Qué pasaría si …

Me costó meses entender su lenguaje y ahora mismo no sé donde me puede llevar.Todo empezó hace tres años. Aprobé las oposiciones a juez y me destinaron a una pequeña ciudad del interior. Estuve dos años encerrado sin parar de estudiar, sin ver a nadie y por primera vez en mi vida, iba a tener un sueldo que me permitiría disfrutar de una casa para mí solo. Estaba pletórico.

Decían que esa plaza no tenía mucho trabajo y a mí no me importaba la escasa actividad social porque, en realidad, llevaba una vida bastante solitaria. La gran ventaja era que los precios de los alquileres eran más que razonables.

Alojado en un céntrico hotel, dediqué tiempo a consultar a mis compañeros y a cotillear en Idealista las fotos de las ofertas, porque no estaba dispuesto a meterme en cualquier sitio y para ese fin de semana ya tenía concertadas tres visitas.

Recuerdo que estaba apoyado en la pared empapelada con flores de una casa que parecía una bombonera en las afueras y me sorprendió un susurro lastimero a mi espalda. El caso es que me asusté y separándome inmediatamente de la pared, me acerqué a la dueña que, ajena a cualquier inquietud, iba contando los mejores aspectos de la vivienda que había sido de sus suegros.

No hice ningún comentario, pero salí de allí frotándome las orejas, ¿Es que me encontraba mal? ¿Tenía acufenos? Debería visitar al médico. Ya me sucedió en la etapa de las oposiciones debido al estrés. Continué mis visitas, pero no volvió a suceder. Tampoco me gustaron las casas, así que guardé la referencia de la primera y seguí indagando.

El fin de semana siguiente tenía previsto ver otras tres viviendas pero también quise regresar a la casa-bombonera.

Ese sábado salió soleado y se estaba muy bien en el jardín del adosado que me estaban mostrando. Me apoyé en el muro de entrada a la casa para encender un cigarrillo. Entonces volvió a suceder, pero esta vez me pareció que me succionaban con fuerza para susurrarme algo al oído. Escuché claramente movimiento de piedras, como una especie de gruñido. Me despegué de la pared y me giré para mirarla. No había nada, apenas la huella de una enredadera seca cortada hacía tiempo.

Con taquicardia, me acerqué al hombre que seguía charlando del barrio y de su gente y le pregunté, de pronto, sin que mediara mi voluntad, por qué no estaban los dueños.

Se quedó callado, con el rostro serio.

-Todo el mundo lo sabe, me dijo. Aquí hubo un doble suicidio. Era un matrimonio mayor y ella estaba muy enferma. Por eso tiene este precio tan ventajoso, la verdad. Esas cosas pasan, pero la casa está estupenda.

-¿No quisieron vivir aquí sus hijos? Pregunté de nuevo sin que fuera mía la pregunta.

-No, no… me contestó con los ojos como platos. Hay gente supersticiosa y la verdad, no eran buenos hijos, les tenían abandonados a su suerte. Habían dilapidado sus bienes, incluso los ancianos iban a perder la casa porque los chicos la hipotecaron para sus intereses alocados.

Además, la pareja no murió en la casa, si es lo que le preocupa, salieron al jardín común, se sentaron en las tumbonas y allí los encontraron cogidos de la mano.

Nos despedimos cordialmente con el típico, me lo pensaré y ya le llamo, gracias por todo. Daba que pensar y me tuvo intrigado un buen rato.

Entonces me acerqué a ver la primera casa, me apoyé en la pared del papel pintado del salón y esperé conscientemente, mientras observaba a la dueña. Sucedió lo mismo, pero aguanté el susurro que, entonces, se acercó mucho más y percibí un ligero temblor, que me recorrió la columna vertebral.

-¿Qué sucedió en esta casa? Pregunté con la certeza de que no era yo quien preguntaba.

La mujer se quedó blanca. ¿Cómo? ¿Qué quiere decir? se dirigió a mí temblando.

-No sé, pero presiento que aquí ha sucedido una tragedia. No puedo explicarlo

-¡Fuera!, me dijo. ¡No vuelva más! Me está asustando. Mis suegros vivieron aquí con nosotros, desde que nos casamos. Y entonces se puso a llorar.

-Todo fue un accidente. Alguien olvidó cerrar el gas. Afortunadamente mis hijos dormían esa noche en un campamento de verano. Yo me salvé de milagro y no he podido regresar. ¿Quién se lo ha contado?

Me disculpé y ya no hablamos más. Tenía que seguir buscando, pero empezaba a preocuparme. ¿Por qué las paredes me hablaban a mi? ¿solo me pasaba a mí?

