La hora del te

Nos comimos a unos cuantos vecinos para no defraudar al amo.

De a uno, de a partes. Semivivos y semimuertos. Desde arriba, desde abajo.

La cocina era el punto de encuentro inicial y final para las reuniones semanales que instituyó el amo como cebo para captar vecinos. Llegaban sonrientes y se despedían disociados, luego de ver a sus amados devorados por nosotros.

El amo lo quería y así debía ser. Hasta que no quedara vecindad, por temor, quizás, o porque se agotaban las reservas.

Y migramos, una y otra vez. Hasta que te vimos desde la ventana.

Gracias por venir.

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