Parálisis del Sueño

Parálisis del Sueño

Jorge Becerra

24/03/2020

Era un jueves de marzo de algun año en que lo males de la humanidad estaban a flor de piel. El Dr Smith se había levantado en la mañana como lo hacía tradicionalmente, se tomó un café y vió las noticias. Se sentía apesadumbrado de escuchar tanta noticia mala: muertes, enfermedades, clima, terremotos, hambre, todo estaba a la orden del día, como si el universo se hubiera confabulado para que todo sucediera al tiempo. Pero no – pensó – tanto mal es la consecuencia del mismo hombre, que ha acabado con el planeta y ha acelerado el desastre humano.

El doctor, neuropsicólogo clínico, con sus 60 años y sus casi 35 de experiencia en traumas psicológicos y psiquiátricos, entendía desde su profesión que hace rato algo malo ronda en la cabeza de los seres humanos. Quería profundizar en el tema porque no entendía que hay en el cerebro de tantas personas que están matando a sus hijos, a sus padres, que sacan un arma y acaban con las personas en un mall comercial. Quizás ésta situación que se vive ahora, se ha vivido siempre, pero ¿porque hogaño es tan evidente? ¿Porque hoy se torna tan común?

Tampoco se pierde los capítulos de “investigation discovery” en la televisión por cable, precisamente en ese afán de entender que es lo que pasa por las mentes de las personas enfermas. Ahora también todo lo valora científicamente y le atribuye, luego de analizar varios casos clínicos, a la desmedida soledad y estrés en el que vive el ser humano. – Los tiempos han cambiado y la necesidad de salir a trabajar para llevar el sustento para su familia, manutención que ya no alcanza, hace que muchas personas alcancen un nivel de estrés y angustia que nunca antes se había visto, generando angustia y una enorme tristeza. Este fenómeno se incrementa cuando la persona con una fuerte carga económica se ven de un momento a otro sin empleo presionados por la sociedad, por las responsabilidades y prefieren “echar todo por la borda” o simplemente inventar argucias para poder sobrevivir solo como premonición apocalíptica de su desventura – relataba en unos de sus escritos habituales en su diario médico –

Esa mañana salió para su consultorio, ubicado en la Avenida Churchill, un pequeño local en un edificio contiguo al supermercado nacional. Su rutina era normal; llegar al consultorio, ver las citas del día, investigar eventos, leer y profundizar sobre los procesos clínicos que le planteaban a diario sus pacientes. Los lances eran variados desde la evaluación, valoración y diagnóstico de las funciones psicológicas, pasando por los estados afectivo-comportamentales hasta problemas nerviosos ocasionados por niveles de angustia y neurosis, que pueden degenerar en depresión o demencia. La lista es tan extensa, como la cantidad de pacientes que poseen estos trastornos. Sin embargo hace tiempo que debido a la crisis, el doctor ya no tiene muchas citas.

A pesar de la experiencia en los tratamientos y su exitosa carrera al frente de estos síntomas, el Dr Smith estaría a punto de presenciar un evento que le cambiaría para siempre la percepción de la psiquis de lo que le sucede a la humanidad porque ahora lo viviría en carne propia. Al llegar a su consultorio, la primera cita del día y la única, era de una paciente que ya acumulaba un tiempo considerable de tratamiento. Montserrat es una chica de padres chilenos, que vive ahora en ésta ciudad. Con tan solo 20 años cronológicos parece tener 30. La exposición permanente al suceso que iba a relatar la había envejecido, sin poder luchar más allá de sus fuerzas. Quería respuestas y un alivio a su dolor mental pues no estaba dispuesta a seguir con este juego infernal. Vivir cerca al consultorio del galeno era un aliciente para su expectativa de una pronta recuperación ya que podría el terapeuta estar más pendiente de su estado.

Relató Montserrat que esto le venía ocurriendo ya hace unos días y de diferentes maneras. Todo inició una noche cuando se empezó a quedar dormida, pero aún no lo estaba y de repente sintió una presión fuerte en el pecho, como si alguien se hubiera sentado encima de ella. Quedó inmóvil, empero se sentía totalmente consciente, lo que le generó una gran angustia. Aparentemente podía ver lo que estaba a su alrededor pero el estado de parálisis momentánea le obstruía poder hablar, gritar y la incapacitaba en los movimientos básicos de sus manos o su cuerpo. No obstante escuchaba con una agudeza auditiva como no la tenía en su vida real.

Era tan extraña la sensación como terrorífica. Identificaba consientemente que sus ojos estaban abiertos y solo los movía de lado a lado como queriendo ver por el rabillo de la pupila, lo que había a su alrededor. Pasado un tiempo, quizás algunos segundos o minutos pero sin saber exactamente cuánto podría haber sido, recobraba sus facultades, su movimiento y se incorporaba de nuevo.

