El teléfono comenzó a sonar en la madrugada, Miller despertó sobresaltado, la llamada inusual y lo poco habitual de la hora, activaron sus temores, un ligero temblor se apodero en fracciones de segundo de sus manos, sintió frío, un frío intenso, sobrecogedor; descolgó el teléfono

—Hola —dijo.

No hubo respuesta, le envolvió el silencio cómplice de su habitación en penumbras. Su mente se distrajo, en el recuerdo de otros tiempos, vivía en el barrio desde niño, era conocido por todos sus habitantes y su vida era tan pública como las calles que recorría a diario, no guardaba mayores secretos, sin embargo, con alguna frecuencia le asaltaba la duda, no entendía las razones de Teresa, el día de su despedida, sentado en el borde de la cama, buscó con ansiedad, en su mesita de noche, el pedazo de papel que ella le entregó en ese momento, leyó las desgastadas letras: “aunque no lo esperes ya, seguiré pensando en ti”

Fue hasta la cocina, se preparó un café, se sentó a esperar la llamada que por largos dieciocho años, tanto había anhelado, suspiró, era evidente, aún la amaba.

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