Prólogo
La mesa comenzaba a rodearse de curiosos. Siempre había alguna partida de dados, pero generalmente se apostaban algunos calcos; muy de vez en cuando se veía algún óbolo. Esta vez había cinco talentos encima de la mesa. Uno por jugador. Cinco talentos era el sueldo de una persona normal, y todos los días no se veía esa cantidad de dinero encima de una mesa. Los soldados se lo podían permitir, pero el joven aprendiz de guardián había sacado el talento de su bolsa con gran pesar.
—Chaval, vas a gastar los ahorros de toda tu vida.
El cabo le dio una palmada en la espalda que casi tira al joven de la silla.
—Me llamo Amaiur. Y no se preocupe, tengo más — dijo llevándose la mano a la bolsa del cinturón.
Los otros tres soldados rieron lleventando sus jarras de cerveza.
—¡Por el joven aprendiz de guardián! —gritaron.
Amaiur se ruborizó tratando de esconderse en su silla.
—Bueno vamos allá — dijo pasando el cubo con los dados al soldado de su izquierda —. Empiezas tu.
El soldado agitó el cubo y soltó los dados. Un uno, dos cuatros y un cinco. Pasó el cubo a su compañero. Dos unos, un tres y un seis. El siguiente sacó un dos, dos cincos y un seis. Era el turno del cabo. Sopló en el cubo y tiró. Dos unos, un tres y un seis.
—¡Mierda! —rugió dando un puñetazo en la mesa.
Le tocaba el turno al joven aprendiz. Recogió los dados y agitó el cubo. Dejó caer los dados con escasa fuerza. Un tres, un cinco y dos seises.
—¡Joder con el nene! — dijo el soldado a la izquierda del joven —. Voy a echar una meada.
Se levantó de la mesa y salió fuera de la taberna.
Un hombre, con un sombrero de ala ancha, que estaba viendo la partida desde la barra salió tras él.
Se puso a mear junto al soldado.
—El chaval os está haciendo trampas.
El soldado lo miró con cara de pocos amigos.
—Sabemos a lo que jugamos, no hace trampas — dijo con desprecio.
—Está haciendo fabulación.
—¿Qué coño dice, viejo?
—La próxima vez que sea mano volverá a apostar fuerte. Y ganará.
—¿Y qué dice que hace?
—Os está fabulando. Si vuelve a ganar una mano fuerte pégale un puñetazo y vuelve a mirar los dados.
El hombre del sombrero no volvió a entrar en la taberna, se fue por la calle embarrada sin mirar atrás.
El soldado volvió a entrar. Pasaron cuatro rondas sin grandes apuestas. Cuando fue el turno del joven dijo:
—Es tarde y me tengo que ir. ¿Queréis recuperar vuestro dinero? —preguntó adelantado los cinco talentos.
Los soldados se miraron entre ellos algo incómodos.
—Dos — sentenció el cabo.
Los soldados asintieron y sacaron dos talentos cada uno.
Empezó el soldado de la izquierda del joven. Un dos, un tres, un cuatro y un cinco. Maldijo y pasó el cubo a su compañero. Dos cuatros y dos seises. Gritó de alegría. Era una buena jugada. El siguiente sacó un dos, un cuatro y dos seises. Con un gesto de impotencia paso el cubo al cabo. El cabo volvió a soplar en el cubo. Dos doses, un cinco y un seis. Volvió a pegar un puñetazo en la mesa.
Amaiur recogió el cubo y los dados, y los agitó levemente. Y tiró. Dos cincos y dos seises. El soldado de su izquierda se levantó de su silla y le soltó un enorme puñetazo en la cabeza. El joven salió disparado hacia atrás golpeándose la cabeza con una de las mesas.
Todos los soldados miraron a su compañero con expresiones interrogantes.
—¿Qué coño haces? —le dijo el cabo.
Como respuesta el soldado señalaba los dados. Dos cincos, un seis… y un uno.
—¡Está haciendo trampas!
Amaiur para entonces salía por la puerta de la taberna como un torbellino. Corrió como un condenado en dirección a la torre de Ildun.
A la salida del pueblo un hombre con sombrero le estaba esperando.
—Eres bueno. Pero ya sabes que no debes usar la magia para esas cosas.
Amaiur rebasó al hombre y siguió andando.
—He visto a muchos como tú: con un gran potencial desperdiciado —continuó el hombre.
—Es solo fabulación.
—Sí, pero siendo aprendiz de guardián ser capaz de fabular a las veinte personas que estaban en la taberna es sorprendente.
—A usted no le he fabulado.
—Ya. Bueno, para eso tienes que mejorar aún.
—Se dónde pueden enseñarte.
—Soy aprendiz de los guardianes de Ildun. Mi sitio es este.
—Bueno piénsatelo. Si cambias de opinión en la academia de Askar quizá haya un lugar para ti.
Dio media vuelta y se marchó.
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