Extraños sucesos pasan pasadas las horas del sol. La luna amanece con un nuevo color entre bastas bocanadas de humo, observando como poco a poco la gente va encaminándose hacia su final.

Quien sabe cuándo será la última vez que hablemos con aquel amigo que siempre estuvo ahí para nosotros pero que en el fondo nunca ha estado, la última vez que recibiste la caricia de un ser que no lo hiciera por mero beneficio, la última vez que mires a los ojos a una persona sin saber que esa será la última vez que su brillo atormente tu raído y viejo corazón.

La luna, conocedora de todas las ambiciones de los seres que habitan la oscura noche, observa impasible, con el fulgor de los llantos de las personas que allí abajo que le miran recelosos por poder brillar noche tras noche, impasible, observando con aquellos ojos cargados de venas que no parpadean, solo observan de un lado para otro, como los ojos de un loco al que le atemoriza parpadear. Bendita luna que todo lo ve, y nosotros con el alma cargada de pesadumbre y corrosión no podemos ver, sino, el aullar de otras almas en pena.

Pues eso es lo que nos hace recobrar el aliento, solo el beneficio propio y el dolor de personas ajenas nos ayuda a ver que no todo es tan malo. ¿Por qué no podemos ayudarnos los unos a los otros? ¿Por qué no podemos estar unidos y crear un mundo mejor? ¿Por qué no sabemos apreciar los buenos momentos?

Está claro que si pudiésemos ayudarnos los unos a los otros no estaríamos aquí y la luna, parpadearía por compartir el día con el sol.

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