Vení, pasa. Sentate. Te voy a contar la jodida historia.

¿Qué tal hoy? ¿Lindo día? ¡Eso espero! Porque este cuento no termina “y colorín colorado”… es, como dicen ahora, “un bajón”. ¿Qué? ¿Qué ya es vieja esa expresión? ¡Bah!

Bueno, ¿estás listo?

Tengo que advertirte de algo antes: no es agradable ni te va a hacer bien al espíritu. Probablemente te deprima y entonces, después, me vas a preguntar qué estúpido sentido tenía contar algo que hace mal, así que te respondo de antemano: no, no lo tiene. Lo que pasa es que no todo lo que hacemos lo hacemos porque nos haga bien ¿entendes? Creo que el único que creyó eso realmente fue Platón, y tal vez sólo mientras escribía el Protágoras. Allí decía que las acciones que son buenas nos hacen vivir una vida agradable… ¡Vaya mierda! Mírame a mí, siempre fui un buenazo y la vida no fue conmigo muy grata que digamos, por decir lo menos.

Me fui por las ramas…

Te decía que no te voy a contar la historia porque sea algo sano para vos. Ni porque contenga una lección valiosa. Tampoco porque no tenga algo mejor que hacer. No. Es solo una historia que merece ser contada y punto. Creo que todos los hechos tienen la marca de la belleza, incluso, paradójicamente, esas verdades feas e incómodas. En definitiva, forman parte del mundo y por algo es como es, ¿no te parece?

Hablando de belleza… Ana era absolutamente preciosa. Bastaba mirar su rostro para quedarte embelesado… ¿Sabés? Y su hermosura era apenas uno de sus muchos atributos.

El otro día, mientras cenaba, veía una de esas parejas que comen sin hablarse ni mirarse, cada uno estaba atento a su respectivo móvil. La mujer, en cierto momento, regañó a su acompañante por no prestarle atención. Y yo pensé: «Esto nunca podía pasar con alguien como Ana». Sí, aun luego de tantos años… y a pesar de todo lo sucedido, pienso en ella de esa forma… mi admiración por ese ser tan perfecto se conserva intacta, incólume y solemne en el fondo de mi desastrado corazón.

Con ella nunca me había sucedido eso. Quería pasar cada maldito minuto posible ensimismado con su persona. No había Facebook ni Instagram que pudiera robarte un solo segundo de tan inestimable espectáculo. Ana era una de las personas más interesantes que conocí. Era culta. Podrías hablar con ella de cualquier tema seriamente: política, arte, literatura, incluso filosofía. Había leído muchísimo y le encantaba. Aparte, sabía hablar muy bien, tanto en privado como en público y su dominio de los grupos sociales era un fenómeno digno de un serio estudio sociológico.

Pero la mayor cualidad de Ana no era física ni mental, iba más allá. Era una especie de energía sutil que la envolvía. Una vibración de calma y paz que irradiaba en todo momento. Estar en sus brazos era similar a meditar un mes en un monasterio budista. Te aseguro que podías sentir su ternura saliendo de sus poros e ingresando directamente en tu alma. Era un fenómeno extraño, casi un superpoder.

Y su sonrisa… bueno… podía matarte con ella.

Ya sé, ya sé, no me mirés así… la estoy poniendo en un pedestal y eso supuestamente no es algo sano. Pero decime, ¿qué cornos es el amor para ustedes hoy en día? Yo te digo: ya nadie cree realmente en él.

Perdón, otra vez me fui por las ramas…

Ana había estudiado bellas artes y principalmente se dedicaba a la plática, aunque también escribía obras de teatro. Era excelente en lo suyo, terriblemente observadora y meticulosa.

Yo no sabía qué influjo del destino había obrado para que quisiera ser mi pareja, pero así fue. Nuestro encuentro no fue nada épico sino bastante cotidiano. Ella siempre desayunaba en el mismo bar. Y cada mañana lo mismo: un croissant, un exprimido de naranja y un café con leche. Cada mañana se sentaba allí a leer mientras sus rizos rojos duplicaban la luz del lugar.

La mañana que la vi quedé embobado y empecé a ir cada mañana para repetir la experiencia, lo cual, en verdad, casi no podía costear. Durante varios días solo la observé, aunque nunca atiné siquiera a hablarle, hasta que un día, de repente, sucedió el milagro. Digo milagro porque fue el evento más inverosímil de la historia humana, especialmente si hubieras visto como lucía ella.

