Otros mundos, otras realidades, otras sensaciones, otras percepciones. Diferentes y a veces distantes, conviven con las nuestras y caminan a nuestro lado. Aprendemos a convivir con ellas sin pararnos a observarlas. Aceptamos que existen, pero no podemos ponernos en su piel. Intentamos entenderlas, pero no alcanzamos a mirar a través de sus ojos. Nos preguntamos de qué color se pintan y qué música suena en ellas, pero no llegamos a percibirlo.

Y es que explorar y descubrir los inhóspitos laberintos del cerebro de algunas personas con diversidad funcional, es una aventura constante. Encontrar los portales para acceder a sus recuerdos, a sus vivencias, a sus sentidos es el primer paso para conectar y comunicarse. Y algunas veces, las llaves que abren estos mundos están muy cerca y son peludas, tiernas y mueven el rabo al vernos…

Cuando los perros de terapia hacen su aparición en la sala, se abren puertas y se derriban muros, se allanan los caminos y se reinventan los colores. Los sentidos amplían su percepción del mundo y las emociones surgen de sus claustros. Se recuperan recuerdos escondidos de vidas lejanas, hoy percibidas como presentes. Las manos no escatiman caricias, recibiendo como regalo el calor y la textura del cuerpo de los canes. Las sonrisas se disparan cuando un juego se transforma en una oportunidad de comunicarse.

En esos momentos, no importa cuál es tu mundo, tu realidad, tu sensación, tu percepción. Y es que lo que nos diferencia es insignificante ante aquello que nos une: la capacidad de sentir.

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