En el centro de aquella casona, se hallaba una alberca con acabado de ladrillo y una pequeña fuente, la cual cumplía doble función: por un lado, era ornamental y aromatizante, y por el otro, lugar de reunión de las mujeres del hogar. Contaba además, con un patio largo y extenso.

Vivía en la casona, una niña de cuatro años de edad.

Doña Magda, la vecina, decidió tejer para la nena un vestido. Dicha prenda, bordada con amor y una cadena sucesiva de diminutos botones de diversos colores y pequeñas estrellas, le fue obsequiada. ¡La gracia de su belleza y el verde cristalino de su mirada, irradiaba el reflejo de la luz magnificente del astro rey!

La chiquilla, recorría de forma cíclica el patio de dicha casona, jugando con sus rizos dorados y una sonrisa en los labios. En ese vaivén, el encaje azul y rosa adherido de estrellas, quedó prendido en una puntilla tachonada en la pared. La niña se asustó, al ver su vestido roto y la cadena de estrellitas en el piso. La madre que la observaba, abalanzo sobre ella, la tomó del cabello y le espetó tres garrotazos. A dicha matrona, huérfana desde los tres años, le era difícil entender, de alegría, inocencia y perdón. Al escuchar el llanto de la niña, doña Magda, salió apresurada del cuarto y detuvo la ira de la matrona. Yo lo arreglo-le dijo- quitando del pequeño cuerpo dicha prenda, tejiendo en su lugar, diminutos corazones de fuego encendido.

Escondida a un costado de la alberca, asustada y con los ojos aguados, observó a través de la larga y florida enredadera. Su corazón temblaba. ¡Su más preciado regalo yacía en el piso! ¡Diminutas y brillantes estrellas reflejaban su dolor!

Esta niña, poseía un don y luz especial, que a su edad, iluminaba el entorno. Un día, que la navidad permeaba en el firmamento, encontró cerca de su casa una carita de muñeca hecha de caucho. Tenía ojos azules, piel blanca y labios carnosos. Aún conservaba varios mechones de un color violeta intenso.

Dicho inmueble amplio y a medio construir, tenía una estufa de carbón. Después de la comida, todos los viernes, una vez la madre alzaba la loza, el padre, al abrigo de la brasa de la estufa, contaba sus vivencias e historias de miedo y espanto a los pequeños moradores del lugar.

En la parte de atrás de la vivienda, se levantaba unos barrancos de tierra, en los que jugaba, soñaba, vivía y moría a la vez. ¡La belleza de la sacra inocencia que todo lo puede, le permitía divagar por mundos desconocidos! ¡Percibía, sentía y veía un mundo mágico y delirante!

A la edad de cinco años, su madre salió de compras a un lugar lejos de allí. Y en la sacra soledad de su aposento, la orla mágica y misteriosa que abría sus ojos espirituales a la imaginación, la cubrio entera. Ante su mirada, un piélago de magia bella e imperceptible adherida a la estrella Vega de su existencia, se hizo visible.

De repente, por la ventana del cuarto que da a la calle, se filtró un rayo de luz invadiéndola de un azul intenso muy brillante. Dicha arandela luminosa, iba dibujando a su paso, un camino que se alzaba perpendicular a su propio nacimiento. Subió por el hilo misterioso hasta desaparecer de la vivienda. Caminó y caminó siguiendo la señal que conducía a un bosque frondoso, esquivo a la mirada terrenal. A la distancia, una algarabía parecía provenir de mucho más adentro del bosque. No supo si seguir o retroceder. En un santiamén, se miró rodeada de pequeños colibríes y ardillas del bosque. Estas criaturas hablaron un lenguaje que solo ella pudo dilucidar. El manto azul que cubría el firmamento se tornó diáfano, y una suave brisa en forma de pañuelo abrigó su cuerpo. Avanzó, y un racimo de piedras preciosas de diferentes tonalidades se miraban en el piso. Tomó una, y quiso saborearla. En ese momento, un fuerte viento la halo con fuerza retrocediendo a gran velocidad, quedando nuevamente sentada sobre la cama.

Una llave se introdujo por la rendija de la puerta, y su madre la observó con extrañeza. La pequeña Yatzhiri sonreía. Un suspiro en el aire y la esfera luminosa se deshizo entre sus dedos.

Imagen: Créditos a su creador.

Luz Marina Méndez C/20/05/2017/Derechos de autor reservados.

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