El recuerdo de una ilusión

El recuerdo de una ilusión

Vicente Olmos

10/05/2017

Todo empezó por ella, siempre es por amor. Tuve que matarla, no había opción. Matarla o perderla.

Era un día nublado, estaba a punto de llover. El detective Parker volvía a casa después de una roja jornada de trabajo. Otra banda de violadores habían secuestrado a una niña no mayor de trece años. La habían mutilado y desgarrado para que chillara, le destrozaron la cara en una masa blanca y rosada, mezcla de huesos, vísceras y sangre para que después volviesen a violar su cadáver. Pero Parker no sentía nada, otra víctima… Después de tanto tiempo y tanta sangre, las calles se habían tornado de un color oscuro, un negro rojizo, al igual que su corazón, mezcla de la podredumbre y la sangre derramada a chorros, día tras día, año tras año.

No sentía nada hasta que la vio, en la frágil muñeca de aquella niña, una pulsera trenzada. La misma pulsera trenzada que llevaba su hija. No podía creerlo. Todo era culpa suya, le había dejado sola mientras el se dedicaba a dar caza a malhechores como los que le habían hecho aquel crimen atroz. Menuda moraleja. Pudo salvar a los demás, matando a aquellos criminales, pero ellos se la devolvieron con la misma moneda. Le habían arrebatado todo lo que le unía al mundo de los vivos, lo único que tenia; y ya no había nada ni nadie que le parase. Era un muerto viviente. Se dedicaría a cazar a esos hijos de puta, pero no a su estilo, no. No quería coserlos a balazos en un frió y oscuro callejón. Les daría caza y les haría sufrir, por el resto de su vida, por corta que fuese.

Pasaron los días y no había pista alguna de esos cabrones salidos, el detective Ned Parker no paraba, día y noche patrullaba los peores sitios, sitios donde los vivos no se atreven a entrar, pero no encontraba nada, no podía ser. Ni una pista, ni un pelo, ni una uña, nada. El cabrón que la había mutilado era bueno, muy bueno. Pero Ned no estaba dispuesto a dejarlo pasar, no después de lo que le hizo a la pequeña Lucille.

Pasaron los meses y no había nada. Como si no hubiese ocurrido… Estaba tan absorto en aquel caso, que dejó de preocuparse por los demás. Los crímenes habían aumentado, los gritos incesantes de la noche manchaban su recuerdo de odio y venganza. Un odio que incrementaba día tras día, lluvia tras lluvia, muerte tras muerte. Una muerte que no podía llevar a cabo.

Aquella noche, estaba destrozado, absorto en oscuros recuerdos. Acompañado por las cucarachas de su piso, se lleno otro vaso de Jack Daniel’s y dejo que el cigarro se consumiese en su mano, hundido en sus remordimientos, la habitación empezó a dar vueltas, se imaginaba como la violaban mientras le destrozaban la mandíbula a puñetazos, el jadear de su pequeña al compás del sonido de su frágil cráneo contra el suelo. La cara de aquel pirado hijo de puta sudando, gozando de placer mientras le salpicaba la sangre. Y entonces le vio la cara…

Pasaron los días, hasta que un olor a muerte y putrefacción subía por la escalera. La policía encontró a su compañero tendido en un sillón de cuero podrido, con una botella vacía y el cerebro a medio salir por la tapa de los sesos. En el suelo junto a la magnum 44 había una foto de la pequeña Lucille manchada por la sangre de su padre, el ex- detective Ned Parker.

Detrás de la foto, había escrito: “Todo empezó por ella, siempre es por amor. Tuve que matarla, no había opción. Matarla o perderla.”

Olmos. V

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