Con un paquete en la mano, salgo del templo que visité, no propiamente por ser creyente, y en la puerta un hombre delgado, alto, de acento distinto, me muestra su arma y me dice; “está usted detenida”; la tierra se abre a mis pies, no sé si llorar, o pensar, o decir, o callar, o que debo hacer, o sino debo hacer; la verdad no sé nada.

Otro hombre al final, se acerca, me pide mi documento de identificación, me pregunta mil cosas, que no sé si responder, o si no contestar, o que decir, o que callar. Siempre hemos escuchado en la televisión, tiene derecho a una llamada, tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga podrá ser usado en su contra, tiene derecho a un abogado, sino puede pagar uno, el estado le designará alguien que le represente…y es así, igual, tus derechos por ser apresado, parecen sacados de una serie policial.

Comienza un recorrido interminable de visitas que en medio del caos no entiendes, no reconoces, no sabes, no te dicen, no preguntas, no aciertas. El fiscal del municipio, toma tu declaración, que, a decir verdad, no es una declaración, es solo contarle, cómo te llamas, donde vives, con quien vives, que haces, donde lo haces, en fin, es una larga lista de preguntas que no entiendes, aunque comunes y sencillas, no entiendes, porque el aturdimiento se ha apoderado de ti y no razonas, no piensas, no deduces, no sabes, no hablas, no callas, no gritas. Estás en un limbo, de donde no sabes si saldrás.

Y comienzan a otorgarte tus derechos; el hombre de mayor rango, te solicita el número al que llamarás, el nombre a quién pertenece, que parentesco tiene contigo, y al final, marca, le responden, da una breve explicación y te pasa el teléfono. ¿Y entonces piensas, que puedo decir? ¿Que no será tomado a mal? ¿Que no usarán en mi contra? Y terminas llorando, como cayendo en la cuenta de lo que está pasando, de lo que pasará después y de lo que te costará el error que acabas de cometer.

Tu vida se vuelve un caos, no sabes que pasará, solo lo intuyes, pero tienes esperanza y fe, en que no fue tan grave, no pasará mucho, pronto acabará. Permiten que hables con tu familia, o por lo menos, a mí me lo permitieron, quizás esperando escuchar algo que delatara todo lo que había pasado. Pero nada escucharon, nada se dijo, nada había para decir, solo entender que toda la vida, estaría al revés, a partir de allí.

Después de un largo rato, de llanto, de dolor, de agonía profunda, comienzan a tomar tus huellas, fotografías, que tanto he odiado, ahora no puedo rechazarlas. Te hacen preguntas, sobre tatuajes, ¿tiene alias? ¿Pertenece a algún grupo? Y el limitante es responder si o no, nada más. A mí, a quién la indiferencia de los demás siempre me ha dolido tanto, ahora tengo que soportarla sin queja; a mí, que me parecía terrible el ambiente de un reclusorio, ahora me toca, compartir una celda, con una desconocida, que grita, que llora, que explica, y vuelve a gritar y no entiende que la verdad, no te importa su suerte, ¿a quién le puede importar? ¿Y es que acaso, tendría que importar?

La noche, larga, fría, tan fría, solo permite que escuches gritos, alegatos, entrada, salida, recuentos, historias, y nuevamente el frío. El guardia de turno, te mira, no habla, solo ve que lloras, que callas, y vuelves a llorar, pero luego la loca que grita, vuelve a gritar, y te mira y te cuenta, lo injusto que es que la tengan allí, cuándo solo traía unos gramos de marihuana. Le miras, le escuchas, no dices nada, ¿que podrías decir? Pregunta porque te encuentras allí, y solo respondes, me acusan de… ¿Qué más puedes responder? ¿Acaso a esa extraña le puede interesar que hiciste en la calle, para que ahora, te encuentres ahí?

Desde una celda contigua, un hombre grita, llamando a tu compañera, que de inmediato responde, llora de nuevo, dice me quiero ir, no tengo porque estar acá, no es justo, y vuelve a llorar. Sebastián, el hombre que llama a la mujer de la celda, que ahora compartes, pregunta si está sola, si tiene hambre, si tiene sed, si tiene frío, si quiere algo, que puede hacer?

¿El acto se repite una y otra vez, no duermes, acaso podrías dormir? Calculas que ya son las 6 am, porque han venido a relevar al guardia que estuvo de turno en la noche, el nuevo llega, saluda, te mira, examina, indiferencia total, después de todo, eres una más, una delincuente más que estás ahí, para luego dirigirte a la cárcel municipal.

Tu familia, te envía algunas cosas que saben que necesitarás y ahora, quieres ducharte, hacer que el agua se lleve la peste de tu situación, la mala energía que se te pegó, la pésima noche que nunca acabó.

Te duchas, te vistes, la loca que llora, vuelve a llorar, grita nuevamente, no quieres estar, ¿pero guardas silencio, que puedes decir? No habrá nada que digas, que cambié la situación actual. El guardia te dice, que tu audiencia de legalización e imputación es a la 1 pm. Y comienzas a pensar, que pasará, que harás, que dirás, que te dirán, quién te dirá, tu mente vuelve al caos inicial; no sabes que significa lo que te dicen, nunca habías estado en una situación así. Sebastián, pregunta si queremos comer, la loca que llora y yo, pero ambas negamos, ¿quién quiere comer? Por lo menos, mi cuerpo no pide comer, solo agua, solo agua, quizás el llanto, me causa tanta sed.

