13/09/2018

Cuando lo conocí no llamó mi atención, para nada, fue algo tan pero tan normal, salimos, comimos, hablamos, o bueno él habló y yo escuché (soy buena en eso), con el paso de los días siguió viniendo a mi casa a verme, me invitaba a salir y aunque no me gustaba, me agradaba hablar con él, poco a poco se fue metiendo en mi vida más y más, empezó a llamar mi atención, a gustarme, pero admito que no me enamoré de él, sino de su mente, de su inteligencia, de todo lo que sabía, compartíamos los mismos gustos y pasiones (la medicina y el amor por la comida). Me pidió que fuera su novia y acepté, con el tiempo me enamoré de él, cuando me di cuenta ya era demasiado el amor que le tenía, su forma de ser, sus atenciones y detalles, nuestras risas, éramos perfectos juntos, éramos uno solo, hacíamos un equipazo, pasamos por muchos obstáculos, peleas, lagrimas e incluso terminadas, y aun así ahí seguíamos porque nuestro amor era más grande (al menos eso creíamos), pero como toda historia de amor tiene su lado triste pues esta también, pero no hablaré de lo malo, eso ya no importa, solo diré que aunque a mi lado ya no está, en mi mente siempre aparece y hoy lo recuerdo como mi gran amor, aquel que me enseñó tanto de la vida y de cómo amar, si se preguntan si lo extraño, claro que sí, todos los días de mi vida pero lo recuerdo con una sonrisa y pidiendo a Dios por él, que lo cuide siempre y guíe su camino.
Quizás nuestro destino era conocernos, pero no terminar juntos, algunas personas llegan a tu vida para enseñarte algo y de él aprendí demasiado.

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