El idiota de los dientes.

El idiota de los dientes.

Ramses Yair Ayala

01/05/2017

Algunas ocasiones lo habían visto vestido de blanco, subiendo las escaleras de la mano de su anciana madre y dirigirse hacia las incómodas bancas para esperarla mientras los médicos la atendían.

Su cabeza parecía un melón pequeño y venoso, que irónicamente contrastaba con su voluminoso cuerpo. La mirada de su rostro solía parecer extraviada en un infinito poco compresible, a veces interrumpido por la risa o carcajada de algún extraño que le hacía dirigir sus ojos hacia la expresión en la cual se asomaban esos pequeños cuadraditos color blanco y que extasiado trataba de imitar abriendo la boca y dejando ver sus encías vacías por las cuales la saliva escurría a ríos.

Entró sigilosamente al consultorio del Dr. N…, tomó la bata y se la colocó encima, se miró al espejo y con movimientos torpes se acomodó el cuello de la bata. Era como cuando la tía y él jugaban a los disfraces. Detrás estaba el paciente, recostado, con la boca abierta y los ojos cerrados, aprovechando el momento para descansar un poco.

Se acercó al paciente y miró los dientes de cerca, veía a las pequeñas criaturitas de cabezas grandes y tres brazos que habitaban en ellos. Unas bailaban y saltaban de diente en diente, otras nadaban por debajo de la lengua y se enfadaban cuando la sonda absorbía la alberca de saliva y algunas descansaban sobre el paladar y despertaron cuando les acercó la luz para verlas mejor. Deslizó su dedo por los dientes, siguiendo cada forma y textura. Las criaturitas le hacían cosquillas.

Tomó las pinzas y extrajo los premolares, se los llevó a los labios e intentó colocárselos en las encías vacías de su boca. Quería tener la dicha de que las criaturitas que veía en las sonrisas vivieran en la suya pero no comprendía por qué esos dientes no podían quedarse pegados en su boca. Arrancó un par de muelas e intentó acomodarlos de nuevo, comenzaba a desesperarse. Las criaturitas se enfadaron y le mordieron los dedos, brincaron a su barbilla, le clavaron sus garras en el frenillo labial. No podía quitárselas de encima y poco a poco aumentaban en número.

El paciente abrió los ojos aterrorizado al sentirse atragantado por el exceso de líquido. Se encontró al extraño golpeándose y balbuceando mientras se despojaba de la ropa. Quiso gritar pero la anestesia había adormilado la lengua. Intentó levantarse pero un brazo con excesiva fuerza lo recostó de nuevo.

El idiota tomó con su mano libre el taladro dental y miró detenidamente a las criaturitas que seguían divirtiéndose en aquella boca que no era la suya. Lo encendió y empezó a descuartizarlos, uno por uno, diente por diente, y brazos se veían caer por aquí, y cabezas por allá, y algunas otras criaturitas morían ahogadas en el océano de sangre que se formaba. Sintió las comisuras de sus labios extenderse solas y una necesidad de hacer un sonido diferente ¿Era eso una risa? ¿Una carcajada? Corrió a mirarse en el espejo y aquel gesto no era lo que imaginaba.

El Dr. N… y la enfermera entraron por la puerta del consultorio con una enorme sonrisa que rápidamente quedó grabada en la memoria del extraño y que con la misma velocidad se desvaneció de sus rostros al encontrarse tan peculiar escena.

Los gritos vinieron a retumbar en toda la clínica. La anciana buscaba a su hijo, la esposa pedía auxilio desesperadamente, los médicos más alejados se asomaban desconcertados de sus consultorios, las madres tapaban los ojos a sus niños y los oficiales sacaban tapado con una bata al hombre robusto con cara de idiota que se detuvo frente a mí, me entregó el dibujo de minutos antes, fragmentos de dientes, y con palabras apenas legibles me dijo: R…,si-si los vi , allí esta-aban como me con- contaste, lo- los vi de cerca.

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