Me da miedo los días de verano, el mediodía en la canícula, la polvareda hija del viento, el clima. Me da miedo la espiración más ardiente que el mismo día, el calor focalizado, la cara caliente y las manos frías, la falsa fiebre que, no obstante, sobrepasa a la fiebre. Me da miedo el clarear del alba, la atrocidad del astro rey, los escalofríos que castañean los dientes, el fulgor que emerge por ensalmo; en definitiva, muchas cosas.

Más miedo me da, sin embargo, esperar.

Da miedo el confiar en lo que no crees y someterse a la ventura de su resoluta doctrina. Da miedo la fatalidad de la primordial aniquilación de causas y efectos que me sobrevivirá. Da miedo la velada causa de la enfermedad. Da miedo la amabilidad de la gente, la predisposición de los médicos, la esclavitud del paciente. Da miedo que duela la espalda y que el origen no implique nada a la espalda. Da miedo ser sujeto de estudio. Da miedo la falta de capacidad del cuerpo para bastarse asimismo. Da miedo los análisis negativos. Da miedo la pulcritud de los hospitales, la transacción del sufrimiento, la indolencia de la incredulidad, las filas de angustia, el tronar del apellido, el consultorio. Da miedo las recetas, las pastillas, los inhaladores, los inyectables, el pago en efectivo. Da miedo, nuevamente, una vez más, la salud.

Más miedo me da, quizás, la esperanza.

Asusta lo inminente. Asusta la calma postrera al miedo. Asusta, tantas veces, el sufrimiento. Asustan los días largos y las noches cortas. Asusta el desgaste de tantos relapsos, y no la enfermedad. Asusta el daño colateral, los sueños truncos, los años desperdiciados, los amigos apartados, la familia herida, la gente obviada. Asusta no tener certeza de nada. Asusta que lo real sea sofisma y luego verdad. Asusta el asco que me hacen tener a la vida. Asusta la ahora vituperada frivolidad, las caminatas, el ejercicio, el exterior, el comer, los juegos, las presentaciones, las conversaciones, el emocionarse, el despertar y el dormir, el hablar, el ser útil, el respirar. Asustan las buenas intenciones.

Más asusta, en verdad, el quíntuple de susto, los días que vendrán.

Me arredra mi cansancio. Me arredran los charlatanes y las infinitas curas infames. Me arredra la solvencia económica de las religiones. Me arredran las personas. Me arredran los olores fuertes, los perfumes, los desodorantes, los limpiadores, la pintura, la cera, el detergente, el hedor de lo guardado. Me arredran las películas de terror, el gore, los musicales, casi todas las comedias. Me arredran los lugares altos, los ascensores. Me arredran los espacios confinados y la llanura, me arredra mi pusilanimidad. Me arredra el hablar de mí sin saber explicarme. Me arredra la deslealtad, sobretodo la que cometí yo. Me arredra el solipsismo y su exceso del yo. Me arredran los enemigos que no tuve y a los que convertí en amigos y hoy se han ido para no volver más. Me arredran las cosas inconclusas.

Más me arredra, sin embargo, los finales.

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