Miraba la humedad del techo por horas desde su cama,vivía con el ferviente deseo de encontrar algo que le llenara ese vacío permanente en el alma que le produjo haber crecido con una madre poco amorosa y tan distante de su padre. Carmen aguardaba cada día por algo magnifico, increíble, algo fantástico que validara su corazonada, la vida no podía ser lo que estaba pasando mientras se le gastaba la paciencia y el hígado entre clases y fiestas universitarias, sin emociones sinceras, sin amor. Le aterraba la idea de verse en el futuro como Eugenia, su madre, dirigiendo una rutina de autocompasión y pesares.

Pero esta historia no es sobre Carmen, esta historia es sobre él…

Apareció un caluroso 17 de Mayo con el cabello tan largo como enredado, artesanías indígenas en las muñecas, la piel más blanca que hubiera visto jamás, una sonrisa débil y nerviosa, con ojos marrones cansados, brillantes pero tristes, podía atravesarla con la mirada de un solo vistazo. Y tenía habilidades, por supuesto, sacarla de sus pesadillas sin si quiera despertarla del sueñoera su especialidad, podía preparar monumentales torres de pancakes con fresas y, por si fuera poco, reencarnaba a Robert Burns cada noche antes de dormir.

Después de ciento treinta y ochodías recorriendo Sudamérica con las sandalias de su abuelo, y estar casi dispuesto a regresar a Edimburgo, el aventurero británico aún tenía entre ceja y ceja el deseo de volver a Colombia. Carmen era la fuerza que movía en ese momento su vida. La vio por primera vez en una foto, en internet y desde entonces su único anhelo era poder rozarsus abultadas y rozagantes mejillas con los dedos, idealizando como un niño el instante en que pudiera dormir en su hombro para contarle la historia del hombre de hielo.

Ella, era la primera nacida de la tercera generación de una pequeña y modesta familia tradicionalista, su joven promesa y esperanza, ellos siempre le dijeron que un día iba a ser medico como su padre, quizá profesora, que un día iba a conocer a alguien, y una vez mayor, luego de los estudios tendría hijos y se iría de casa, claro, que no sin antes ver en su manola prueba de una de esas promesas inviables que se hacen las personas justo antes de anular la magia de sus vidas.

Pero esta no es la historia de Carmen, es la historia de él. Él, que escribía canciones, tocaba la guitarra y leía novelas fabulosas. De él, amante del plátano que dormía en posición fetal, y movía sus locas piernas al son de la salsa sin importar la situación o el sitio donde le pillara.

Tenía diecinueve años cuando decidió viajar por un beso a Barranquilla, solo empacó en su enorme mochila un jean, una camisa, dos playeras y dos bufandas que había comprado para ella, como regalo por su nuevo comienzo, se mudaba a Bogotá. Su vuelo low cost lo hizo esperar en dos ciudades antes de llevarlo hasta su destino final, tiempo suficiente para pensar en las palabras que debían salir de su boca al verla…

El minutero del reloj digital, en el brazo izquierdo de Carmen, hacía mas agobiante la espera, sin mencionar los stilettos nude que lucía desde las dos de la tarde, por un evento enla universidad al que debía asistir. El ascensor anuncia que alguien ha bajado a la recepción del hotel, y entonces un apuesto hombre velludo se acercaba por la espalda, cruzándole los brazos en el cuello a la casi infartada mujer, ella se da vuelta y el abrazo los cobija por varios minutos, mientras el pronunciait´s unreal, it´s unreal.

Tan irreal como la bitácora viajera que escuchó Carmen muy atenta y sin parpadear hasta que los primeros rayos del sol aparecieron, aclarándole progresivamente los ojos a su intrépido amor, adentrándose en la habitación donde habían pasado la noche sin dormir. Nunca antes habían sido más felices, nunca antes habían sido mejor amados. Nunca antes habían disfrutado tanto un miércoles.

Pero ahora era martes y él debía marcharse, el país de las maravillas había empezado a desvanecerse, él tenía impresa en el rostro aquella mirada angustiosa que nadie quiere recibir, el gesto que se debate entre el amor, la compasión y las nauseas Antes de irlo a despedir, ella arranco una flor morada de un jardín por donde pasaba, al verlo le tomó la mano, se inclino para un beso y colgó la flor en su oreja, dijo que de esa forma no iba a sentirse solo en el viaje de regreso.

Mientras Carmen caminaba, dirigiéndose a la universidad y sintiendo el estomago en los pies, pensaba en la imposibilidad de verlo nuevamente… Pero cierto, lo siento, es mi deber recordarles que esta historia no es sobre Carmen, es sobre él, sobre cómo él llenó el vacío en el alma de otra persona con paciencia, amor y pancakes. Esta historia es sobre él, aunque quizá también sobre ella, quizá sobre cada persona con un vacío en el tórax, en el alma o en la cama.

Dejarse amar y amar, es la felicidad.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS