SOLDADOS DE LO DESCONOCIDO

SOLDADOS DE LO DESCONOCIDO

MALO CHINARRO

21/07/2017

Se levantaba temprano, a eso de las 8 de la mañana. Se tomaba el café templado; le metía hielos hasta que el calor y el frío no interrumpieran el placer del olor a café recién hecho. Sacaba su bolsita del tabaco y se liaba uno. La consigna de esa hora de la mañana era disfrutar del sabor del café mezclado y del cigarrillo de liar. Encendió el tocadiscos, puso un vinilo de Simon and Garfunkel por la cara que sale la primera Sound of Silence. Tres acciones distintas que llevadas a cabo por separado no contemplan ni una breve frase pero las tres juntas, querido público, para nuestro protagonista efímero y sin nombre no tienen cabida.

Se disponía a vestirse y elegía unos pantalones chinos color crema, una camisa holgada blanca y una americana de cuadros de algodón de fondo marrón y sobresaliendo a la vista el verde bosque. Cogía su sombrero color negro: con la copa media, cinta y el ala cerrándose por detrás. Se despedía de su iracunda y tierna gata, y salía por la puerta relajado: sin ganas de enfrentarse al día pero sabiendo que era su responsabilidad.

Siempre empezaba el día en el coche con algo de jazz de Ben Webster o Charlie Parker. A medida que se iba despertando en su coche Golf Cabrio MK1 blanco aumentaban las revoluciones e iba cambiando de música para acabar con algo de rap. La música negra le hacía escabullirse de los pensamientos de su psique. Soñaba despierto y pensaba que era una de sus virtudes.

Encendió el móvil del trabajo cuando salía por la puerta del garaje y ya estaba el primer aviso. En su trabajo se controlaba todo: cuando se levantaba, el desayuno, la ropa del vestuario, la música, dinero, etc. “Nos vemos a las 9 en Paseo Independencia, Orange” decía así el primer mensaje del trabajo.

Cuando llegó se dio cuenta que era su viejo amigo judío el que le esperaba.

-Amigo mío- le dijo.

-Amigo mío, que buenaventura verte- le respondió

-¿Desayunamos?-

-Claro, té verde y una tapa-

-Siempre con tus principios de mierda, ahora dirás que no sea de cerdo.

-Superé el cerdo follándome a tu querida- le respondió la vacilada.

Los dos salieron juntos mientras reían. Se dirigieron a la Madalena, el trabajo estaba cerca de allí, entrando en el bar que ya conocían. Hacían buen té y mejores tapas. Esa vez pidieron bocadillos con el té verde; querían que fuese un desayuno más largo.

Recibieron un segundo mensaje, está vez era más claro que el anterior y contenía una ficha descriptiva. Lo recibieron los dos. Contenía el lugar y la hora donde tendrían que estar. Separados por una calle, uno más arriba que el otro. Observando especialmente a dos personas.

-Joder, vaya mierda de trabajo- dijo nuestro protagonista

– La cagaste la semana pasada. ¿No recuerdas?- le contestó

– Lo sé, pero quién iba a decir que no iba a atentar.

-¡¡Sacaste el arma en medio de paraninfo!! En qué estabas pensando.

-Fueron sus ojos los que me alertaron.

-¿cómo no te iban a alertar si estaba siendo buscado por toda España? le interrumpió

-La jodí, pensaba que iba cargado hasta el culo.

-¡¡decidiste por ti mismo!!

-qué somos muñecos que cuando morimos se nos da una medalla o qué. Soy de carne y hueso, hostia. Me juego por este puto país todo para que me den una mierda de medalla cuando muera.

-Tampoco vivimos tan mal. Con reglas pero no vivimos tan mal. Además, fue nuestra elección.

– No me vengas con esas mierdas, éramos críos recién licenciados.

Salieron del bar rumbo a la calle Conde Aranda, con el pitillo en la mano nuestro malhumorado protagonista, por la reciente charla. se dirigía en silencio y a paso suelto por el entresijo de calles del casco viejo de Zaragoza acompañado del judío.

-Bueno, hemos llegado a la calle Alfonso. Nos separamos. Nos vemos en Conde Aranda. Le dijo a su compañero judío.