Decidí continuar en el hotel para tomarme con mas calma la búsqueda y cambié de zona. Me aproximaría a los Juzgados, aunque tuviera que renunciar a un pequeño espacio verde.

Pensé que necesitaba ayuda y decidí consultar a María, una letrada que me asistía en los procedimientos administrativos y que se ofreció a acompañarme a visitar un par de pisos en una buena zona. Era una mujer risueña, con años de experiencia y bastante eficaz, que hacía las cosas fáciles en el despacho. Me animé a retomar la búsqueda bajo su protección.

-Hace mucho tiempo que esperábamos un juez, ya ni me acuerdo, me comentaba mientras nos acercábamos dando un paseo a las casas previstas.

-¿Y … cómo es que no se ha cubierto esta plaza antes?

-La verdad es que nadie la quería. Argumentaban que era demasiada responsabilidad

-¿Por…?

– Álvaro, el anterior juez, nos dijo que no podía hacer nada para superar las injusticias de esta ciudad. Que no tenía suficientes herramientas, sin más.

Entre charlas, llegamos a la primera vivienda, un ático con una gran terraza que me gustó. Era diáfana, con grandes ventanales al parque y revestimientos de madera. Tan solo habría que reformar un poco la cocina. Se subía de precio, pero había que pensarlo.

En la segunda, al abrir una puerta me quedé clavado en el suelo y de nuevo, la pared me atrapó con más violencia que las otras veces. Sentí que mis hombros se mojaban como si alguien llorara sobre ellos. Me giré con esfuerzo, pero la pared estaba seca y mis hombros también.

-Es una casa preciosa, les dije a María y al vendedor, pero siento un peso en la espalda que no me explico, como si la casa me rechazara.

-Ah, qué sensible eres Joaquín, me contestó María sorprendida, mirando al vendedor.

-¿Algo que deba saber? Pregunté casi afirmando, en un impulso incontrolado.

– Bueno, aquí dispararon a un hombre que leía sentado en su sillón, dijo María. Fue hace un par de años. El disparo entró por la ventana abierta. Nunca se descubrió al culpable. Un esbirro o un loco, vaya usted a saber.

_ El dueño no era sospechoso de nada oscuro. Un buen hombre, según confirmó todo el mundo. Dicen que fue un crimen fortuito. Su mujer fue investigada, no se encontraron pruebas de que estuviera implicada, pero se marchó después de la ciudad y no sabemos nada de ella.

-Solo que lo alquila a través de nuestra agencia, comentó el vendedor pasándose la mano por el pelo.

-Vamos a dejarlo aquí, les dije. María ¿Te parece que hagamos un repaso de la situación con unas cañas? Y me la llevé decidido a parar la búsqueda por ese día y a relajarme.

-¿Le pasaba a ella que intuía sucesos trágicos en algunos lugares?, casi la estaba interrogando.

-¡Qué extraño! Eso es lo que le pasaba al juez anterior. Me contó que le sucedía a veces, inesperadamente, de visita o inspeccionando algún caso. Era como si adivinara ciertas cosas.

-Ya veo, pero no tenía herramientas para hacer justicia ¿no?

-Eso mismo, estaba tan seguro de los hechos, que enloquecía de desesperación por no poder conseguir evidencias. ¡qué mal lo pasó el pobre!

Vaya, pensé, qué manera más curiosa de reivindicar la verdad. Era todo un reto y tenía que reconocer que me sentía halagado por poseer esa capacidad extraña o por ser el elegido.

Hablé por teléfono con mi antecesor, pero solo me aconsejó que me largara. Dijo que era un tema de salud mental. Me pareció un simple, un cobarde.

Desde entonces se ha repetido la historia más de veinte veces. No puedo contar con mi equipo, porque hasta María se desentiende y últimamente se limita estrictamente al tema profesional. Parece que nuestra relación se está enfriando. Nadie quiere implicarse en lo que llaman “paranoia” por lo bajini, aunque yo tengo un oído excelente.

Ya llevo en esta plaza tres años, viviendo en un precioso ático frente al parque. He dedicado una habitación a este asunto. Tengo un gran mapa de la ciudad, las casas afectadas y las fotos de los dueños junto con recortes de periódicos y notas mías informando de cada caso.

Me ha costado mucho entender el lenguaje de las paredes-testigo y todavía no comprendo el modo en que ellas se comunican entre sí para avisarme. Algo relacionado con mi profesión les pone en alerta. Todavía no sé qué puede ser, pero lo consiguen y eso me gusta, la verdad.

En justa correspondencia, yo espero la oportunidad de compensar a las víctimas antes de que se derrumben mis queridas confidentes y aliadas. De momento, no he resuelto nada, pero estoy seguro de que lo conseguiré con ayuda o sin ella.

www.sersueca.wordpress.com. Qué pasaría si

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