Había dejado a Lilia muy desconsolada en un hotel de mala muerte. No se lo merecía, es verdad, pero siempre había seducido mujeres y mi aspecto no cambiaba. Nunca me extrañó que pasaran los años y siguiera siendo el mismo, pero algo había sucedido mientras estaba revolcándome con aquella chica. Al salir a la calle una influencia extraña, una fuerza magnética o algo así, me empezó a inquietar. Un seductor de mi tipo siempre sabe lo que debe hacer en esas situaciones, sin embargo, los últimos meses me había vuelto un poco impredecible y mis decisiones eran o muy crueles o afeminadas. Tenía el presentimiento de que algo no iba bien, pero estarán de acuerdo en que los hombres musculosos y bien dotados por naturaleza, con encanto y poderes selectos para hallar chicas, no podía actuar de otra forma. Al principio, atraía a las mujeres como moscas. No había una sola que se me resistiera y mi conducta era la de un tipo duro que hacía lo que se le pegaba la gana. Hasta mi lenguaje era vulgar. Las cosas que decía eran nauseabundas y humillantes y de todas formas se me abrían las piernas de cualquier mujer. Nunca me he dedicado a la filosofía y, se supone que mi potencia animal, me hace un macho irresistible.

He tenido en varias ocasiones un conflicto interno porque hago cosas que como persona me parecen estúpidas, pero todo lo que me pasa es como manejado por el destino. Si no fuera porque sé con seguridad en donde me encuentro, diría que alguien se mete a indicarme el camino que debo seguir. Hace unos meses, después de haber cometido un acto despreciable, pensé que lo más justo sería dejar de burlarme de las mujeres, pero, a pesar de tener una voluntad férrea, mis convicciones eran trozos maleables de plastilina en las manos de un inmoral, de un dios extraño, un enfermo o un demonio, no sé. Luego vinieron más contradicciones. Si entre las personas que estén leyendo mi esto hay mujeres, me gustaría preguntarles cómo se imaginan el deseo masculino. ¿Piensan en verdad que somos bestias libidinosas que solo pensamos en acostarnos con quien sea para satisfacernos? Tal vez eso no sea verdad, quizás haya otra explicación que yo debería saber si fuera más culto, pero he nacido así.

Modestia aparte, les diré que he estado con una gran cantidad de mujeres y siempre las he satisfecho, también he sido víctima de neuróticas y ninfómanas que al final vienen lloriqueando a pedirme de rodillas que las someta y las haga sufrir de pasión. En ocasiones, incluso, me siento muy ajeno a las personas con las que me relaciono. Es como si hubiera sido creado a partir de un deseo inexplicable de alguien que quiere impresionar con lo que me pasa. A mi el lenguaje vulgar y las expresiones limitadas de erotismo me importan un pepino y si tuviera un poco más de formación actuaría y me conduciría de otra forma, como un Don Juan o un Casanova de verdad. No me dieron mucho cerebro, pero he logrado aprender cosas. Cada encuentro me deja una experiencia y lo más lógico sería progresar, desarrollarme, sin embargo, sigo igual y por las noches he llegado a padecer de insomnio. No puedo decir que en el sueño la vida sea mejor. Al parecer cuando duermo las fuerzas que me manipulan no influyen sobre mí, pero tampoco son productivas porque nada más cerrar los ojos me disperso y mis pensamientos se evaporan. Es como un viaje a la nada.

El mes pasado sucedió algo raro. Tuve un encuentro con una mujer fuera de lo común. Llevaba las uñas muy largas y bien cuidadas, su pelo estaba teñido de rubio, sus gafas eran un adorno y vestido de mal gusto. No era de esas que impresionan, más bien parecía que tenía hambre de reconocimiento, una mojigata cualquiera con sueños de princesa. Movía las manos como si estuviera en una conferencia y decía que ella estaba haciendo lo que muchas no se atreven, se daba aires de intelectual. Quería tener el aspecto de una brillante triunfadora y me dijo que alcanzaría su sueño dorado muy pronto gracias a mí. Conversé con ella, cosa que por lo regular no hago con las mujeres, fueron más de tres horas y, al final, no entendió nada ni yo tampoco. Ella no era de esas mujeres a las que se puede poseer de la forma en que pasa aquí. Cuando discutimos sobre algunos aspectos de mi personalidad ella cerró los oídos, se hizo la tonta. Le habré repetido eso de la falta de concordancia de mi aspecto y mis lloriqueos de niña o mis muestras de salvajismo y vulgaridad y, a pesar de mi insistencia, ni se inmutó. Me resigné a que siguiera con su aburrido sermón. Poco después dormí con ella, pero me sentí defraudado. Se apasionó mucho, incluso llegó hasta el final de su trayecto con gritos y pujidos. Las cosas con ella me supieron insípidas y nada memorables. Ni los besos, ni las caricias ni las palabras perduraron, fue como una alucinación. Cuando ella desapareció, comencé a oír voces del más allá.

