La Teogonía según los Geómetras. (V2)

La Teogonía según los Geómetras. (V2)

Versión 2.

Todos hemos oído las historias sobre el origen de los cielos y la tierra: Que en un principio eran las aguas y sobre ellas, el espíritu de algún dios. Que en un principio era una fláccida mole de cosas no bien unidas. Que primero era algo así como un huevo cósmico. O que fue una singularidad del espacio-tiempo, o la Indeterminación cualquiera que eso signifique. Y en general, parece que cada historia presume ser cierta, sin llegar a serlo, ya que su veracidad siempre se puede simplificar a una mera cuestión de fe. Pero, querido lector, si os dijera yo conozco una historia más simple y bella que todas las demás, y, de la que nadie ha hablado públicamente hasta el momento… ¿Esa historia la creeríais?

Pues sepa vos que, aunque desconozco vuestra respuesta, sé bien que al menos la leeríais, siquiera por curiosidad, pues así somos vos y yo, curiosos, inquisitivos, quizás también de un temperamento fuerte… decididos a buscar la verdad. Así las cosas, permitidme contaros estas primitivas ideas.

Primero, imaginad cómo la noche antecede al día, y cómo a la inquietud le antecede la pregunta. Así mismo, al hombre adulto le antecede el embrión, y, la idea antecede el discurso. En general, a partir de estos ejemplos y de los otros que podáis suponer, parece razonable inferir que todo lo simple antecedería a todo lo complejo, y siguiendo el mismo parangón, el complejísimo y enrevesado misterio del universo pudo ser antecedido por un sencillo punto:

En medio de una absoluta ausencia de concepto, sin necesidad de ninguna fuerza creadora o de alguna suerte de magia o búzano teológico, sucedió sin causa, un punto infinitesimalmente pequeño. Un punto. No poseía ni centro, ni radio, y no obstante, en dicho punto estaban condensadas todas las potencias geométricas que darían forma al mundo que hoy conocemos.

Pero, cuando hablo aquí de un punto infinitesimal ¿Vosotros podéis conjeturar lo que yo conjeturo? El punto infinitesimal en cuestión no es semejante al punto ortográfico de algún poema ni al punto de fuga de alguna pintura. Estos puntos son meros círculos negros sobre un papel blanco. El punto infinitesimal es conceptual. No es circular ni esférico, tampoco tiene masa, ni ocupa ningún espacio. De ponerlo por ahí, digamos encima de una mesa, tal vez lo viéramos allí como una manchita. Es decir, luciría a simple vista como un cuerpo finito, pero si  agudizáramos el ojo, tratando de enfocarlo con nuestra retina, no cambiará su aspecto. No importa cuánto se acerque el ojo al punto, éste siempre se verá igual. Alguien podría recorrer la eternidad dirigiéndose hacia el punto, y éste no cambiará sus proporciones, pues carece de estas. En suma, el punto[1] infinitesimal al que aquí me refiero es una de esas formas ideales que no necesita de algún elemento adicional a sí mismo para poder definirse.

La cosa es que sin saber cómo ni cuándo, del ya mencionado punto se sucedió otro punto idéntico, superpuesto, que empezó a moverse[2]
separándose ligeramente del primero, sucediéndose así, de y entre estos dos puntos, otros tantos, siendo en conjunto cuatro, ocho, dieciséis, treintaidós, y los que queramos. Sobre éstos se definieron luego las rectas, las cuales, para existir requirieron una línea[3]
infinita sobre la cual yacer, y por el hecho de requerirla, la manifestaron. Es así como surge la primera dimensión.

Las rectas después, al curvarse ó incurvarse ó al duplicarse ó cuadruplicarse, según sea su capricho, conformaron variadas áreas, las cuales para existir necesitaron de una tela[4]
infinita de infinitesimal espesor sobre la cual posarse. A ésta última se le puede admitir como la segunda dimensión.

Poco después la tela bidimensional se excitó y abultó en alguna sección, y aquél bulto tomó forma de esferículo, el que, para poder existir, generó con el movimiento de su nacencia, el inconmensurable espacio[5].

