Él tenía un par de ojos hermosos.

Opuesto a lo que pensaría cualquier individuo, sus ojos no eran verdes ni azules, no eran característicos ni sobresalientes en la multitud. Sin embargo, para mí aquel par de ojos tenían el universo plasmado en ellos, tenían el dolor en la ventana de la pupila y el amor en el color café que los acompañaba.

 Aquel lucero reflejaba la simplicidad que nos caracterizaba transformando nuestro pequeño encuentro en un viaje a través de las ventanas de su alma, llamada ojos.
Aquellas ventanas resplandecientes acompañaban mi oscuridad en complicidad con el fin de robar mi alma y transformarla en algo que le perteneciera totalmente a él, solo a él.

 

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