—¿Puedo sentarme aquí contigo? No hay otra mesa libre.

—C…claro —tartamudeé yo.

—¿Qué leés?

—Eh, ahora, bueno ando con “El mito de Sísifo” —dije.

—Mm, demasiado existencialismo por la mañana hace mal. Que te parece si vamos al parque así sonríes un poco…

La felicidad de ese día fue indescriptible. Apenas unas semanas después, yo era el muchacho más feliz del barrio, claro. Y envidiado por todos mis amigos… y por algunos, no muy sanamente…

La primera vez que nos besamos… juro que agradecí al universo, el creador o lo que fuera por ser yo en ese momento. Fue una relación muy amena y tierna. Cada tarde, luego del trabajo, caminábamos por un parque conversando de temas diversos…

¿Qué me gustaba de ella? Todo. Ni la más ambiciosa de mis fantasías le llegaba a los talones. Era muy cariñosa, me abrazaba constantemente. Incluso en situaciones en las cuales era un poco incómodo, como frente a grupos en los que recién nos habíamos presentado. Cada noche tenía que comer algo dulce antes de ir a la cama, o no podía dormirse. Especialmente después de hace el amor.

Tenía fobia a los perros, así que cada vez que nos topábamos con alguien paseando a uno por la calle teníamos que cambiar de verada. Y si había de ambos lados, tenía que alzarla. Era muy gracioso; aunque la enorme cicatriz de mordida en su muslo derecho contaba una historia que no tenía ni una pizca de humor.

Le gustaba hablar mucho y de todo. Los temas de conversación nunca se le acababan. Odiaba el silencio, la ponía incómoda. Algunas noches padecía de insomnio, así que se quedaba viendo películas; mayormente cine europeo. Sino, hacía ejercicio. Fueron numerosas las noches en las que me despertaba a tomar un vaso de agua y la encontraba en la bicicleta fija a las dos o tres de la mañana. Otras veces me despertaba con caricias para que le haga el amor ya que eso, según ella, la ayudaba a conciliar el sueño.

¿Qué? ¡Ja! No, no había escuchado nunca a eso.

¿Qué te aburro porque soy un meloso? ¡Mira vos! Eres como los jóvenes hoy día… ¡Todo lo sutil les aburre! Acostumbrados a las banalidades que aparecen como fantasmas en las pantallas de sus móviles, que les estimulan constantemente a entrar en trances zombis…

Lo bueno es aburrido, ¿no? ¡Claro! Lo que divierte es lo que asusta o lo que es horrendo. Por eso nos informativos hoy solo ponen las noticias malas. Porque son las que venden. Pero esperá un poco, porque, si querés mierda viniste al lugar indicado…

Durante meses Ana había estado escribiendo una obra. Estaba casi obsesionada con eso y no me dejaba leerla. Cada noche, después de comer, se quedaba trabajando. Yo percibía que ese guion de alguna forma la estaba cambiando para mal; aunque se sentía satisfecha, a la vez la notaba más retraída y algo extraña. De todas maneras, nuestra relación seguía muy bien. Hacíamos el amor casi todos los días, y luego nos abrazábamos juntos, hablando de la existencia, el deseo, el mundo y los perros. Era una vida de ensueño. Además, en mi trabajo las cosas marchaban muy bien, había logrado un ascenso y pronto podría comprar una casa más amplia. Ana siempre decía que quería vivir en un lugar enorme, o al menos, lo más grande posible. Por esos entonces yo pensaba que una vez que tuviéramos la casa podríamos pensar en formar una familia…

Ella, por su parte, había decidido presentar su obra el mismo día que cumplíamos un año de novios.

¿Qué de qué se trataba? Bueno, era una obra especial…

Ese día pedí salir antes del trabajo y me situé en mi butaca mucho antes que la mayoría. Ana estaba ensimismada con los preparativos y la noté un poco nerviosa. Media hora después, la sala estaba casi llena.

Subió al escenario, con un vestido negro similar a los de luto y un arnés con dos alas blancas, como las de un ángel. El reflector la enfocó directamente, entonces, Ana se presentó y dijo:

—Bienvenidos y muchas gracias por asistir, hoy es un día muy especial para mí. Hemos preparado esta obra desde hace más de dos años y será una única función.

