Calle vacía. Paso lento, reflexivo. Subo las escaleras de la entrada principal del colegio y me recibe la gran imagen de Jesús. Absoluto silencio y soledad, impuestos por las circunstancias. Llego al aula. Nudo en mi garganta. Una lágrima brotando de mis ojos. Sobre los pupitres, que otrora formaron equipos de trabajo de cuatro, encuentro los libros de los niños perfectamente identificados. Todo está demasiado ordenado, demasiado limpio, demasiado serio… demasiado silencioso. Recojo una pila de libros para llevarme a casa: este curso ya no vuelven al cole… y ellos todavía no lo saben.

Regreso a casa reflexionando sobre mil cosas: no recuerdo cómo fue mi décimo cumpleaños, porque de eso ya ha llovido mucho, pero en casa me espera alguien que seguro recordará que recibió aplausos desde otros balcones, que los vecinos le cantaron el Cumpleaños Feliz y que el Maestro de Ceremonias del quinto le dedicó una canción. Recordará también que sus profesores y compañeros le felicitaron desde una pantalla y que se emocionó de verdad… aunque no pudo repartir caramelos. Quizá recuerde también que mamá le hizo su tarta favorita y apagó las velas rodeado de amor de familia… y que esa noche se durmió feliz. 

Continúo caminando y pienso en un mundo donde todos seamos UNO y lo reconozcamos de verdad, donde podamos recordar cada mañana que la verdadera riqueza reside en la vestimenta del corazón, que reconforta al que está triste porque no ha podido dar el último abrazo a un ser querido, o se acuerda de charlar con quien está solo por obligación, o es anciano, o… seguro que se nos ocurren más situaciones donde, ahora y siempre, podremos abrigar el corazón de otro ser humano.

Cae la lluvia de forma incesante. Hace dos meses que comenzó ese necesario encierro, que tiene como fin evitar infecciones y defunciones. Hoy soy presa del desencanto: aquello que comenzó con consternación, desembocando en unión y solidaridad, va cuesta abajo, parece haber iniciado un enfrentamiento entre iguales, luchas políticas y el olvido de nuestra razón principal… aún así, continuaré albergando en mi corazón esta pequeña llama de fe en la HUMANIDAD.

(Comunidad educativa)

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