La dama y el vagabundo

La dama y el vagabundo

MALO CHINARRO

28/05/2017

Cogía el tren de la mañana hacia Dusseldorf desde Dortmund, no sin antes ponerme las rodilleras. Sin rodilleras no podía caminar, heridas de guerra digo yo; heridas de chupar pollas para otros. La verdad: me lo hice yo mismo queriendo adelgazar para follarme no solo vuestras mentes. Muchos de los fines de semana que me encontraba en Dortmund elegía una ciudad o pueblo cercano y lo visitaba. Quería quedarme con todo, tenía la ansiedad de ver al ego cabalgando libre sin que nadie lo molestase. Tienes que dar salida al ego; decía más o menos una canción de un intelectual callejero, de esos que tanto se resisten a morir, aunque hay gente que lo haya matado ya.

Dortmund me la conocía por todos los lados y el lugar donde mejor me encontraba era el barrio Turco, despreciado por aquellos que se creen superiores y bloqueado sólo por la manera en que estaba construida la central de trenes y autobuses. Por un lado, tenías los bares y restaurantes apuntando a la zona patricia de Dortmund. Por el otro, tenías la estación de autobuses y unos pocos árboles. Para que me entendáis, es como si el rio Ebro separase Zaragoza en dos: los patricios y los plebeyos. Te cuento un secreto, siempre aprenderás más de los plebeyos, de los que han sufrido hasta llegar a donde están, que de los patricios: bien porque se olvidaron de cuánto les costó llegar a donde están; bien porque se lo han dado todo.

Perdón por la reflexión, mi relato sigue.

La primera vez que visité Dusseldorf fue cuando llegué al aeropuerto de Alemania, y, sinceramente, salí a echar un cigarro y me asusté de lo que vi. Todos los taxis eran Mercedes. Me acuerdo que llamé rápidamente a mis padres y se lo conté. Me contestaron con un “bienvenido a la zona noble de Europa”.

Por lo menos cuando yo fui, no había revisores en los trenes, así que pagaba la ida sólo: 13,50 a cambio de estudiar una ciudad. Ni una matrícula de la universidad es tan barata y, por supuesto, no aprendes tanto. No iba con mapa, cuando me perdía por esa ciudad tan dicotómica acudía a google maps sin antes haber pasado un tiempo intentando saber dónde estaba. Por supuesto, al final acababa tomándome un té verde al estilo marroquí y entablando conversación con algún lugareño o extranjero en su barrio plebeyo. A veces tenía la suerte de hacerlo en español con alguna persona que emigró de joven a Alemania, gracias a que en el norte de Marruecos se aprendía español en clase; la supervivencia hace el resto. Si no, pregúntenle a los niños inmigrantes.

Seguimos…. No tenía un duro, así que elegía un buen bar en cada ciudad. Ésta vez elegiría un bar de Mexicanos. Los mojitos tenían pinta como pocos pero es verdad que yo, con mi dinero, me tomaba un café. Les preguntaba acerca de racismo, homofobia, xenofobia, pluralismo, etc.

Con uno que hice una amistad efímera me respondía a lo que podía pero recuerdo perfectamente lo que me dijo acerca del racismo. En el este de Alemania, antigua parte comunista, me dijo que estaban apareciendo grupos de extrema derecha por todos los lados y que a él, que vivía en una zona de Berlín, le habían pegado una paliza uno de esos grupos simplemente por ser mexicano. Su reacción fue irse de Berlín, ciudad que le encantaba y que añoraba, no solamente por la paliza sino también porque no encontraba trabajo bien remunerado: en esos años Berlín y la zona de Dortmund tenían un alto índice de paro.

En Dusseldorf patricio pude ver las mejores casas, los mejores coches, las chicas más atractivas y a los hombres de negro con su traje recién sacado de la tintorería. Esa parte de la ciudad estaba inmaculada de limpieza, joder, si hasta el suelo brillaba.

No me atrevía a entrar en ninguno de los bares del Dusseldorf patricio. No porque no pintase nada, que no lo hacía, sino porque no tenía un duro para pagar la cerveza a cinco euros. Así que seguí mi camino y cuando más o menos eran las 6 o 7 de la tarde me cogía el tren de vuelta con el mismo billete de ida. El viaje, si recuerdo bien, costaba más o menos una hora y poco, así que decidí sentarme en uno de los asientos del tren y saqué mi libro de apuntes. Empecé a escribir sobre lo que había visto ese día en aquella ciudad y, de repente, como si nadie la hubiese visto puesto que todo el mundo seguía en su conversación o mirando la ventana o me la suda dónde estuviesen mirando, estaba ella. Mediría cerca del 1,70, sin pasarse; rozando el límite. Piel de la espuma del café. Una sonrisa preciosa sin dirigirla a nadie. Ojos grandes y rasgados. Vestimenta inmaculada. Pómulos marcados. Nariz traviesa. Pelo negro. Sabía que tenía que decirle algo o esa noche me tendría que suicidar. Con cualquier tontería bastaba, me quería decir a mí mismo que por primera vez hablé con una dama. Me acerqué y le dije:

-¡Hola! ¿hablas Inglés?- le pregunté con la mejor sonrisa.

– Sí, hablo inglés. ¿ por qué? – me respondió marcando el terreno.

-¿Te puedo hacer una pregunta? – le dije con voz segura, sin nada que perder.

-Sí, claro. – lo negará pero la sorprendí.

-¿ Eres de Sri Lanka?

-Síííííí, ¿cómo lo has sabido? – ahora sí que la había sorprendido.

– Estoy enamorado de vuestra belleza. – le dije con franqueza.

Se rio como sólo lo saben hacer los niños. Con esa parte inocente: sin maldad y sin bondad, sin importarles el alrededor. Empezamos a charlar sobre la actualidad de su país para luego pasar a hablar de la actualidad de España. Me dijo que estudiaba Marketing y no sé qué más en la universidad de Dusseldorf. Que sabía varios idiomas, que sus padres habían sido inmigrantes pero que ella ya había nacido en Alemania. Que estaba muy agradecida a Alemania por las oportunidades que le había dado. Seguimos hablando sobre las diferencias de los países de nuestros padres. Nos pasamos todo el viaje juntos. Yo, sinceramente, estaba feliz y a ella se la veía encantada de la charla.

Cuando llegamos a la estación, nos despedimos y antes de nada le pregunté si me podía hacer una foto con ella. No por subirla a las redes sociales, le dije, sino por guardar un recuerdo de esa bonita belleza. Al final, ella se me quedó mirando como quién espera una invitación. Yo sólo le pude dar un abrazo. Me iba en tres días a España.

Preguntas del lector:

-A ver tio, igual te la podías haber follado esa noche. ¿Por qué elegir una foto?

– El sexo, es el resultado de las aspiraciones de dos personas pero la foto….la foto, guarda la belleza de forma inmortal.

-¿Le has enseñado a alguien esa foto?

– No, y no lo voy a hacer.

– ¿Por qué nos hablas de una chica de Sri Lanka?

– Pensaba que no volvería a ver una belleza igual hasta que ayer vi a una chica de Sri Lanka en Zaragoza. Era lesbiana y al confesarle un amigo mi oficio, quiso que me liase con uno que conocía.

-¿Tanto te aburriste en Alemania? ¿No podías quedarte en el sofá bebiendo cerveza?

-Casi nadie nace loco, putas. En Zaragoza ya lo hacía.

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