En el campo de dicho espacio, con el pasar del tiempo, aparecería sin motivo aparente una partícula de materia infinitamente densa. La cual se fue haciendo menos densa conforme se expandía radialmente en todas direcciones a la vez que el espacio mismo se distendía a su rededor. Así, la distensión llevó materia hacia nuevos confines. En todo esto empezó también la liberación de la luz y de las distintas formas de radiación hacia afuera del esferículo, cosas que manaron siempre a una velocidad superior a la de la expansión material y a la de distensión espacial.

Pronto las masas menores abandonan su tránsito lineal para conducirse hacia las masas mayores las que, sin abandonar su trayectoria inicial, van ingiriendo las menores, condensándose en focos armoniosos de materia, que se distribuyen sobre el espacio de una manera uniforme…

Y deteniéndonos aquí, haremos del Espacio una esfera estática y eterna cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna. Espacio dentro del que tendremos al Universo Total, como un conjunto dinámico, esférico, finito e isotrópico, de todos aquellos focos de materia. Universo Total dentro del que tendremos un Universo Observable, igualmente finito, esférico e isotrópico, pero con su circunferencia estática y sus radios invariables a causa de la visibilidad siempre constante de la luz.

Dicho Universo Observable se extiende por sobre los cielos añiles, vituperados de crepúsculos, donde penden centelleantes las blancas estrellas, que explayan su inmensa dilatación hacia afuera, tomando como centro a la sólida Tierra, cuya superficie se verá cubierta de humanas formas.

Bien. Es aquí en donde todo relato cosmogónico suele detenerse, considerando a las manifestaciones fenomenológicas de un espacio tridimensional como el más excelso desenlace. Toda historia sobre el origen de los cielos y la tierra, termina aquí. Pero esta que vosotros leéis ahora, no es de esas historias.

Para los geómetras, los tipos que me contaron esta versión del Génesis, existe una cuarta dimensión vectorial, surgida de la revolución de una porción de espacio que se excitó durante el nacimiento del mundo. Es en esta nueva dimensión en la que la esfera voluble de la materia se extiende en la superficie[6]
no espesa
de un extenso hipertoroide[7], fluyendo desde su centro hacia su centro.

Y aún más allá, de dicho centro surgiría una topología más elevada, compuesta de desconocidos materiales, y más allá de ésta, otra y otra… ¿Hasta qué punto? ¿Cómo serían los cuerpos que allí tienen su extensión? Pierde aquí nuestra historia.

Y es que vosotros ya os habéis imaginado que no hay método para averiguar tales cosas. Nada más suponiendo que las manifestaciones de un sólido que cruza un plano, son definidas en aquél plano, como variaciones de un área, y que no podrán ser definidas de otro modo, pues allí no comprenderíase el concepto de volumen o de capacidad, y, que así mismo, el movimiento de algún otro accidente en medio del espacio, no será visto de otro modo que la alteración natural de la materia, basta para afirmar que por más supuestos que hayan, vos y yo seremos siempre incapaces de comprender otras dimensiones diferentes de la nuestra: La de los sólidos.

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[1] EUCLIDES, Los seis primeros libros, y el undécimo, y duodécimo de los Elementos de Euclides. Libro 1, Cap. 1, 1. Traducción de Roberto Simson. (1774)

[2] Es de notar que esto que llamo movimiento
implica estrictamente a la noción de tiempo. Definido el movimiento como la razón de cambio de la posición de un cuerpo a lo largo del tiempo respecto de un sistema de referencia, definimos también que la aparición del primer móvil, representa la aparición simultánea de un marco en el punto primordial y del tiempo absoluto, tal y como lo conocemos.

[3] Espacio vectorial en el cual sólo puede existir un vector E1.

[4] Espacio vectorial en el cual sólo puede existir un vector E2.

[5] Espacio vectorial en el cual sólo puede existir un vector E3.

[6] S pertenece a R3.

[7] , T pertenece a R4. espacio en el que puede existir un vector R(R4) en el que las componentes unitarias y reales no son nulas.

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