La Katharsis


Silencio nocturno interrumpido por mis pasos. Oscuridad y humedad calle abajo. El sol está en proyecto. Las últimas luces, neones, faros me abofetean. El asfalto mojado, las alarmas saltando son el decorado de mi pesadilla. Sudor me recorre la frente, se desliza por mi nariz y llega a mis labios. Saboreo el miedo. Nadie sabe lo vulnerable que es hasta que deja de serlo. ¡Alto¡ Quiero explicarlo más desde dentro, desde las entrañas.

Antes que nada, antes de saber si quiera hacia donde me va a llevar este relato, quisiera recordar a mi madre. Mamá, Diosa Matter, Fuente de Fertilidad, nunca sabrás por lo que tuvo que pasar este cuerpecito, pequeño y que tanto te gusta. Todo lo que ha tenido que arder para deshacerse de aquel brusco accidente. A ti te debo todo mi sentido de la integridad y la conservación.

La niña soñadora, el hada mística, la bruja vidente se fracturaron en mil pedazos junto a muchas otras cosas, la noche en la que mi agresor decidió mostrar su verdadera condición. Me refiero con esto último a que ninguna mujer y repito, ninguna mujer obedece a las órdenes del que ya sabe, es un degenerado. Esta vez, pensé que era como todas las demás y me dejé llevar.

Siempre he estado alerta. He sabido reconocer el error, me he castigado y me he perdonado, depurando con música o con arte. Con los años había ido curtiendo la persona que creía que dominaba todo a su alrededor. Las etapas de la adolescencia no vinieron nunca con un manual de instrucciones, se nos considera a todos, lo suficientemente «fuertes», «valientes», «realistas» como para entender que es solo eso: una etapa. Y que todo pasa, que si en la ESO comprendes a René Descartes, sabes que todo es pasajero y una burda distorsión de la realidad. Me he criado, feliz, en un hogar en el que la libertad se obtiene a través del dinero y el dinero era la puerta hacia el cariño. Así aprendí a buscar ambas cosas en los lugares más decrépitos y escondidos del camino.


El amor no está en la oscuridad.


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