Cuando llegó a su puesto desde la calle las Armas, fue de la calle Alfonso a las Armas para no sospechar, se encendió un pitillo y empezó a observar a su alrededor: las tiendas estaban abiertas. Maku y su tropa ya estaban por los alrededores. Maku, llevaba el negocio a varias tiendas de ropa y cafeterías. Utilizaba esas tiendas para blanquear el dinero de los prostíbulos de toda las Delicias. Eran discretos, no oponían resistencia y no querían problemas. Los mafiosos que toda policía querría tener en su ciudad. Al otro lado de la calle ya se estaban despertando los de habla árabe; éstos controlaban el hachis de la ciudad. Lo blanqueaban en sus tiendas y estaban muy repartidos por toda la ciudad. Era difícil cogerlos porque era un negocio a gran escala. Zaragoza sólo era un paso más para avanzar hacia el norte; País vasco y Cataluña eran otros pasos. No solo abastecían a un punto sino a varios y no sólo desde un mismo lugar.

Su misión era vigilar un poco lo que pasaba por la zona. Era un trabajo mal aplaudido pero al fin y al cabo era remunerado. No lo habían apartado del cuerpo; simplemente le habían dado un escarmiento. Aparecieron los dos individuos. Se dieron la mano y empezaron a hablar. Se intercambiaron unas bolsas. Nada raro a simple vista. Podía ser hachis y a por eso no habían ido.

-Tú te quedas con el del abrigo negro y yo con el de la chaqueta vaquera-. Le dijo el judio por pinganillo.

-ok- contestó.

Cuando se estaban despidiendo pasó una mujer mal vestida gritando:”-putos hombres o moros, sois todos igual”.

-La puta los ha puesto nerviosos.- Le dijo al judío.

– A ver si se pira de una puta vez. Va a joder todo. Está yendo hacia ellos.

-¡¡cabrones!! Por lo menos cuando me folléis dejarme dinero. Hijos de puta.- Les gritaba entre sollozos la puta.

Ellos se reían y empezaron a mirar a alrededor. Al ver que nadie hacia nada decidieron irse hacia plaza Europa.

-Nos toca movernos. Cada uno por su acera-. Firmó el judío.

En plaza Europa con Echegaray y Caballero se separaron el judío y nuestro protagonista, no sin antes recordarse que se reunirían en el bar de siempre.

Nuestro protagonista lo siguió por el parque de la Alfajería hasta llegar a las delicias. Por la avenida Navarra fue hasta casi la estación delicias y giró a la izquierda por la calle Arias y se metió en un portal. Llamó a oficina e informó. Le dijeron que esperase cerca.

Al cabo de una hora salió y ya no llevaba paquete. Se fue de vuelta al Gancho. Volvió a llamar a oficina y le dijeron que ya lo llamarían por la tarde. Entonces, se fue a la calle princesa a comer y esperar a su compañero. Se saludó con la dueña del bar, hondureña de caderas anchas y personalidad fuerte, y se sentó en la barra. Pidió un poco de paella y un Sprite. Comió y vino su amigo a las dos horas de estar esperando.

-Joder con el cabrón. Se ha saludado con todos. Lo tenemos claro si lo queremos coger.-habló primero el judío.

– Ya sabrán lo que hacen los de oficina.¿Nada sospechoso, no?

-Nada, como siempre hasta que la lían.

-Dios, vaya mierda de trabajo. Y por la tarde otra vez lo mismo-. Con tono desgastado habló el protagonista.

– Vamos, vamos. Si esto es como darse un paseo. Ahora por la tarde un poco más de ejercicio y ya para casa.

– Sí, claro. Con mi bella mujer que me saca la mitad de la pasta por no haber firmado separación de bienes.

-Hay un hijo de por medio y es menor. No empieces. -Le replico el judío.

-Dime, qué clase de padre es uno que está haciendo lo posible porque no metan una bomba en este puto país y deja que su hijo lo eduque el novio de su expareja. ¿Cuándo crezca lo entenderá?. – le recriminó.

-No tienes más opción que aceptarlo. Vivir los momentos con él intensamente y enseñarle que tu trabajo les mantiene, y no pidas más cerveza. No merece recaer por el puto trabajo. Por un hijo sí, siempre que sigas luchando, pero por un trabajo no.- Se puso serio el judío.

-A dónde vamos a llegar. ¿tendremos algún reconocimiento en vida? Sólo para que nuestros hijos lo sepan.

– Ya sabes que no. Somos soldados de lo desconocido.

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