logré escapar, mi padre era dueño de una exitosa franquicia de restaurantes, pero cuando volví con el rabo entre las piernas él ya no tenía una hija. No tenía dónde ir, y volví aquí, en el camino me encontré con muchos hombres que disfrazaban su asquerosidad con amabilidad, abusaron de mí hasta que se cansaron, cuando logré llegar, me mantuvieron sin comer por días, más hombres me maltrataban, tanto física como psicológicamente… Ya sabes, el castigo por escapar, o por creer que tenía más opciones…

No lograba quitarle los ojos de encima, su rostro inexpresivo, sus ojos vacíos, su respiración apacible, todo parecía demasiado irreal. Sentía como su historia cobraba vida y me pedía en medio del llanto que abandonara el lugar, me advertía que de no hacerlo mi alma sufriría un cataclismo de dimensiones inimaginables. Pero me quedé. Y continué escuchando su historia, cada vez con el pecho más apretado y las manos más sudorosas.

>>No volví a escapar, ni siquiera volví a pensarlo, nadie allí afuera estaba buscándome, y al menos aquí tengo comida y techo, amigas que, por lo menos, si desaparezco llorarán mi perdida, estaré en el recuerdo de alguien.

>>Hace algunos años yo estaba aquí, y entró un hombre alto y de olor penetrante, desde la puerta me admiró, y yo lo admiré a él, nos reconocimos el uno al otro y se sentó a mi lado, estuvimos unas dos horas sin decir nada, se levantó, me entregó un sobre y después de fue. Nunca olvidaré su expresión de decepción, de lastima. El sobre tenía tres mil dólares y documentos falsos, los mantengo ocultos por si algún día tengo el valor de poner un pie fuera de este lugar.

Vi una lágrima caer lentamente, ella la seco con rapidez y volvió a quedarse callada. Imaginé cómo sería sin el abundante maquillaje y sin todas esas marcas en el cuerpo, y era sencillamente hermosa, incluso con todo ello era hermosa, no cabía en mi cabeza tanta maldad.

>>Mucha gente viene aquí, la gran mayoría son desconsiderados y unos animales, y quizás pienses que es ficción, pero bastantes son lo que pagan grandes montos de dinero solo para que alguien los escuche, sin más. Que les oigan de verdad, que cuando terminen de hablar no les digan cómo entender sus emociones o les receten algún medicamento, sin tener que ser tachado como «paciente», quizás aquí no tenemos muchas cosas, pero tenemos secretos. Todos los tenemos.

Nos volvimos a sumergir en un profundo silencio, abrazador y demoledor, ella me había vuelto suyo al contarme su vida, y yo la había vuelto mía al oírla, al volverme la caja de pandora solo por ser el lugar de residencia de sus secretos. Palabra tras palabra me hundía en un mundo que desconocía, uno del cual me limitaba a ser un mero cliente, un consumidor, un creador de la oferta y la demanda, uno de los causantes directos del estado de la chica frente a mí.

Su olor me embriagaba e impulsado por la idea de dejarla morir, amenazado por la frustrante sensación de ser la causa de su muerte, comencé a vestirme presuroso mientras ella me mira decepcionada, había depositado su seguro de vida en mí y yo solo me vestía sin más. Recogí mis cosas con las manos temblando a causa de la iniciativa que se había apoderado de mis acciones, el pensamiento causa-efecto lucía como una escena borrosa y lejana. Me paré en delante de la puerta tomando la perilla y antes de girarla hablé por primera vez en todo lo que llevaba la noche.

-Coge lo que necesites, estaré esperándote dos cuadras al sur. No estás sola, joder, si lograste escapar la primera vez, vas a lograrlo ahora. Vamos a salir de aquí. –Y me fui, no esperé que ella dijese algo, puesto sabía cuál era su respuesta, ella me había contado todo porque había visto en mí la única posible oportunidad de que este no fuera el punto final de su historia. Caminé con sigilo hasta llegar a recepción, tuve la educación –pese al odio que había desarrollado en esos instantes– de despedirme de quien se sabía a cargo.

Al subir a mi auto tomé el manubrio con determinación y una fuerza que desconocía, era de esas pocas veces en las cuales no me arrepentía de la decisión que tomaba, por más tenebrosas que podrían ser las posteriores repercusiones. Conduje con calma por las calles vacías del sector más oscuro de la ciudad, no a apagué el motor, no sabía cómo iba a resultar el escape de la chica que había dejado tan solo unos minutos antes.

No fue necesario esperar demasiado, antes de que yo pudiese reaccionar ella estaba dentro de mi auto, jadeante, pidiéndome que arrancara de una vez. Había depositado sus secretos en mí, y ahora depositaba el resto de sus páginas en blanco.

Conduje con temor a ser descubierto, cada automóvil parecía seguirme, cada uno era una amenaza, ella dormía mientras yo estaba al borde de un ataque de ansiedad. La miraba de reojo cada tanto para tranquilizarme, su bienestar se convertido en mi ideal de un momento a otro, y antes de que me diera cuenta estábamos llegando al aeropuerto. Estacioné donde me fuese posible huir de ser necesario, en unas pocas horas me había vuelto más que paranoico. Intenté despertarle con cuidado, sin ser violento, mas ella se levantó de un respingón de todas formas.

La ayudé a bajar del vehículo, y la sujeté con fuerza cuando la sentí desfallecer, estaba ocupando todas sus fuerzas restantes en salvase y la huida la había deteriorado de sobremanera.

Logré por fin que se recuperara y se pusiera en pie, ella como la dama que enlazó su brazo con el mío mientras caminábamos hacia la señorita que nos vendería el pasaje, mi acompañante no dejaba de mirar hacia todos lados asustada, confirmándome que no era el único paranoico, pero su caso era distinto, si bien yo me sentía amenazado, ella estaba por completo aterrorizada.

Ya con el pasaje en nuestro poder, la acompañé hasta la zona de abordaje, puede sentir como su corazón rebozaba de alegría por estar tan cerca de la liberta. Nos volvimos a mirar el uno al otro, esta vez yo no la miraba con deseo, sino con una enorme melancolía, y ella ya no me veía con desdeño, sino con infinito e inexplicable cariño, no conocimos nuestros nombres, ni necesitábamos hacerlo, era lo que estábamos haciendo en ese preciso momento lo único que valía. Se abalanzo finalmente sobre mí y antes de apartarse del todo besó la comisura de mis labios y agregó un casi inaudible «Gracias».

La observe alejarse, llevaba un pequeño bolso y pude notar un ligero tambaleo en su caminar. Esa fue la primera vez en muchos años que pedí a Dios por alguien, fue la primera vez en mucho tiempo que sentí verdadero amor por otro ser humano.

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