El canto del gallo.


Hay madrugadas que tienen un aspecto más siniestro que otras, aquellas donde las personas duermen profundamente. Madrugadas, en las que asomarse por la ventana y deleitar las pupilas con la luz de las luminarias, no ocultarán el negro puro del cielo y las calles desiertas, y extrañarás un abrazo cómplice y romántico con el silencio.

Escucha mi canto…

Cuando recién me mude a la colonia, lo escuché a eso del medio día y luego como a las seis de la tarde, pero jamás en la madrugada. Incluso pensé en lo absurdo de que alguna persona tuviera un gallo loco de mascota en la ciudad. Intenté hacer plática con los vecinos sobre el dueño del gallo o el lugar donde lo tenían, pero nerviosamente me cambiaban la conversación o me ignoraban.

Con el transcurrir de los días, comencé a hacer amigos y a olvidarme del tema, acostumbrándome sólo a escuchar a esa criatura “invisible”, misteriosa y no hacer preguntas al respecto. Parecía que las personas de la colonia también estaban gustosas de que mi boca permaneciera cerrada o de que lo hubiera olvidado. Sin embargo, al mes siguiente, cuando todo comenzó, mi curiosidad despertó y estaba preparado para desempolvarla.

Recuerdo bien esa primera noche, me había ido a dormir temprano, cansado del trabajo de ejecutivo “contesta teléfonos” y fastidiado de la rutina y las voces imbéciles que llaman para que les resuelvas la vida. Estaba disfrutando de mi sueño fantasioso con Raquel, en el cual descubríamos que el amor se encontraba con nuestras manos entrelazadas, cuando ellos aparecieron y soltaron algo que la devoró y… Me desperté exaltado, aterrorizado y al parecer no era el único ser con el corazón inquieto o el sueño interrumpido, los perros parecían haber experimentado algo extraño e irrumpían en la noche con su intento de alejar aquel mal sueño y trago amargo. De pronto el cacareo largo e imponente y todo se impregnaba de una calma extraordinaria.

Escucha mi canto y canta conmigo, antes que el…

  • -¡Esos animales sólo traen desgracias! Yo ya hubiera hecho un delicioso consomé con él pero ya sabe cómo era ese Augusto (que dios tenga en su gloria). Yo no sé porque siempre tiene que llegar uno de esos animales a su azotea y enloquecer. Primero cantan a diferentes horas del día y luego les da por cacarear en las madrugadas, y aunque, el cura llene de bendiciones, pareciera que es el mismito diablo quién los envía, hasta eso han de ser invocaciones. ¿Recuerda cuando decidimos apedrear al segundo porque Don Augusto decía que el gallo le enseñó una canción y a la mañana siguiente el edificio estaba lleno de militares y no hubo cuerpo que velar? ¿Y tres meses después llegó otro gallo y lo mismo ocurrió con Mercedes?- dijo la anciana a la señora del departamento cinco y después calló al escucharme subir las escaleras.

Fue la única conversación a medias que escuché sobre el misterioso tema. Los días fueron haciéndose insoportables. Probé de todo. Cenar ligero, infusiones para los nervios, pastillas para dormir, diferentes médicos y fue inútil.

Las ojeras bajo mis ojos son testigo de que aquellos sueños extraños se presentan con mayor frecuencia y sólo recuerdo algunos detalles, por ejemplo… Ellos me persiguen, nunca puedo girar para mirarlos, a veces son calles, otras un bosque, a veces volamos en el aire pero no son sitios de éste planeta, o por lo menos, no conozco o identifico sitio en éste mundo que tenga ese tipo de cosas, y al final, siempre me encuentro con un gallo que me observa de perfil, con su ojo pequeñito y azul, me enseña las plumas rojas y se introducen por mi nariz. En ese instante despierto. No me dan ganas de levantarme, miro el reloj, giro en la cama, sudor frío, dolor en el estómago, los perros ladran lejanos y enseguida el canto del gallo que parece una canción de cuna:

Escucha mi canto y canta conmigo, antes que el gallo rojo coloque sus plumas dentro de tu vientre…

Algo en mi cuerpo no se encuentra bien. He visto moverse algo por debajo de mi piel que se dirige a mis piernas o a mis manos. Se desliza como un gusano y puedo asegurar que ha crecido. En ocasiones pareciera que es el cacareo lo que lo altera y ya no importa la hora. Esa canción sigue siendo incompleta en mi mente y no calla. Si intento cantarla el dolor es insoportable. Detesto a esa maldita ave y sé donde habita.

Entro a la unidad habitacional y camino hacia el edificio F; la noche gobierna con su oscuridad profunda, poética, aquel abrazo íntimo e insaciable. Una vez más los perros ladran inquietos y sé que tengo que llegar a él antes de que su garganta manifieste el canto. Subo las escaleras con el corazón palpitando aceleradamente, veo la puerta, cinco pasos, tres pasos, un paso y allí está, frente a mí, con su pequeño y delicado cuerpo, desnutrido, blanco pálido. Lo miro con locura, estoy desquiciado y su aroma me es repugnante, pero no me tiene miedo, no es rojo ¡No me mira de perfil! ¡El gallo canta!

Escucha mi canto y canta conmigo, antes que el gallo rojo coloque sus plumas dentro de tu vientre, canta amigo, canta conmigo y no permitas que…

No tengo fuerzas para romperle el pescuezo. El dolor es insoportable. Me duelen las entrañas, tengo nauseas, vomito una sustancia amarilla, el dolor no se apacigua, siento la necesidad de bajarme los pantalones y defecar. Parece una diarrea, ¿Qué demonios es éste líquido que salpica mis pantorrillas? ¡Qué rayos!

Un tentáculo sale de mi trasero e intenta aferrarse a una de mis piernas, luego aparece otro y se aferra a la tierra para sacar todo su cuerpo. No soporta el cacareo, me lastima, quiere escapar, se retuerce. Pujo con todas mis fuerzas y cae al piso envuelto en una sustancia viscosa. Me mira con su pequeñito ojo azul y su pico deforme. Sus tentáculos se muestran amenazantes porque sus patas parecen fracturadas. Sin embargo, ya no es la criatura imponente que aparecía en mis sueños. Está muriendo lentamente, el gallo blanco pálido se abalanza furioso sobre él, le arranca las plumas rojas, picotea el ojo azul, lo deja ciego; con sus garras arranca cada tentáculo esparciéndolos por todos lados hasta que lo deja convertido en una masa deforme y pestilente. Antes de desmayarme lo veo subir a la barda y su garganta entona el canto que no olvidaré.

Pasaron meses para que los militares me liberaran y me permitieran reintegrarme a la sociedad. Cambié de nombre, de rostro y me mudé de nuevo a la Ciudad de México, a una colonia cercana donde sucedieron estos acontecimientos. Hasta la fecha mis noches no han sido interrumpidas y dicen que no ha aparecido ningún otro gallo en la azotea de aquel edificio. Y si alguna vez notan que la madrugada tiene un aspecto siniestro y escuchan a una de estas criaturas cantar a las tres de la mañana, recuerden repetir el canto del gallo.

Escucha mi canto y canta conmigo, antes que el gallo rojo coloque sus plumas dentro de tu vientre, canta amigo, canta conmigo y no permitas que a tu mundo entre.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS