Soy de los que cantan bajo el agua,
de los que ríen con la lluvia,
del manso atino al alba,
y tristes rimas de luna.

Soy de lo que he conocido,
de los que han llorado.
Soy de lo que he aprendido,
de los que han reprobado.

De los que a veces ignoran
y a veces hablan.
De los que a veces imploran
y a veces callan.

Soy de los que crecen,
soy de los que apañan;
de los que envejecen
y de los que extrañan.

Soy de los últimos, el primero,
de los primeros, en nada.
De los recuerdos, esmero
de la memoria sesgada.

De los enemigos, amigo;
de la libertad, esperanza;
de los que vienen conmigo,
discretamente, una lanza.

Soy de los sinceros
el mejor de los que engaña;
soy de los infiernos
la cumbre en la montaña.

De la música, una nota;
del aire, una acaricia;
del agua, soy la gota
que vaga en tu codicia;

del cielo un punto fijo;
del Imperio, una espada;
de las brujas, un hechizo:
de perderme en tu mirada.

De los pocos bendecidos
según hable la moneda;
de creer en los sentidos,
desnudándose el poema:

Ni la tierra había girado,
ni el sol se había vestido.
Pues nadie había escuchado
el corazón de mi latido.

Tal vez porque iba a verte
yo nunca haya dormido.
En la mañana inerte,
ni el gorrión del sonido.

Entiendan, amigos míos,
que todo, al fin, me desvela;
y que arrastra como ríos
la fragancia de su estela.

Ya no sé qué parte de mi alma,
admira más una sonrisa
que cualquier otra cosa en calma,
que cualquier viento de brisa.

Como abro mi ventana,
tal cual he de quererte;
Ni ayer, ni hoy, ni mañana.
Ayer y hoy y siempre.

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