El rastro de tu ausencia.

Froté mis ojos fuertemente y los abrí más de lo normal, porque la tenia de pie frente a mí, efectivamente era ella, lo sabía porque la sentía, la podía tocar, estaba un poco fría, pero la tenía conmigo. Era perfecto todo en ese momento. La abracé, me abrazó devuelta. Fue bello y tranquilo, miento, fue lo más extraordinario que me había pasado. En medio de todas las sensaciones que estaba viviendo en aquel momento ella tomó mi mano y con un gesto casi imperceptible hizo que la siguiera. Mi cuerpo se encontraba sumergido en un constante temblor, pero era su agarre el que me hacía continuar caminando con ella.

Sus manos seguían frías, pero cálidas a la vez cuando yo la sujetaba con fuerza, aunque también con debilidad por temor a lastimarla. No lo entendía, pero no me importaba, porque eran sus manos y estaban entre las mías.

Llegamos después de varios minutos de recorrido a un hermoso lugar, todo era sereno. Nos sentamos en el suelo y empezamos a hablar, fue una conversación llena de emociones, de confesiones, algunas vergonzosas y dolorosas, pero otras llenas de amor, odio, tristeza y melancolía. La había extrañado por tanto tiempo, pero lo que yo sentía en aquel momento, además de una felicidad infinita, era incredibilidad por tenerla junto a mí.

Sin embargo hubo un momento en el que no pude soportar más y lloré, lloré como un bebé cuando al nacer sus pulmones se expanden con su primera respiración. Me acosté en su falda y no podía parar de sollozar, por la cantidad de recuerdos que me invadían en aquel instante. De repente una espesa niebla me cobijó, fue entonces cuando desperté y descubrí que había estado llorando sin consuelo en una vieja lápida, la cual tenía tallada desde hacía varios años el nombre de mi madre.

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