Lo primero que vi al abrirse la puerta del ascensor, fue a una mujer muy hermosa, de aproximadamente treinta y cinco años de edad, muy alta para talla de mujer, con rostro fino y delicado, de piel muy blanca y mejillas rosadas que daban la sensación de estar ruborizadas por alguna situación comprometedora.

El cabello meticulosamente bien peinado y alineado a nivel de los hombros, cubría la mitad de su rostro, su color castaño claro extremadamente liso, cual miel recién extraída de la esencia de las abejas, daba la sensación de una finura que podría deshacerse entre los dedos. Un aroma suave pero intenso, invadió el lugar causando en mi un estado de hipnosis nunca experimentado antes.

Me llamo la atención su mirada cuyos ojos color calipso a medio cerrar y largas pestañas, transmitían una intensidad tan fuerte, que me sentí como una presa indefensa frente a un felino expectante por cazar y saciar su sed y hambre.

Sus gruesos labios bien delineados, de color rojo intenso, dieron paso a una maliciosa sonrisa que coquetamente al entre abrirse, mostró una perfecta línea de dientes, tan hermosamente blancos como finas perlas caribeñas.

Un vestido de tela negra se ceñía a su perfecto cuerpo, un escote que dejaba muy poco a la imaginación, una espalda descubierta, y unos firmes y bien formados muslos que eran abrazados por unas medias de seda con relieves discretos de líneas verticales, generaba un exquisito contraste con su blanca piel.

Una sensación de morbo e inquietud me provoco ver sus pies descalzos que parecían tomados de una obra de Miguel Ángel. Los cuales la condujeron a la salida, perdiéndose entre la multitud.

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