Se oía un eco deforme. No eran sonidos de este mundo. Me atrevería a decir que era extraterrestres, ánimas o algo así. Lo más escalofriantes es que se parecían a las de la mujer rarita. Al principio pensé que oír a gente extraña me impediría seguir con mis conquistas, pero sucedió algo risible. Primero, mi historia se repetía cada vez que una voz nueva me hablaba, después, esas voces expresaban ideas: “Bien que se la joda, así…así de sabroso…Oh, qué bueno que está este cabrón”. “Joder, tío, ¿cómo puede haber este tipo de bestias”. “Eso es una estupidez, en la vida real eso no pasa”. “Me lleva la chingada, esto es una basura, ¡Qué porquería!” “¿Quién ha dicho que esto es erotismo, joder?!Deberían tirarla a la basura!”. ¡Esas voces me fueron dejando…cómo decirlo…! ¡Ah, sí! !Experiencia!

La encontré de nuevo. Estaba de muy buen humor, me enseñó una cifra de no sé qué cosas y se rio muy feliz. Me pareció una persona encerrada en un ambiente enfermizo. Lo mejor que me pudo suceder fue que una tarde escuché algo que me hizo reaccionar. “Le queda mucho por recorrer, este tipo se va a quemar y no tiene futuro. Es predecible, soso, bruto y parece un objeto sexual que se podría comprar en una tienda de adultos”. Pensé en eso todas las noches que permanecía solo, en esas noches etéreas que comenzaron a solidificarse. Creí que tal vez podría tomar las riendas de mi vida y salirme de ese ambiente ridículo en el que las mujeres desnudas se metían conmigo a las piscinas, me metían en los vestidores, me llevaban a los baños de los bares o a su coche. No podía controlar las voces que escuchaba, pero sí tenía la oportunidad de aprender de ella y rebelarme.

Tuve que hacer un esfuerzo descomunal para que uno de mis absurdos encuentros fracasara. Estaba en una reunión de gente muy importante en la casa de un famoso. Una actriz admirada por su belleza me cogió de la mano y me besó. Emitía sonidos y humores como todas. Llevaba ropa de marca, perfumes y joyas; pero era simplemente una mujer guapa con suerte y, aunque su piel, labios, pelo y genitales eran como los de las demás, ella se resistía a aceptarlo. Fue cuando le propuse que se divorciara y se casara conmigo. Ella se detuvo en seco y me miró desconcertada. Se supone que debía hablar, abofetearme, montárseme encima o coger la pistola de su guardaespaldas y matarme, pero no sucedió nada, nada de nada. Fue un gran logro.

Al día siguiente volví a ver la ambiciosa mujer de las uñas largas. Estaba un poco descompuesto su peinado. Estaba desaliñada. Me echó una bronca terrible. Le respondí algo que no recuerdo porque me dejó en punto muerto. No sé qué fuerza del demonio me poseería, pero no lograba hilar una simple idea. Me quedé inmóvil toda una semana. La tía volvió cambiadísima. Me atiborró de preguntas. Le contesté a todas y se fue sin escucharme. Las cosas fueron de mal en peor. Las voces ya no se oían, el silencio era aterrador, ni siquiera podía oír mi propia voz. Ella se alejaba cada vez más. El espacio se llenó de moho. El cielo se ranció. Ya no hay fiestas, no aparecen mujeres, no me desea nadie. Permanezco todo el tiempo en un sitio y doy vueltas sobre las puntas de los pies y si mis pensamientos son pocos, ahora temo que la cabeza se me quede hueca. Sigo con mi cuerpo fornido, pero las cosas van despareciendo y las noches son más largas de lo común, me rodea la penumbra. Creo que tendré que resignarme al final inevitable y doloroso. Adiós.

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