Me apena que estemos tan ciegos.
Que no veamos a través de un prisma con otras perspectivas,
Que seamos tan sumamente apáticos
Y que no tengamos la capacidad de ponernos en el lugar del otro por un solo instante.

Ya no sé qué pensar del egocentrismo,
Ni si quiera del por qué destruimos todo aquello que amamos.
La tierra, el mar, el aire que respiramos,
nuestro hígado y pulmones bebiendo y liando tabaco.

¿Por qué nos empeñamos en buscar en todo momento el conflicto?

De verdad, que no entiendo las guerras.
Ni las propias, ni entre Estados.

No entiendo la hipocresía barata,
Ni las religiones que vierten sangre para crecerse.
No encuentro el placer de la ira, ni de la venta de almas.

Me atropellan las querellas de aquellos que lideran,
Y tras promesas y ruedas de prensa,
lo único que en realidad rueda más tarde son cabezas.
Derechos fundamentales son epígrafes relativos,
Como la libertad de expresión, y el orgullo de uno mismo.

A veces, pienso en el odio, en el rencor, en los esclavos y cadenas.
No comprendo las envidias, el ojo por ojo y diente por diente,
No entiendo el abuso de autoridad y no respaldo la sumisión.
Pues el dictador es vencido si los insumisos estallan y le miran frente a frente.


Prefiero desterrar el deshielo de un corazón nocivo, repleto de ira,
Sin más filosofías que peros y sin pretextos.
Sin hablar ya, de la falta de argumentos.
Alimentándose de infamias, de la maldad y satisfacción de denigrar al absurdo al más débil, y mirar por encima del hombro a aquellos que hasta aquel momento, no habían perdido el respeto ni se armaron para sublevarse.

Y si existe alguna contradicción, es por pecar de mis críticas,
Pues siento filtrar la rabia recorriendo mis venas
Sin ofensa no hay defensa y dadas las injusticias,
Debo limpiar mi escudo y desenterrar mis armas,
Solo si acaso y por si acaso por la espalda me quieren atacar mañana.

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