Cuando logramos terminar de construir la máquina del tiempo nos dimos cuenta de que tenía un defecto, nos iba a dejar viajar una sola vez a cada uno.

Yo sin dudarlo fui a comprar dos kilos de asado, un par de cervezas, papas y boñatos.

Preparé el asadito, y me subí a la máquina.

Antes de emprender el viaje mi socio me preguntó si ya sabía a dónde iba, y porque llevaba toda esa comida. Yo le respondí con una sonrisa de oreja a oreja, ¿A dónde más iría un uruguayo? A celebrar con mi abuelo, me voy a julio del cincuenta.

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Micro relato seleccionado para ser publicado por la revista mexicana Polisemia en febrero del 2020

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