La chica de la máscara de peces

La chica de la máscara de peces

Ramses Yair Ayala

30/04/2017

La mayoría de las veces es difícil ser el nuevo, el otro, aquél que desconoce las costumbres, las rutinas, los vicios, las aberraciones, las estupideces que entretienen a quienes pertenecen al sitio al cual llegas. Por supuesto, los ojos se posan en ti, pedir tal o cual cosa te delata y el enorme letrero de presa aparece en tu frente.

Uno nunca se acostumbra a ser siempre el nuevo. Los padres difícilmente comprenden que uno necesita un poco de pertenencia a algo y que el mundo de los adolescentes no funciona igual que al de ellos, y si la característica principal de tu persona, se llama timidez, la relatividad del tiempo para hacer amigos es inexistente.

Llevo un par de meses sobreviviendo a este ridículo cambio, he podido defender mi orgullo a base de sarcasmo y de vez en cuando con un poco de violencia, golpeando con el puño a los alfas que nunca faltan en el salón de clase y lo cual ha hecho que hacer amigos sea más complicado y que entre yo y otro, siempre exista una banca vacía de diferencia; Sin embargo, creo no ser el único catalogado bajo el calificativo de raro, también estaba ella, “la chica de la máscara de peces”.

Recuerdo la primera vez que la vi, era mi primer día en este infierno. Se encontraba de espalda, su cabello negro llegaba hasta la cintura, no era muy alta pero tenía la silueta de una Venus. Caminaba a pasos cortos hacia unas mesas de piedra, su sitio elegido para pasar los treinta minutos de libertad que nos otorgaban. Noté enseguida por el comportamiento de los otros que algo extraño había en ella, se quitaban a su paso como si estuviera marcada o apestada y definitivamente a ella no le importaba, seguía caminando con una seguridad soberbia. Dio la vuelta para sentarse y acomodar sus cosas, fue cuando pude ver que portaba una extraña máscara pálida con siluetas que no pude distinguir desde la distancia donde me encontraba.

Pasaron unos cuantos días y pude percatarme que aquello era algo rutinario, casi un ritual del cual también comenzaba a formar parte. Poco a poco fui escuchando todo tipo de historias que se contaban acerca de ella; que si utilizaba aquella máscara porque era una chica horrible que se había quemado de pequeña o que simplemente había nacido deforme del rostro; que si los peces (que hasta entonces yo no había distinguido) eran porque su padre había sido pescador y murió ahogado; que si se llamaba Laura y era una excelente estudiante…

A la semana siguiente no pude más con esa extraña sensación de querer resolver el misterio que había en ella. Me había cansado de seguir sus pasos con la mirada, discretamente, esperando encontrar algo que me sirviera de respuesta y tranquilizara esa llama que sentía arder dentro de mi cabeza. Y fue así como un día desperté decidido. Los minutos se me hacían eternos, las clases parecían una prisión en las cuales tenía que permanecer para poder obtener como premio los treinta minutos para ejecutar el plan. Tuve que fingir en dos ocasiones la necesidad de orinar para salir y verificar que efectivamente estaría en el descanso, viendo frustrada mi grandiosa actuación, porque al parecer, ella no se sentaba dentro del rango de vista que permitía la pequeña ventana que tenía la puerta.

Sonó la campana y como un loco, aventando a cuanto individuo se interpusiera en mi camino, corrí escaleras abajo para dirigirme a un sitio más cercano a las mesas de piedra. En un instante, vi a todos realizar la rutina como todas las ocasiones anteriores; Sin embargo, puedo asegurar que me miró de reojo un instante, como si mi presencia en ese sitio representara una invasión a su territorio. Esperé unos minutos, no sé si para ella o para mí, para atrapar uno de esos instantes donde la valentía calienta nuestra sangre y las piernas no tiemblan y la lengua no se traba.

Me fui acercando lentamente hasta quedar frente a ella; por primera vez pude observar detenidamente su máscara con esa expresión entre burlona y tierna, con un increíble detalle en los peces, que a pesar de su inmovilidad, uno podría asegurar que flotaban, que vivían llenos de color reflejando en sus escamas lo miserable de tu existencia, provocando un sentimiento de odio hacia ella, que más bien, era el reflejo del odio de uno hacia sí mismo; Descubrí también que no era únicamente la máscara la que emanaba ese poder misterioso, sino también la profundidad de los ojos grises que le pertenecen a ella y se clavan en los propios.

—Me llamo Laura, ¿y tú? — dijo con una voz delgada y con un tono de indiferencia que lejos de alejarme me dio confianza.
—Iván — respondí.
—Mmm… ya, un nombre muy común ¿No crees? —dijo ella.
—Creo demasiadas cosas y sí, es tan común que hasta el perro de mi vecino se llama así, pero bueno, creo es porque mis padres sabían que sería muy común, uno no elige a veces —contesté, pensando que había dicho un mal chiste. Sin embargo, escuché escapársele una breve risita y luego añadió: Si gustas puedes sentarte aquí. Y así lo hice mientras conversábamos y el resto nos miraban sorprendidos.

Desde aquella ocasión nuestras conversaciones se volvieron más prolongadas y nuestra amistad florecía. La consecuencia de los días tenía algo más de poético que de ordinario, incluso cuando sus rosados labios llegaron a juntarse con los míos y yo poseía algo más de inocencia que ella.

Hoy estuvimos en su habitación. Apagó la luz porque me tenía una sorpresa. Encendió la radio y al ritmo de smell like teen spiritcomenzó a despojarse de sus prendas. Su cuerpo de diosa era armonioso con su máscara de peces. Me cubrió los ojos y me despojó de la ropa, de la carne, de todo pensamiento. Acaricie su rostro deseando fuera cierto que el tacto posee memoria. Después, apenas pude ver su rostro con la tenue luz que se filtraba por la ventana y la única cicatriz que poseía estaba debajo de su ojo izquierdo y apenas era legible. ¿Cómo es su rostro? No puedo decirlo pero allí se derrumbaron las historias, las costumbres; comprendí que ella, Laura, la chica de la máscara de peces era un universo que tenía las cicatrices tatuadas en el alma, la poesía en el cuerpo, el deseo en los labios, la seducción en la piel, en las palabras. La chica de la máscara de peces es pólvora, es presente, es instante, es todo aquello que el hombre ordinario teme. Y su máscara vive y respira junto ella y junto a ella ellos, inseparables, siendo tres, siendo una, siendo ella, ¿Ella quién? ¿Y cuál es mi máscara y cuál es la tuya? Es física, es simbólica o qué mierda. Pero ella está aquí y eso me basta. La miro a los ojos, la beso, me toma la mano y caminamos.

La chica de la máscara de peces….

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