Mírame atentamente y dime lo que vez, mírame y dime en qué punto dejaste de notar la inocencia, en qué punto mi rostro sólo destilo el néctar de lo amargo que me tiñó el alma de gris, en que momento perdí las ganas de crecer por miedo a que las cicatrices sean un recuerdo tenaz que me obliguen a repetir constantemente el mismo episodio que viví. Mírame y dime que la rabia que siento en este momento acompañada de mi impotencia por la flaqueza no desprendió de golpe la sonrisa.

El llanto me abrazó, la tristeza hizo presencia, y lo que intentaron ocultarme ya había sido gravado en lo que quedó de mi conciencia… lo oscuro de la noche fue adornado con luces de colores y tonos blancos; y mis manos, mis manos teñidas de carmesí, mirada perdida y las lágrimas humedecían mi rostro confuso por las tantas voces que sólo se enfocaban en que ignorara esa cruda realidad.

Y estoy solo, en un mundo donde vivir es una obra de arte que sólo favorece a los que con sutileza y poder se adueñan del sistema. Solo, y a gritos pido justicia, alguien que pelee por mí, y no ser uno más que perdió la vida en el justo momento que perdió a quien le amo, por aquel que decía que le amo.

Alzo mi voz, porque tengo la esperanza de que alguien me escuche, porque puedo luchar en contra de lo inevitable, porque después de la amargura levantarme fue necesario, Porque podría evitar el dolor a otros que sufren amenaza y brindar un poco de esperanza, reconociendo a quienes luchan por nuestra causa, y sobre todo hacer entender en medio de esta silente guerra, que mi voz también cuenta.

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