Pesadilla Número 47

Cuando la vi, temí que cayera por el precipicio. Me acerque a ella diciendo que tuviese cuidado, me sonrió, corto una flor celeste del suelo rocoso y me la entregó. El viento acariciaba sus cabellos dorados que brillan aun sin sol; pues era de día aunque el cielo carecía de vida con unas grises nubes y un viento frio que a lo mejor predecían lluvia.

La niña tomo mi mano y me insistió con una dulce sonrisa a que fuera con ella. La seguí hasta llegar a un bellísimo jardín, no podía dejar de maravillarme, todo era más que un sueño, las plantas más hermosas bien ordenadas, una pequeña laguna a lo lejos donde posaban flamencos y cisnes. Seguí el camino de piedra de la mano de aquella niña, hasta llegar a una fuente, allí habían tres niños más. Pero aquellos niños tenían una mirada demacrada, se veían tristes y temerosos de mí. Me acerque a ellos pero ellos salieron corriendo lejos de mi.

Entonces recordé que no tenía la mas mínima idea del porque estaba allí, no conocía aquel lugar, me acerque a la fuente la cual tenía decorados con pequeños recuadros de espejo y vi mi rostro, y aquel reflejo no era yo. Sin embargo, tampoco recordaba mi rostro. Incluso mi vestimenta me parecía extraña, fue allí que entendí que me hallaba desorientado, ¿más que podía hacer con mi vida? ¿A dónde ir? si ni siquiera sabía algo de mí.

Entonces ella hablo, y escuché su voz por primera y única vez: <<Solo necesitas comprender que nada es sin una razón>> la miré sin saber lo que intentaba decirme. A lo mejor no importaba saber quién era yo, estaba allí por algo, quizás había una misión pactada por un destino perverso conduciéndome hasta allí, si era así, debía averiguar de qué se trataba mi estar allí.

Le pregunte a la niña su nombre, y ella mi señaló una estrella en el cielo. Pensé que su nombre era cielo, luz, lucero… hasta que acerté, su nombre era Venus. Quise preguntarle otras cosas pero ella puso su mano en mi boca, y con una mirada perturbadora movió su cabeza indicándome que no debía hablar.

La seguí mas allá de aquel bello jardín, subí unas escaleras de piedra hasta dar con el patio de un gran palacio, allí vi personas de antifaz y tan bien vestidos que me avergoncé de mi mismo, mi ropa no estaba a la altura de aquellos. Una mujer alta de cabello naranja, la cual llevaba un antifaz de plumas blancas y piedras preciosas se acerco y me puso un antifaz dorado y colocó en mis manos una copa de rojo vino. La niña había desaparecido, trate de buscarla introduciéndome más entre las personas que bailaban en la fiesta pero no parecía estar allí.

Bebí entonces del vino, el cual no sabía del todo a vino. No tarde en sentir, minutos después el efecto de aquella bebida. Debía beber más, quería más. Y las personas allí parecían reconocer mis deseos, pues traían vino y me daban, la fiesta fue tornándose más y más adictiva, entonces vinieron tres mujeres con jarrones de vino y me bañaron de él. Más de uno dejaba cubrir sus blancos cuerpos del rojo vino, entonces mi sentido del olfato se afinó. Aquello era sangre y no vino, sumado a las risas de los presentes me horrorizó por completo, quería salir de allí, empecé a caminar chocando a las personas hasta perder mi equilibrio, tropecé con alguien y mientras me venía al suelo trate de sujetarme de un hombre y sin intención rompí su antifaz, me desplome sobre aquel salón, un grupo de personas me rodearon, alguien me ofreció su mano para levantarme pero al tomar su mano, note la piel en descomposición. Abrí bien mis ojos, y vi el rostro del señor a quien rompí su antifaz, eran todos fantasmas o cadáveres, no se bien que eran, pero eran horrendos. Como mayor razón debía salir de ahí, empecé a caminar hacia la puerta por donde había ingresado, pero los llantos desgarradores de los niños me impidieron abandonar.

Me detuve a pocos metros de la salida, y al girar caminé hacia el lugar de donde provenían dichos llantos. No podía irme, mis ojos ansiaban ver más. Lo más aberrante que mis ojos verían entonces, me hicieron desear ser algo más que un mundano hombre, asqueroso ser malévolo destructor.

Unos cuantos cuerpos mutilados sobre el suelo, otros empalados en las esquinas del salón, y aquella niña que me condujo a dicho lugar le habían extraído el corazón. Su cuerpo sin vida yacía en lo que parecía ser una mesa de sacrificios. Al ver eso, caí de rodillas al suelo, sentí que mi cuerpo se desvanecería, a lo mejor por la impresión de aquella escena de tanta maldad. Los personajes de aquel salvaje y primitivo acto parecían estar eufóricos, se cubrían de la sangre de los niños, y no puedo describir con palabras lo que el resto hacia pues reniego de todo ello. Quite unas cortinas de uno de los ventanales del salón y camine hacia la niña, la cubrí con ellas y la cargue en mis brazos, y saque su cuerpo de allí, nadie me detuvo, mientras salía de aquel palacio y bajaba las escaleras hacia el jardín vi un rosedal de flores amarillas y fue allí donde la sepulté.

Me quede sentado sin comprender aquello, un viento audaz comenzó a azotar las tupidas ramas de los árboles y las primeras gotas de lluvia mojaron mi cuerpo, las lagrimas ya no pude contener, me desplome sobre esa tumba y lloré desconsoladamente, sentía culpa e impotencia. Mi llanto desgarrador me ahogaba, de momento ese lugar perdía su forma, a penas mis ojos veían ya que mis lágrimas me impedían ver con claridad. Cuando sequé mis lagrimas con mi mano, deje de ser aquel hombre, y no estaba ya en aquel lugar. Entonces recordé quien era; y aquel lugar era solo un sueño, una triste y cruel pesadilla.

Tarde unos minutos en aceptar que era solo un sueño, más mis sentimientos frustrados aun seguían ahí. Ya no podía ver al mundo con los ojos de antes, algo me había cambiado. Ya no era yo.

FIN

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