El día que los patos usaron extrañas escopetas.

El día que los patos usaron extrañas escopetas.

Ramses Yair Ayala

30/04/2017

No sé si le ha acontecido que se despierta con la sensación de que ese día va a ser distinto al resto de los días que ha tenido desde hace aproximadamente… ¿Media vida? Y le digo medio vida, porque no existe una manera objetiva de medir el tiempo cuando se está sumergido en una rutina tan estúpidamente crónica, del tipo que nos hace vivir como autómatas, si a eso se le llama vivir. Veinticuatro horas repartidas en asuntos aparentemente importantes donde hasta el sexo está agendado. Y no me mal entienda, también tengo o tenía una familia, un trabajo de buenos ingresos y creía sentirme el hombre más afortunado del planeta, hasta que este acontecimiento me hizo caer en cuenta, que no era más que un discurso gastado, que ocupamos la mayoría de los hombres para fingir hacia los otros una realidad de ensueño retorcida, que no es más que una forma de auto engaño para no aceptar que nuestra vida apesta, que estamos fastidiados de la esposa, de los hijos, pero siempre guardando las apariencias.

Carmencita creía que me estaba comportando muy raro desde hace unos meses porque tenía una amante. Vaya pensamiento tan distinto de lo que de verdad acontecía. ¿Cómo podía dormir tranquilamente y no escuchar el sonido penetrante de aquellas criaturas? ¿Verdad que se escuchaban los graznidos en la madrugada en distintos puntos de la ciudad? ¿Y qué me dice de los destellos azules que se veían por las noches en las pequeñas islas del lago de Chapultepec? ¿O del día que varios lagos artificiales de la ciudad amanecieron repletos de patos?

Varias ocasiones intenté despertar a Carmencita para que dejara de creer que fingía estar loco como pretexto para ocultar mi aventura. En vano fue porque esa mujer tenía el sueño más pesado que un oso invernando; Sin embargo, escuché al vecino en distintas ocasiones, donde los graznidos eran estrepitosos, caminar en su habitación hacia la ventana y después dirigirse de nuevo a su cama. Llegué a encontrarlo en los pasillos y notar las ojeras de su rostro, evidencia de que también los escuchaba, pero seguramente no lo comentaba porque al igual que yo, temía se pusiera en duda su sano juicio y su cordura.

Ésta mañana desperté con esa sensación que le comentaba. Yo se lo atribuyo a que pase buena noche y ni ruido de un alma se escuchó en la calle. Desayuné, dediqué unos minutos a mi aseo personal, y cuando me encontraba en el sanitario, con mi mal habito de revisar las redes sociales mientras se libera mi organismo de la cena y el desayuno, y haciendo coraje porque el Wi fi estaba muerto; escuché a Carmencita callar a los niños, subirle a la radio, encender el televisor y exclamar un: ¡Ay dios mío! ¡Manuel, Manuel, tienes que salir a ver esto! ¡Está en todas las noticias!

Evidentemente y con indiferencia, no hice caso a Carmencita hasta que de las calles empezó a escucharse el sonido de las sirenas; era difícil distinguir si de ambulancias, bomberos o patrullas se trataba. Los postes parlantes hicieron sonar las alarmas comúnmente utilizadas para los sismos y sólo se alcanzaban a escuchar de vez en vez las voces que emitían y pedían permanecer en casa. De pronto detonaciones y un extraño zumbido y otro ruido similar al trueno de un rayo se sumaron a la sinfonía; Así como los gritos de los niños, de Carmencita, de los vecinos. ¡Estaba paralizado!

Salí con un poco de valor en los bolsillos para mirar con mis propios ojos… La ventana crujió y los vidrios se hicieron añicos. Me escondí tras el sillón y tres patos aterrizaron en la Sala. Uno de ellos medía aproximadamente un metro, los otros dos eran por menos más pequeños; sus ojos azules eran penetrantes y miraban con odio. Utilizaban sobre sus cuerpos una especie de cajas platinadas brillantes que tenían varios orificios donde escapaba un vapor rojizo y sobre esas cajas había lo que podría describir como ocho pequeños cañones no muy grandes ni muy largos. Sus cabezas eran cubiertas por algo semejante a un casco conectado a la caja. Ellos caminaban con una agilidad impresionante no muy asociada a las creencias sobre su especie.

Se abalanzaron sobre los niños con sus feroces picos hambrientos, provocándoles heridas en sus pequeños cuerpos blandos que intentaban defenderse inocentemente. Carmencita intentó defenderlos pero el más grande de los patos giró hacia ella, se escuchó una detonación estridente y la mitad de su cabeza estalló como una sandía. No puedo negarle que tal escena me provocó un gusto mórbido. Era como si aquellas criaturas me hubieran liberado en ese instante de todo hastío que tenía acumulado por años hacia ellos y hacia todo; Sin embargo, ahora yo era el que tenía que luchar por su vida contra mis “libertadores”.

Salté como gato sobre el más grande que comía los sesos regados de Carmencita, mientras los otros se entretenían en alimentarse de los cuerpecitos inertes de los niños. Lo tomé por su delgado cuello y comencé a estrangularlo. Intentó graznar pero no podía emitir ruido alguno. ¡El muy hijo de puta era fuerte y tenía agallas! Apreté con más fuerza su maldito cuello y la caja emitía el vapor rojizo con mayor frecuencia. Raspaba la garganta pero la adrenalina me convertía en una especie de superhombre. No fue suficiente, en un instante escuché un zumbido y salí volando por la ventana; para fortuna mía caí sobre el toldo de un camión estacionado. Pude mirar como volaron hacia una de las tantas parvadas que cubrían el cielo y como ejército organizado destruían todo a su paso. Era caótico. Incendios por todos lados, gente despavorida, militares y policías haciendo cuánto podían.

Después fue cuando fui rescatado por su hermano y me trajo a este escondite bajo tierra y lo demás ya es historia. A mí nadie me quita de la cabeza que es un experimento de otro planeta. ¿No vio como los militares estaban que se defecaban de miedo cuando los patos con derribaron los aviones y hacían parecer los vehículos blindados de papel? ¿O cuándo aparecieron en el cielo las enormes esferas que dicen aterrizaron en Chapultepec, el zócalo y la Villa?

Y espero me perdone usted pero no es momento de sentirnos héroes cuando los patos utilizan sus extrañas escopetas.

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