Para el Dr Smith este relato ya lo asociaba a un caso típico de “parálisis del sueño” que estudió e investigó profundamente y que se basaba en una percepción casi maléfica en estado consciente antes de dormir completamente. Conocía la patología del evento de primera mano, sus causas, sus consecuencias y su tratamiento. En su forma básica éste fenómeno era muy común y ocurría cuando la persona está entre medio dormida y medio despierta para luego darse cuenta que no se puede mover, en un evento que normalmente dura un lapso muy corto.

Históricamente este fenómeno ha sido vinculado a temas esotéricos de mitología popular, de demonios como los súcubos que tomaban formas de mujer para atormentar a los hombres o la “subida del muerto” haciendo referencia al regreso de las personas fallecidas, espíritus o fantasmas, extraterrestres, abducciones, viajes astrales, el inframundo, la brujería, vampirismo o posesiones maléficas, pero que afortunadamente para alivio de los terrenales, es un fenómeno científicamente demostrado que no deja de tener visos fantasmagóricos y de terror.

Al continuar su relato, Montserrat advirtió en su rostro cierto temor y angustia. Narró que al segundo día a la misma hora, curiosamente después de llegar de la última sesión con el doctor, y justo cuando se estaba durmiendo inició el mismo ritual de la noche anterior. Quedó de nuevo inmóvil sintiendo una leve brisa en su cara para empezar a escuchar unos pasos de alguien o algo que se acercaba. Cada vez más cerca las pisadas lentas y marcadas la hacían entrar en pánico. Escuchó cómo se abría la puerta y el rechinar de las bisagras con tanta nitidez y agudeza auditiva como nunca la había tenido; de hecho recordaba que en su vida normal no escucha muy bien por un problema en el oído medio. Tuvo entonces la sensación muy fuerte de una presencia, un ente que había entrado en la habitación pero que no lo podía describir. Sentía cómo el intruso cerraba el portón con el natural chillido para así advertir la marcha y la respiración pausada de la criatura. Incluso alcanzó a percibir su olor, su humor que hasta lo encontraba conocido, para acompañarla con una impresión de aprehensión y temor a la idea fija de que el individuo, sin buenas intenciones, la tenía a sus anchas, vulnerable e indefensa quizás para hacerle daño.

Presuponía la presencia pero no la podía corroborar ni confirmar, típico de la más cruel experiencia alucinatoria. Se sentía observada pero era solo una percepción pues no veía a nadie. Lo que le causaba más ansiedad era la incertidumbre de no saber qué puede pasar; si la experiencia es amenazante o peligrosa; si estaba en juego la integridad física o incluso el presentimiento de la muerte. Sentía terror y se hallaba vulnerable sin poder controlarlo. Tampoco lo asociaba al sitio particular donde habitaba o a una disociación mental. Quería simplemente poder dormir y a su gusto poder moverse o despertar. Quería que esa pesadilla terminara ya. El problema ahora, el enigma que la fastidiaba, es que desde que fué a la cama, hasta el momento de liberarse del efecto, habían transcurrido 2 horas, algo anormal en este tipo de situaciones que empezaba ya a pasarle factura con una fuerte carga de cansancio a lo largo del día.

Para el Dr Smith los síntomas se confirmaban en su pre-diagnóstico anterior asociado a la “parálisis del sueño”; sin embargo para descartar alguna lesión cerebral le programó algunos exámenes que concluyeron en su informe como “…evidencia de un aumento de flujo de sangre en algunas partes del cerebro haciendo que la amígdala entre en hiperactividad…”

Este comportamiento lo asoció a la parte menos racional del juicio de Montserrat, lo que podría asegurarse, sin evidencia concluyente, que era una reacción normal de los estímulos asociados al sueño. Así se lo explicó el doctor a la paciente adicionando, que – en otras palabras es un comportamiento común de la mente, que ocurre cuando no se descansa bien – le recomendó entonces, dormir por lo menos 8 horas, en completa oscuridad y sin comer nada pesado antes de ir a la cama.

En la siguiente sesión narró Montserrat, que ya las sensaciones iban subiendo de nivel. La noche anterior ya no quería dormirse para evitar este nuevo sentimiento de pánico; no obstante al llegar de la consulta con el médico, sintió un profundo sueño que a la vez la incitaba a permanecer despierta pues ya advertía que iba a empezar a ocurrir de nuevo. Esta vez sintió que la respiración se hacía difícil; una evocación de asfixia – explicaba – como cuando era chica aprendiendo a nadar y no podía salir de la piscina, una sofocación que me aumentaba el temor de morir asfixiada.

