Sentía que le habían menguado la libertad, pero a nadie le pueden quitar una ilusión. Alguna vez fué una realidad suya, pero gran parte la dejó olvidada en el fondo de un morral tejido en el cual portó con orgullo la fotografía descolorida de un adalid caribeño de barba y boina que se desangró por bala en algún paraje de la tierra de Bolivar, otro tanto se quedó resonando en la caja de una guitarra agrietada, maquinaria oxidada, tres cuerdas de naylon y un «Mi#» en donde debía estar un «Si». El resto, se fue disgregando cada que veía el alba, dejaba sus fragmentos, cada vez más pequeños, a un lado de la piel que mudaba por las noches. Pero sentía que le habían quitado la libertad, creía que esta se trataba de poder tocar todos los escaques del tablero que quisiera, cuando quisiera, como quisiera. Mientras esta ilusión libertaria creció, los travesaños de una jaula se habían mimetizado con sus pestañas, se habían instalado en tanto silencio y con tanta calma, que un día, de repente, se convirtió en reo y celador de un gulag invisible. El mayor consuelo para un preso de esta estirpe siempre fue la instantánea sensación de libertad al izar y forrarse velas brandeadas y zarpar hacia el horizonte en un buque desechable de cuatro ruedas, aunque, ¿a dónde puede ir alguien para escapar de su propia existencia?, al final, siempre despertó bajo las mismas cobijas enmohecidas. Tal vez el tiempo y las circunstancias podrían servirle para poner un reflector sobre las rejas en sus ojos, si estas no existieran, podría volver a ver cada detalle de cualquier paisaje, cada tonalidad y perspectiva, podría volver ver la belleza que habita en una sonrisa, volver a mirar el universo a través de unos ojos y escuchar las cuerdas arpegiadas en hermosa armonía de una voz. Pero la vida en libertad no es para todos, la libertad puede ser una amarga cicuta para la comodidad, libertadores y libertarios han sido crucificados y sus cabezas puestas en picas, porque caminar siendo dueño de la dirección de las palabras y el andar es un peligro para el mundo,  hacerse amigo de la probabilidad, la estadística, el orden dentro del caós, saber que cada paso puede terminar en caída y hacerse uno con el dolor del tropiezo, dejar de mudar pieles y pincelarse con acuarela un elefante en el pecho, dejar pasar al reloj y verlo alejarse veloz e incansable. No, esa no es una vida para todos, él prefirió ponerse en pié de guerra e ir a la primera línea a defender el hierro que llevaba impregnado en su piel, soñando con el día en que pudiera volver a deambular atado a la inmensidad del tiempo y el espacio, atado al espejo roto que llevaba encima de los hombros. Sentía que le habían robado la libertad, en realidad, le habían dado la oportunidad de escapar.

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