A las…no sé a qué hora, llega el hombre que me capturó, para llevarme al juzgado, que me recordara que ahora, soy una delincuente y tendré que ir a otro lugar. Me subo en su auto, no tengo esposas, la verdad, nunca durante todo este acontecer, me han esposado, lo pedí, y me lo concedieron, por lo menos, algo bueno. Pero cuando llegamos a los juzgados, me dicen, aquí si tenemos que colocarle las esposas, y la desesperación, la vergüenza, la desdicha, tienden un manto sobre tí, que sabes que tienes que soportar, pero es tan difícil y comienzas a llorar.

Ingresas al edificio por el sótano, el lugar por donde entran todos los delincuentes de ésta ciudad; alguien esposado, comienza a indagar sobre lo que te ha pasado, pero no puedes hablar, recuerda que todo será usado en tu contra y no sabes que harás, si por alguna desgracia, que se quiera sumar, dices algo que ellos, puedan utilizar.

El ascensor se detiene en el piso 16, llegas a una oficina, donde tendrás que esperar, que tu abogado de oficio, te pueda defender. La oficina, consta de tres sub oficinas, con muebles muy deteriorados, con una mesa en el centro, con ventanas que te muestran que por ellas podrías saltar y olvidarte de todo lo que ahora te pasa, si saltaras estarías bien, habrías descansado y serías inocente.

En un espacio pequeño, esperas a que llegue tu abogado, sentada en medio de los dos hombres que te custodian, llega una prima, te abraza, lloras, te consuela, te dice aquí estoy, aquí estaré, no te preocupes, cuentas con todos, todos estamos pendientes de ti, y muy quedo al oído, te dice, no aceptes cargos, no lo vayas a hacer.

Llega una mujer alta, elegante, de buen vestir, con una apariencia bondadosa, saluda, te pide que te acerques a la mesa de centro para que puedan hablar. Es tu abogada, pregunta, le cuentas, le dices que eres inocente, y ella te mira con una inquisidora mirada que te estremece y quisieras volar, volar para irte por esas ventanas que hay al final, pero no sientes la fuerza, no eres capaz, tu pena te oprime y no te permite reaccionar. Ella te anima, te dice, no aceptes que eres culpable, veremos ahora que se puede lograr.

En otro lugar, llegamos a un juzgado, donde encuentras a tu familia, el llanto, lo triste, lo amargo, lo más terrible. Ingresas, siempre esposada, la víctima, tu víctima, está allí, mirándote inquisidora, queriendo que seas fusilada, que te metan treinta años, que nunca puedas salir.

Comienza la audiencia, todo pasa como en una película, que no es para ti, situaciones que no reconoces, que no son para ti, que no pueden ser para ti. El fiscal, se dirige a ti, como si hoy representaras a Pablo Escobar; nunca antes, escuché a alguien hablar de mí así, como lo ha hecho el fiscal, las sórdidas acusaciones, que me hacen ver como una cruel y desalmada delincuente que no escatima en detalles, para hacer daño a los demás, una delincuente que ahora, deberá estar en la cárcel, ocho años, once meses y veinte días, pero que, si acepta la culpa, será solo la mitad de ese tiempo, y todo acabará.

Pasado un tiempo, donde el fiscal ha descrito toda tu maldad, la juez te pregunta, acepta la culpa, ¿se allana a los cargos? Recuerdas que tu prima y tu abogada dijeron no aceptes, pero de igual, forma, aunque hubiesen dicho lo contrario, ¿cómo podrías aceptar que has cometido los crímenes descritos por el acusador? Son crímenes atroces, que nunca podrías tu haber cometido, y dices no acepto. No puedo aceptar, no quiero aceptar, que ahora me traten como a un criminal, indolente, sin juicio, sin ninguna bondad. El fiscal, ha dirigido todo el tiempo hacia ti su mirada, y te fusila con cada parpadeo, y te mata con cada palabra, y espera que tú digas soy culpable, para corroborar que su estrategia, ha sido exitosa.

Después de largas horas, la juez determina que debes estar privada de la libertad, con vigilancia electrónica, que te impida que puedas huir, porque serás conducida a casa, después de que, en la cárcel, tengan tu historial. Y regresas a la celda, donde la loca que grita ya no está, se ha ido, ha sido liberada y ahora estás sola, esperando que el hombre que te ha capturado, llegué por ti mañana y te lleve a la cárcel.

El número de detenidos ha ido en aumento, a medida que pasan las horas, y entonces, como eres la única mujer, te llevan a una celda muy pequeña, donde el frío te cala los huesos, donde no tienes ni un metro para caminar, pero ahí estarás solo una noche, que después descubres, que son dos y no puedes ducharte, porque hay demasiada gente en las celdas contiguas, y en la que ahora tú ocupas, no hay baños, no hay duchas.

Es miércoles, creo, día de la mujer, y tú en una celda, sola, triste, con frío, sin hambre, con sed, con insomnio, sin sueño, pero duermes, duermes todo el tiempo, sin lograr descansar, sin poder encontrar un poco de paz.

En la noche, el guardia de turno, un policía muy especial, te lleva un café, te ofrece una llamada, pues ha notado tu depresión, lloras sin consuelo y él, en un acto de bondad, quiere, al menos un poco, calmar tu dolor. Se encuentran personas que sienten un poco de consideración hacia ti, hacia tu situación y demuestran ser humanos y te hacen sonreír.

Y otra noche, una larga noche, con frio, sin hambre, el llanto, la pena, todo lo que te rodea, ahora es tristeza.

Llega la mañana, no he podido ducharme, la gran cantidad de detenidos, no han dejado espacio para que pueda hacerlo. Llega el hombre que me ha capturado, llegó la hora, es el momento, en que debo dirigirme a dónde van los delincuentes, a la cárcel, a un lugar oscuro y frio, más frío aún, que el ahora ocupo.

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