En este nuevo estado creyó ver una sombra larga que se dibujaba como una criatura espantosa, con patas de araña y muelas de cangrejo que se reflejaba en la pared frontal de su habitación. Trató de mover los ojos hacia el lado para ver por el rabillo de la pupila y poder determinar quién estaba parado al borde de la piltra. Sintió que el colchón de la cama se hundía; palpó ese calor humano que se percibe cuando estás cerca de alguna persona pero no podía divisar a nadie. Notó cómo se levantaba nuevamente el jergón para retomar su forma inicial y experimentó el caminar de alguien en dirección a ella sin dejar de mirarla. Cada vez se acercaba más, hasta que experimentó como su rostro se unía a su mejilla advirtiendo una fuerza que hizo que se volteara leve y suavemente su cabeza en destino al extremo derecho sobre la almohada. Soportó la sonrisa calmada del intruso, sin poderle otear el rostro, que fijando su mirada en ella extrañamente le transmitía cierta tranquilidad; es decir no tenía la sensación de algún ataque físico, cuestión que la atormentaba pero que ahora la tranquilizaba en medio del terror. Preferiría el gesto quizás malévolo del sujeto, a una situación incómoda que afectara su integridad.

Luego de esa horrible sensación, padeció un profundo frío que le heló los huesos; tiritaba de frío pero aún no se podía agitar. Se halló ahora congelada e inerte. Tenía sed. Sentía la garganta seca, como perdida en el desierto a espera de encontrarse con la ultima cocacola. Al menos recuerda perfectamente que se alcanzó a poner el pijama; se acordó de ésto ya que no podía zarandear la cabeza y ese dato encima de tanta tensión le pareció refrescante. Alcanzó a divisar al frente de su cama y con total claridad, ese pequeño cuadro de la “campesinos durmiendo la siesta” de Van Gogh que adorna el tabique principal de su estancia y sintió envidia de la placidez y tranquilidad que desborda la obra del artista, que no era precisamente su situación.

Durante este trance me siento en el fondo – relataba Montserrat al doctor en la cuarta sesión – me siento inútil, vulnerable e infeliz. Recuerdo los momentos felices, en la playa bajo el sol, con la brisa en mi rostro y el agua tibia del mar acariciándome los pies.

Sabía que estos eventos no duran más de 3 minutos, dato que recogió de numerosos escritos e investigaciones, luego de los pre- diagnósticos del doctor Smith. Lo que no entendía es que a pesar de seguir las instrucciones del galeno, sobre el tiempo para dormir, la comida y algunas otras recomendaciones que había seguido al pie de la letra, los eventos seguían sin cambiar un ápice, incluso se aumentaban en situaciones y en duración, que ya sobrepasaba las 2 horas iniciales. Este tema de los largos períodos en ésta patología ponía el caso sui-géneris en la psicología.

Que ¿cómo termina todo esto? – preguntó Montserrat al interrogatorio del facultativo- Mire – prosiguió – de un momento a otro justo cuando estoy perdiendo toda esperanza de volver a la vida, todo empieza a volver a la normalidad; el frío ya no está y vuelvo a sentir mi corazón. Empiezo lentamente a mover los brazos, la tensión en el cuello desaparece, los músculos de la cara se relajan y quiero llorar. Cada vez es una experiencia atormentante que me lleva al borde del abismo, luego quedó sentada en la cama, y me puedo mover, ya no hay intruso y el cuadro sigue en el mismo lugar. Trato de conciliar el sueño nuevamente, pero siento que he perdido tanta vida, que solo me queda la suficiente para recordar lo que acaba de pasar.

Justo cuando Montserrat estaba terminando el relato y el médico tomaba apuntes en su libreta, notó como de la alacena del médico salía una especie de felpa, un disfraz que simulaba una pata de araña e inmediatamente volteó a mirar encima de la mesa contigua, ingentes dosis de escopolamina, formol, somníferos, paralizantes veterinarios y toda suerte de frascos raros. Llevó sus ojos rápidamente a apreciar la sonrisa del doctor y percibir su perfume que era inconfundible. La aturdió un pánico interno, pero no sabía como reaccionar.

Terminada la sesión, sin que el terapeuta advirtiera haber sido descubierto, Montserrat salió del consultorio y regresó pasados algunos minutos luego de relatar sus presentimientos a la policía.

En la requisa del consultorio se encontraron, diversos disfraces de carnaval, de demonios, reflectores, grabaciones de sonidos paranormales y una gran cantidad de medicamentos paralizantes, somníferos y drogas alucinantes.

En su confesión a los gendarmes, el galeno aseguró que hace algún tiempo, presionado por la crisis y por la falta de pacientes, había notado que algo malo rondaba en su cabeza, pero que no podía conscientemente asegurar que era. Relató -quizás para evadir su infortunio – que el tratamiento a la parálisis del sueño de Montserrat consistía en recrear el evento como la paciente lo sentía, para poder discernir desde la psicosis el remedio.

Hoy en día a Montserrat le atormenta pensar que el dr. Smith algún día vuelva a aparecer en su habitación y que se encuentre otra vez ahí, mirándola, respirándole en el oído, unas veces de pie, otras veces acomodado al lado de la cama o peor aún sentado encima de ella, sin darle oportunidad de respirar; a pesar de ello quiere entender el mal, ese que genera un mal aun peor.

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