Mi vida con Mónica era buena. Nos conocimos en la secundaria, yo era el mejor en deportes, ella la más popular. Nos casamos a los diecinueve, nacieron los mellizos y éramos algo así como felices.

Facundo se fue a vivir con la novia a los veinte, y Lucas que siempre hace lo que haga su hermano se mudó, solo, pero también se fue de casa. El día que los mellizos hicieron su nido Mónica me puso su anillo sobre la mano y me dijo que era hora de un cambio, estaba en la mitad de su vida y todo lo que había sido era una madre.

Le pedí una oportunidad, al principio ella estaba decidida, pero insistí tanto que aceptó intentarlo. Me explicó que necesitaba conocer el mundo, tener experiencias, quizá estudiar, entonces se me ocurrió que comenzáramos a aprender a bailar salsa.

Mónica consideró mi idea muy sosa, pero propuso que aceptaba ir a las clases si cuando ella tuviera otro plan yo le decía que si.

Amílcar, el profesor, era increíble, con él descubrimos que teníamos talento, y él nos invitó a ensayar para presentarnos a un concurso. Ese fue el comienzo de la otra mitad de mi vida con Mónica.

Martes, miércoles y jueves a la tarde Amílcar llegaba y comenzaba a prepararnos para ensayar.

Fue uno de esos jueves, era jueves, lo recuerdo bien. Él, para hacerle una muestra a mi mujer me hizo tomarlo de la cintura y ensayar apretándolo contra mi cuerpo. Tragué saliva y sentí como mis labios y mis brazos tenían un temblor leve que temía que él, o mi esposa notaran.

Mi respiración se entrecortaba con cada paso y su olor me penetraba embriagándome.

Siempre lo había visto tan atractivo e interesante, su sonrisa amplia, sus labios carnosos y el brillo en su piel oscura todo eso viéndolo de lejos, pero es ese instante estaba cerca, demasiado cerca de mí.

En medio del baile pasó su pierna entre las mías, lo apreté un poco más, me dijo que estaba muy bien, y ya en ese instante perdí el temor a que se notara mi excitación.

En un giro miré a Mónica que nos veía con la boca entreabierta y las cejas levantadas, la vi respirar hondo y sonreír tras lamerse los labios.

Cuando fui a la cama me quedé viendo al techo en silencio pensando en ese momento con el profesor, Mónica llegó del baño mirándome de una forma que jamás lo había hecho y dijo quitándose la ropa: Ya tengo mi propuesta. La observé desvestirse y pensé que ella me seguía gustando tanto como en el colegio.

El martes a mitad de la clase Mónica miro su teléfono, que nunca escuché sonar, salió un momento excusándose y pidió que siguiéramos nosotros.

Amílcar me explicó que lo mejor era que hiciéramos dos y uno. Eso significaba juntar las piernas y dar un paso hacia la izquierda, volver a juntar y otro a la derecha. El paso dos era igual pero en lugar de ser de un lado a otro era de adelante hacia atrás. Ese el paso dos, era mi favorito porque él nos había enseñado un modo en el que íbamos muy juntos y su pierna pasaba por entre las mías, y yo hacía lo mismo.

Toma fuerte mi cintura, este tema no es muy movido Cesar, vamos lentamente, me dijo con su voz grave, asentí y lo miré fijamente, él tampoco bajaba la mirada, vio a los lados un segundo, volvió a mirarme, y me sonrió, entonces lo acerqué un poco más y aproximé mi boca a la suya, lo único que pensé era que lo peor que podía pasar era que me rechazara, pero no podía dejar escapar ese momento, no sé cómo lo miraba solo se que Amílcar me besó. Ya no bailábamos, le tomé los rulos entre mis dedos con fuerza, y lo seguí besando, se desprendió la camisa y repentinamente se detuvo mirando a la puerta abriendo los ojos de par en par su expresión endurecida me obligó a voltear, y allí estaba Mónica con una sonrisa mordiendo su dedo índice.

La conozco muy bien, supe que no estaba molesta.

Amílcar caminó rápidamente cabizbajo hacia la puerta y Mónica le tomó el brazo.

Tranquilo profesor, espere , dijo mi mujer. Él se detuvo, quiso pedirle disculpas, tartamudeaba prendiéndose los botones, mientras ella negaba con la cabeza chasqueando la lengua y levantando la mano como pidiendo que se detenga.

Yo sabía que aquí había algo especial, lo sentía en el aire. Tras estas palabras tomó una silla se sentó cruzando la pierna sin sacar aquella sonrisa que rozaba lo siniestro, y me dijo. Mi propuesta es que me dejes ver, que me dejes ser parte Cesar.

El silencio reinó un momento, a mi me costó menos que a Amílcar aceptar. Ella me hizo recordar que el trato era decirle que si a su propuesta, a él le dijo que estaba muy de acuerdo con la idea de bailar así, como él decía, dos más uno.

Hoy hace cuatro años de aquel día en el que me devolvieron el anillo. Amílcar sigue viniendo martes, miércoles y jueves. Mónica a veces mira, a veces hace algo más que mirar. No conocimos el mundo, pero hicimos un par de viajes los tres, también exposiciones de baile teniéndolo siempre como entrenador y hasta llegamos a ganar un par de medallas.

Los mellizos no hacen preguntas.

Mónica sigue usando el anillo, porque nos dimos cuenta de lo que necesitaba nuestro matrimonio siempre fuimos dos, nos faltaba uno.

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Cuento seleccionado en Argentina por editorial Anuket para ser publicado en revista literaria en enero del 2020

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