Estaba hermosa. Su pelo rojo como la furia equilibraba su preciosa imagen y la extraña postura angelical que había adoptado. Luego prosiguió:

—Hace varios años he venido pensando cómo superar mi arte. Hay quienes creen que el ésta representa lo real. Pero hoy podrán comprobar que el arte y la realidad son una misma cosa, serán testigos de su fusión. Durante meses he querido hacer una obra que muestre de la forma más cruda lo que es perder la ilusión. El corazón roto de aquellos que creen que el amor es real y duradero, como yo misma creí tontamente durante mucho tiempo.

Por supuesto, esa introducción me resultó muy chocante. Ella sabía que estaba entre el público y esa frase tocaría una fibra sensible. Era una pequeña muestra de descortesía muy impropia de Ana. Pero luego pensé que tal vez esa presentación no era previa a la obra sino parte de ella y que Ana ya estaba metida en un personaje. No era realmente ella, no podía serlo…

La obra comenzó. Era bastante entretenida. Ana y dos personas más discutían sobre la naturaleza del amor. El sujeto de la derecha estaba caracterizado como Cupido, y defendía la idea de un amor idílico y perenne. El de la izquierda, todo de negro, postulaba que el amor no existía, que se trataba de una treta de la naturaleza para perpetuarse. Ana, en medio, tenía un pequeño martillo, y cada rato golpeaba un gran corazón de yeso, que se iba desmoronando a la vez que los argumentos más positivos, idílicos e inocentes iban siendo cuestionados.

De alguna forma, el pesimismo que exudaba la obra me afectaba, para mí éramos la pareja más feliz del mundo; y estaba seguro que el final de la obra sería una bella reivindicación del amor.

Una vez que el corazón se convirtió en añicos, dos extras se acercaron desde atrás con dos cubetas de líquido rojo y comenzaron a pintar Ana con sus manos. Supuse que esto representaba sus heridas pasadas, pero no estaba seguro de nada ya en ese punto. Nunca me había contado muchos detalles acerca de la obra. Permanecí impávido. Podía decirse que ella era vanguardista y sus trabajos, más de una vez, habían causado controversia en sus círculos de Bellas Artes. Una vez que estuvo pintada íntegramente de rojo, le arrancaban sus alas y Ana se desplomó sobre el suelo.

De pronto, un tramoyista apuntó el reflector hacia mi butaca. Sabiendo que yo era bastante introvertido, no entendía como Ana había permitido eso. Me enojé, pero la emoción duró apenas un segundo.

Ana se levantó lentamente, me observó con ternura, y dijo:

—Mateo querido, gracias de antemano por esto y por favor nunca, nunca jamás me perdones. Quiero que sepas que sí llegué a amarte en estos meses. Es más, hoy siento que te quiero muchísimo. Pero eso solo enaltecerá mi obra.

Sí, sí… ¡Claro que eso me pareció extraño! ¡Pero ya estaba en un estado de total confusión! El corazón me latía a mil revoluciones por segundo. Solo esperaba que termine la maldita función para pedirle explicaciones. Pero… bueno, yo estaba muy equivocado. Ya era muy tarde. Nunca había sido temprano tampoco. No habría explicaciones, ni habría Ana. Ella dijo:

—Así que sin más, les presento… corazón roto.

De repente, uno de los actores la abraza; y Ana comienza a besarlo apasionadamente. No parecía un beso actuado. Comenzaron a desvestirse mutuamente, exagerando sus movimientos. Él se recostó en el suelo, mientras ella, casi desnuda se subía arriba. Todo parecía ir en un sentido… y no tenía pinta de ser una broma.

Era y a la vez no era parte de la obra. ¡Era real! Su persona, su vida, se habían vuelto ahora materiales que el espectáculo usaba para desplegarse.

Entonces sucedió, efectivamente, el “crack”. Me palpé el pecho, quise estar seguro de no haber sufrido un infarto.

Continué viendo, estaba casi totalmente desnuda. La cosa seguía y algunos en el público comenzaban a retirarse. Pensé: «¿Hasta dónde llegará esta locura?»; pero inmediatamente después un pensamiento más sano e imperioso se hizo presente a mi mente: «¿Qué demonios hago aun aquí?»

Miré por última vez el acto amoroso, ya casi consumado, que se desplegaba dantescamente en el escenario. Aparté la mirada rápidamente solo para ver a los más morbosos contemplar con sus ojos bien abiertos lo que acontecía. Quise que fuera un sueño, pero no lo era.

Mientras dejaba la escena, a punto de entrar en llanto y acosado por el maldito reflector que me seguía, escuché como una parte del público comenzaba a aplaudir con fervor.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS